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NBA | ANÁLISIS

Problemas en Utah Jazz: "Ahora mismo Ricky Rubio no es bueno"

Cuatro derrotas seguidas, tres en casa, y el esperpento de la segunda parte ante los Heat han hecho saltar las primeras alarmas.

Problemas en Utah Jazz: "Ahora mismo Ricky Rubio no es bueno"
George FreyEFE

La llegada de Quin Snyder al banquillo coincidió con la madurez de Gordon Hayward y Utah Jazz comenzó a escribir despacio pero con muy buena letra, especialmente cuando dio salida a Enes Kanter para lanzar a Rudy Gobert. A fuego lento, los Jazz fueron construyendo una de las mejores defensas de la NBA, una incuestionable cultura del esfuerzo sin escaqueos (cada noche de Regular Season) y un ataque productivo por ordenado al que fueron sumando piezas con buenos movimientos en los despachos: de 25 a 38, 40 y 51 victorias con el primer billete a playoffs en un lustro… solo para que el suelo desapareciera debajo de sus pies cuando llegaba el momento de dar un salto adelante definitivo. Gordon Hayward optó por marcharse a los Celtics. Tampoco, en un golpe mucho menor que ese mazazo desolador, siguió George Hill.

Y llegó Ricky Rubio, el 30 de junio. Es decir, menos de una semana antes de que Hayward sumiera en la desazón a una franquicia con muy poco encanto para los agentes libres de primera categoría. Una que tenía que jugar en una División de pronto infernal, con Blazers, Thunder y dos equipos en ascenso meteórico, los Nuggets y esos Wolves que van a dejar de ser un chiste (el equipo que más tiempo lleva fuera de playoffs: desde 2004) justo en el año en el que se ha ido traspasado Ricky. Que no deja la Norhwest pero sale de los Wolves cuando estos lanzan el órdago a la disfuncionalidad (Teague, Crawford, Gibson y Butler al lado de Wiggins y Towns) y recala en los Jazz cuando las cosas se pueden volver a poner duras en el estado mormón. Una carrera NBA también depende de los guiños que el destino quiera hacerte. O negarte.

La temporada comenzó bien, con la sensación de que Snyder había ideado soluciones a la abismal ausencia de Hayward. La pasada campaña los Jazz pagaban con sangre cada punto que anotaban cuando el alero se sentaba en el banquillo. 5-3 después de tres victorias seguidas, la última ante los Blazers con 30 puntos de Ricky Rubio, 21 entre el último cuarto y la prórroga. El base español arrancó tirando más que nunca, anotando más que nunca y pasando menos que nunca. Con un rookie de descomunal talento como Donovan Mitchell y a la espera de la eclosión de un anotador con mil recursos como Roodney Hood, las cosas quizá no fueran tan mal para unos Jazz en los que Gobert seguía añadiendo recursos a su antes muy precario repertorio ofensivo.

A ese prometedor inicio le han seguido las primeras alarmas, que resuenan después de cuatro derrotas seguidas, tres en su pista, para un 5-7 con un 0-4 a domicilio. Y unas sensaciones terribles que profundizan en lo que muchos temían cuando Gordon Hayward decidió volver a ponerse a las órdenes de Brad Stevens (como en Butler). Todo es prematuro, el optimismo inicial y el tremendismo que rodea al equipo después de su patético segundo tiempo ante Miami Heat (74-84), 24 minutos en los que anotaron 4 canastas en juego (4/33, un 12%) con un 0/14 en triples y casi once minutos del tercer cuarto (10:47) con tres puntos totales. El abismo.

Ricky jugó un muy mal partido y realmente ha bajado de forma dramática su producción desde aquellos fuegos artificiales contra los Blazers: en estos (solo) cuatro partidos acumula un -33 en pista, promedia 9,5 puntos y solo cuatro asistencias por 3,7 pérdidas (16 por 15 totales). En ninguno de esos partidos ha lanzado en un 30% y ha recaído en sus problemas con el tiro ante rivales que le flotan de forma descarada y aprovechan esa debilidad para centrarse en sabotear su conexión con Gobert. En unos días, las dudas se han disparado de la prensa local a lo más granado de la nacional. En Utah, Andy Larsen (KSL) escribe “ahora mismo Ricky Rubio no es bueno”: “Sigue bien en robos y provocando pérdidas, ágil de manos y asumiendo ciertos riesgos. Pero está horrendo en todo lo demás. No mete un tiro y los rivales le dejan acres de espacio. No conecta con Gobert y tiene que buscar a los tiradores abiertos pero no está en sintonía con sus compañeros. No sé cuál es la respuesta, pero si Ricky es uno de los peores jugadores de la NBA, los Jazz no tienen ninguna opción. De todas formas, tienen que darle algo más de estos doce partidos para ver cómo van las cosas”.

