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Mateu Lahoz y el banderillero de Belmonte

Italia se queda sin ir al Mundial. Será el único campeón del mundo que falte, será su primera ausencia desde 1958, cuando la apartó la Irlanda del Norte del gran Blanchflower y del meta Gregg, superviviente y héroe del accidente del Manchester United, que volvió una y otra vez entre las llamas para rescatar a otros. Desde entonces no había faltado más Italia a la Copa del Mundo. Antes, sólo una vez, a la edición inaugural, la de 1930, a la que tampoco fuimos nosotros por la misma razón: por pereza. Para Buffon hubiera sido su sexto Mundial. Otra cosa que nos perdemos. Fue doloroso verle en su declaración al final.

Con respeto a Suecia, me dio lástima. Un poco porque me ponía en su piel: ahí podríamos haber estado nosotros, si les tocó a ellos fue por nuestra ‘culpa’. Y otro poco porque, en el saldo de los dos partidos han merecido pasar. No han jugado bien, pero menos los coriáceos suecos, que sacaron su 1-0 en la ida de chiripa. Italia lleva muchos años viviendo del 1-0 y poniéndoselo caro al rival, y esta vez le tocó lo contrario y no supo. No tuvo juego armónico sino precipitado desde el principio, se saltó siempre al nacionalizado Jorginho, no utilizó a Insigne... Pero aún así, a apretones y con alguna buena jugada, creó ocasiones, pero ninguna entró.

Aun sin fútbol, el partido se salvó por su intensidad, por lo que había en juego y por la mezcla de dos colores tan contrastados y puros, tan del tiempo en que las camisetas estaban a salvo de diseños raros. Al espectáculo contribuyó nuestro Mateu Lahoz, farruco en lo menor (a varios jugadores apartó o empujó despectivamente, corrió medio campo para regañar al banquillo italiano) pero ciego en las áreas. Me recordó lo de aquel banderillero de Belmonte que al pasar por el andén, camino de su vagón, junto a la locomotora, recibió de ésta un pitido y un chorrazo de vapor y dijo sin inmutarse: “Esos cojones, en Despeñaperros”.