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Se derrumba el castillo de naipes del comisionado Roger Goodell

Cuando Roger Goodell fue nombrado comisionado de la NFL heredó un coche deportivo nuevo que acababa de pagar el peaje de una autopista sin límite de velocidad, tenía el depósito lleno, una colección espectacular de música en la guantera y el maletero lleno de delicatesen para cuando hiciera falta un refrigerio. Ese fue el legado que le dejó Paul Tagliabue el 1 de septiembre de 2006. Y no estoy exagerando. La NFL estaba asentada como deporte rey en EEUU, su crecimiento en el resto del mundo comenzaba a coger velocidad, el convenio laboral vigente era bueno para los jugadores, que estaban contentos, las televisiones se pegaban por retransmitir football americano porque la audiencia no paraba de subir, el nivel de juego también mejoraba año tras año, con un football cada vez más espectacular mientras en cada draft entraban en la liga un buen puñado de jugadores con tirón mediático…

No se puede negar que Goodell supo desde el primer momento conducir el deportivo con habilidad, optimizando consumo y velocidad, disfrutando de la buena música y comiendo caviar entre curva y curva. La NFL supo explotar los nuevos modelos de negocio, rápidamente vio el filón que había en internet, potenció el fantasy football hasta convertirlo en una de las patas clave del negocio, siguió construyendo estadios cada vez más grandes y modernos, se expandió hacia Europa y México con éxito, empezó a mirar con más interés el mercado exterior, la calidad de la Liga no decaía ni en competitividad ni en espectáculo y el dinero llegaba a los propietarios a paladas.

Adiós a la NFL Europa como primera medida

Sin embargo, poco a poco, el parabrisas se fue llenando de mosquitas muertas, el depósito se fue vaciando, los neumáticos se desgastaron, la música espectacular se convirtió en un petardo de tanto escucharla y el caviar empezó a escasear. Y ahí fue donde empezó a verse el talón de Aquiles de Goodell, un tipo ideal para conducir el deportivo en las largas rectas, pero que no sabe pilotar sin rascar el embrague en las zonas de curvas. Para empezar, y nada más llegar, cerró la NFL Europa para enfocarse en llevar a Europa partidos de temporada regular. La idea quizá no fuera mala. Es más, en el aspecto económico y de marketing era estupenda. Sin embargo, la liga perdió en el aspecto deportivo. La NFL Europa se había convertido en una segunda oportunidad para muchos jugadores que pudieron volver a la NFL a triunfar después pasar un par de añitos en el purgatorio europeo. Y por eso, la NFL perdió uno de sus principales caladeros de buenos jugadores solo para conseguir un pequeño ahorro económico al cerrar una liga que tenía números rojos, aunque fueran casi testimoniales.

Un convenio colectivo humillante para los jugadores

A partir de ahí ya quedó claro que Goodell siempre primaría el aspecto económico y empresarial sobre el deportivo. Y esa ha sido también desde el primer día su gran diferencia con Tagliabue, su antecesor, que siempre apostó por ganar un poco menos para que el producto fuera un poco mejor. Ese cambio de política quedó patente en el último convenio colectivo, la ‘Obra Magna’ de Goodell, el punto culminante de cualquier comisionado, porque lo que se firme al final será la ‘biblia’ de la competición durante diez lagos años. Como fue evidente desde el primer día, y se ha confirmado con los años, los propietarios timaron a los jugadores. Les dieron el chocolate del loro a cambio de exprimirles la sangre y, sobre todo, contentaron a los que estaban en activo en ese momento, sabiendo que los que llegaran después iban a quedar a los pies de los caballos. La consecuencia es que hoy por hoy las relaciones jugadores-propietarios están prácticamente rotas, cada vez hay más asuntos que acaban en los juzgados ordinarios y las sentencias de los jueces repiten el mismo mantra una y otra vez: le dan la razón a Goodell y les dicen a los jugadores que si no les gusta lo que está haciendo el comisionado no haberle dado un poder plenipotenciario. De hecho, ni siquiera suelen entrar en el fondo de las cuestiones, se limitan a subrayar ese punto del convenio que firmaron sin rechistar para convertir a Goodell casi en un terrateniente esclavista del siglo XXI.

¿Por qué se arrodillan los jugadores?

La evidencia del timo ha ido emponzoñando la relación de la liga con los jugadores que, en mi opinión, han convertido sus protestas ante el himno en algo muy diferente de lo que empezó Kaepernick. Ya nadie se arrodilla por la sobrerreacción policial sobre las minorías, ahora es una protesta interna en la que se está anticipando una negociación del próximo convenio colectivo en 2020 que puede significar el fin de la NFL como la conocemos ahora, e incluso el principio del fin si no se hacen las cosas muy bien. Por eso es cada vez más evidente que Goodell no es el hombre ideal para dirigir las negociaciones. Ya no hay que conservar un deportivo flamante, ahora hay que llevar el coche al taller y cambiar bastantes piezas antes de que se pare.

Goodell tampoco ha sabido lidiar con los asuntos médicos que han rodeado a la NFL. Sobre todo, las secuelas y lesiones cerebrales de un alto porcentaje de jugadores. La NFL empezó negando el problema; luego quiso comprar a los enfermos actuales para dejar en la estacada a los futuros, y lo habría logrado con el beneplácito de los jugadores (otra vez como en el convenio) si no hubiera sido por un juez que se negó a dar el visto bueno a ese chalaneo; para terminar, la NFL decidió capitalizar la investigación médica del problema para controlar su impacto mediático, pero cada vez está más claro que esa bomba de relojería, que aún hoy parece apagada, terminará por reactivarse y estallar.

