Tigres y Monterrey se congelan en una final siberiana
La carne asada regresó al congelador. La primera parte del Clásico Regio, sí, tuvo futbol, y los goles de Sánchez y Valencia, pero la sopa quedó fría.
La carne asada regresó al congelador después del empate 1-1 entre Tigres vs Monterrey, correspondiente a la ida de la Gran Final Regia. El acordeón chirriaba hielo escarchado, y el calor abrasador de la Sultana del Norte fue un mito. La primera parte del Clásico Regio, sí, tuvo futbol, y los goles de Sánchez y Valencia, pero la sopa quedó fría. El domingo aguarda el plato fuerte.
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El humo del recibimiento 'a la argentina', una explosión de humo amarillo y azul y brillantina azul platino, apenas se había disipado cuando Pabón colgó desde el córner izquierdo, 'Nico' Sánchez la rozó a primer poste y Nahuel Guzmán, petrificado por el frío, dejó la puerta abierta de par en par. Entonces, Rayados se recostó. Encendió la fogata, se cubrió con la manta y se refugió en ella mientras solo asomaba las manos hacia el fuego. Los Tigres, empero, se lanzaron torso desnudo a un laberinto gélido, infinito, con hacha en mano y los jadeos ahogados por el frío; como Jack Torrance.
Vargas citó a Gignac con González en un giro que firmaría Pluschenko sobre el hielo, pero al francés el gol le pareció demasiado sencillo; lo difícil era trazar una comba violenta con firma a los "Libres y Lokos". Así es Gignac. La estética de la dificultad le es irrenunciable. Pero Valencia no perdonaría la osadía de Funes Mori, cuyas aptitudes ofensivas son inversamente proporcionales a su oficio defensivo. El ecuatoriano acarició dulcemente la pelota, le recitó cuento de Andersen, y a dormir. Panenka está orgulloso de la viralización de su locura. Funes Mori quiso enmendar el error, pero, a puerta abierta, solo desparramó el chocolate hirviente en su intento de avivar el fuego. Cuando el tiro de Vargas se convirtió en un copo de nieve, la lluvia se espesó, heló, y el partido entró en hibernación.
El humo era ahora las exhalaciones de las 40,000 personas congeladas en El Volcán. Cuando el frío se ve, decía Kapuscinski mientras rememoraba sus inviernos de infancia, era "el frío verdadero". Por ello, Rayados siguió refugiado, con Sanchez como única alma rebelde, y Avilés Hurtado, aterido. Precisamente, como Jack Torrance cuando el frío le venció en la cacería de su hijo. Los Tigres siguieron blandiendo el hacha, pero Hugo González, hombre de las nieves, soportó el cabezazo de Vargas y rezó para que misil de Dueñas sacudiera la nieve de su poste derecho. Y el frío se combate con fuego, y el partido se acercó a la hoguera. Vangioni hachó a Sosa y Ayala, a Funes Mori. Hasta la violencia fue a par. Los fuegos artificiales despidieron la velada siberiana y esta crónica a dedos púrpura y uñas dolientes. En el BBVA, el domingo, no sólo saldrá el sol.