En The Ringer, Danny Chau titula su artículo “Ricky Rubio es el máximo anotador de los Jazz, y por eso ese ataque es una pesadilla”. Según él, el anacrónico estilo ofensivo del equipo choca con lo que conviene a Ricky para que este muestre su mejor versión. Con menos espacios, menos ritmo y referencias interiores muy fijas, en los Jazz no asoma el Ricky generador y este a su vez se ha visto obligado a asumir un rol en ataque que nunca ha sido el que más le conviene. Y el mismísimo Zach Lowe situaba estas costuras que se veían ya en el equipo de Snyder como uno de los asuntos relevantes de la última semana: “Durante un tiempo fue maravilloso: el erudito greñudo de las asistencias abrazando su lado más egoísta y el rookie que anota triples forzados y suspensiones artísticas (en referencia a Ricky y Mitchell). Hasta que todo empezó a venirse abajo. Que Ricky esté tirando 12 veces y dando solo 6 asistencias tiene que hacer que salten las alarmas. Ganar a partir de ese volumen de tiros para Ricky y Mitchell no se podía sostener. Y no es tanto culpa de ellos como de la confección de plantilla de los Jazz”.

Desde luego, ahora mismo el ataque de los Jazz es preocuante: 28º (de 30 equipos) en puntos (solo 96,9 de media), porcentaje de tiro (42,7%), asistencias (19,3) y rating ofensivo. Es casi imposible, o del todo imposible en el actual y terorrífico Oeste, regresar a playoffs en esos ratios, por mucho que la defensa sigue produciendo: segunda en robos, tercera en tapones, segunda en pérdidas forzadas al rival.

En un nuevo esquema y en un equipo desprovisto de su referente (Hayward) y de uno de sus principales alivios de la pasada temporada (George Hill), recién aterrizado y ante una posible crisis de identidad colectiva, Ricky ha sido un jugador distinto, en sus brillantes primeros partidos y en sus malas últimas actuaciones. Está anotando más que nunca (14,8 de media por 10,5 de una carrera en la que su tope en una temporada es 11,1) pero pasando menos (5,7 asistencias, muy por debajo de las 8,4 que promedia en la NBA: ninguna temporada con menos de 7,3). Disparando sus cifras en lanzamientos (casi 12, 8,7 de media antes de esta temporada) y pérdidas (4,2) y con unos porcentajes que poco a poco van derivando hacia unos números bastante suyos: 43% en tiros de dos (algo por debajo de la temporada pasada), 29,8% en triples, casi como hace un año y ligeramente por debajo de sus números en la liga.

Da la sensación (otra vez golpe de calor y golpe de frío muy seguido) de que con Ricky las expectativas acaban superando a la realidad, y eso le ha convertido en una de las figuras más polarizadoras del baloncesto español. Pasó otra vez en el Eurobasket, en el que fue ostensiblemente de más a menos (como casi siempre, a medida que la fue abandonando el acierto en el tiro). Y es una pena porque a veces su valor queda distorsionado por el que llegamos a pensar que podría ser. Y por eso parece poco que Ricky siga siendo, como mínimo, un titular estable en una NBA en la que ya lleva siete temporadas (365 partidos, 345 como titular). Y que haya sido capaz de evitar la irrelevancia cuando las cosas se le pusieron feas en Minnesota (con, recuerdo, una excelente reacción la pasada temporada). Y que, al fin y al cabo, ya se le pueda considerar uno de los grandes jugadores de la historia del baloncesto español. Con 27 años. Pero es que debutó en la ACB con 14, fue titular en una final olímpica con 17 y en una de la Euroliga con 19.

Uno es de Ricky, sin exageraciones innecesarias cuando juega de maravilla pero también sin demagogias cuando, como está pasando ahora, las cosas vienen torcidas. Y solo espero que finalmente la cosa funcione en Utah y que ese giro del destino, salir de la Minnesota híper reforzada para irse a la Utah desnuda, no le acabe pesando demasiado. De momento es muy pronto, pero ya suenan alarmas en Salt Lake City.