Una errónea reinvención del football

Por el camino, Goodell también se empeñó a reconducir el juego de forma ficticia. En vez de dejar que el football evolucionara de forma natural, hizo cambios profundos en el reglamento durante varios años seguidos para limitar el contacto y la violencia en el juego y fomentar el espectáculo de los pases largos y las grandes jugadas. La consecuencia ha sido que, diez años después, las mismas colisiones que nos encantaban y nos ponían de pie hace diez años, ahora nos horrorizan mientras en redes sociales pedimos sanciones ejemplares para los ‘animales’ que perpetran acciones así y no merecerían jugar en esta liga. La pregunta es si ese cambio de percepción es realmente tan bueno. Las conmociones siguen llegando a puñados, los jugadores siguen ocultando que las sufren y muchos aspectos del juego han perdido espectacularidad. Los quarterbacks son intocables y cuando un jugador hace un sack sabe que las posibilidades de ser penalizado con 15 yardas por conducta antideportiva son altísimas por el único motivo de que todo el mundo tiene la cabeza sobre los hombros, los cascos son cada vez más voluminosos y cuando alguien espera recibir un impacto se agacha.

Lo mismo ha pasado con la política de beneficiar a toda costa el juego de pase. Al final se ha producido el efecto contrario. Los aficionados empiezan a valorar y disfrutar como nunca en muchos años los drives sostenidos y el juego de carrera. De hecho, el deporte como tal, que parece un ser vivo, se ha defendido con una nueva época dorada para los running backs. Sin embargo, las consecuencias de tanta interferencia en el desarrollo del juego es que se está produciendo cierto hastío en la afición, que el año pasado ya dio da alguno modo la espalda a la NFL con una bajada de audiencias que entonces se achacó a las elecciones estadounidenses, pero que se mantiene este año sin explicaciones externas que argumentar.

Juzgar por cuestiones no deportivas

Otra de las cruzadas absurdas de Goodell, que puede convertirse en la causa de su caída, empezó con la aplicación de sanciones a los jugadores por asuntos que se salen de lo deportivo. Apelando a una política de ‘buenas maneras’ que pretendía defender la imagen de la NFL de las acciones delictivas y antisociales de los jugadores. Sé que estoy en contra de la opinión mayoritaria, pero me parece una aberración que la NFL sancione a Big Ben por tener un ‘asunto’ con una señorita en los baños de un bar. Creo que ese es un asunto que debe resolverse en los juzgados ordinarios, que la sentencia de un juez ordinario es la única aplicable, y que una sanción deportiva y económica viene como consecuencia de un juicio paralelo que no se sostendría ni moral ni judicialmente, si no fuera porque los jugadores dieron ese poder plenipotenciario a Goodell para que pueda hacer directamente lo que le dé la gana. A lo largo de todos estos años han sido muchos los casos de sanciones de ese tipo, lo que ha llevado a un bucle interminable de agravios comparativos, castigos sobredimensionados, una evidente falta de criterio y legislación y, sobre todo, ha dado voz y casi voto a las redes sociales, convertidas en tribunal popular que exige casi siempre la muerte del gladiador mientras señala con el pulgar hacia abajo.

La gota que ha colmado el vaso de todo lo anterior es la abultada sanción a Zeke Elliott. Con ella, Roger Goodell puede haberse pegado el tiro definitivo en el pie. Un castigo ejemplar para un jugador estrella que ha sido exculpado del mismo asunto por los juzgados ordinarios, que de paso han dejado muy en entredicho los argumentos de la parte demandante. Goodell, en otra vuelta de tuerca, ordenó una investigación paralela en la que, poco más o menos, llegó a la conclusión de que el caso Elliott no había sido investigado con la suficiente profundidad y eficacia por la justicia ordinaria, y la NFL iba a enmendar el error haciendo las cosas como Dios manda, declarando culpable a Elliott e imponiéndole una sanción ejemplar. Y claro, por mucho que nos escandalicemos unos y se alegren otros, el tema ha terminado en los juzgados para convertirse en un vodevil y que la sentencia final acabe siendo la de siempre: “no haberle dado a Goodell tanto poder”.

Goodell se ha buscado enemigos muy peligrosos

En todos estos años Goodell ya ha tenido roces importantes con propietarios de los que cuentan, de los gordos; esos especialmente respetados y cuyo voto arrastra consigo a media docena más. Pero Jerry Jones, harto del asunto Elliott y dispuesto a sacar de paso una buena lsita más de agravios pasados, no tiene la diplomacia de Robert Kraft y ha provocado un enfrentamiento directo en el que Goodell tiene todas las de perder, entre otras cosas porque ya hay un buen puñado de propietarios que se la tienen guardada, incluido Kraft. Cada vez más dueños de equipos ponen sobre la balanza otras cuestiones como las anteriores que os he nombrado, el evidente bajón de calidad deportiva de la NFL en los últimos tiempos o incluso algunos de los últimos movimientos de franquicia que, obviamente, han sido muy mal gestionados y puestos en práctica por Goodell, que no parece entender que fuera de la NFL, cuando se enfrenta al estamento político estadounidense, deja de ser intocable.

La consecuencia es que, a pesar de que lleva meses anunciada la renovación de Goodell como el comisionado que estará al frente de la NFL durante la negociación del convenio de 2020, me apuesto pincho de tortilla y caña a que para ese importante evento habrá un nuevo comisionado de la NFL cuya prioridad dejará de ser ganar dinero y tendrá que volver a centrarse en que la gallina de los huevos de oro recupere la salud antes de que deje de poner.