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Monchi: su Sevilla sin él

La barcelonesa Isabel Coixet contó en 2003 la historia de una joven desahuciada que dedica los últimos meses de vida a preparar a su marido y a sus hijas para lo que vendrá después. Sarah Polley (la protagonista) le pone tanto empeño que hasta logra encontrar una sustituta que haga de futura madre y también compañera: Leonor Watling. 'Mi vida sin mí', se llama la película y, sin el dramatismo de la muerte, recuerda a algunas de las cosas que Monchi intentó hacer en el Sevilla antes de marcharse al Roma.

Empezando por dejar en su puesto a alguien que había mamado de su librillo durante los últimos años, Óscar Arias, amigo y delfín. Meses después y tras un inicio de campaña esperanzador sólo en los resultados, el Sevilla post-Monchi vive su primer estado de depresión. Todos (seguramente, hasta Arias) se acuerdan de aquel Messi de los despachos buscando una luz en medio de la tormenta de derrotas y goles (10) que ha vivido el equipo nervionense durante la última semana.

Pero el fútbol no tiene memoria: no hace demasiado, el Sevilla pasaba por peores, mucho peores momentos de zozobra que el actual. Varios. Juande Ramos y Emery estuvieron a punto de ser destituidos antes de comenzar a ganar títulos. En medio de ambos, Marcelino y Míchel terminaron en la calle a mitad de temporada. En 2013 se acabó noveno en la tabla y por detrás del eterno rival. Ha habido muchas reivenciones en el Nervión campeón de la última década sin que el Sevilla echara nunca de menos técnicos, jugadores, ni siquiera presidentes.

Monchi era el mejor, pero no infalible. Por encima de todo, lo que el de San Fernando ha legado a Nervión es una filosofía de exigencia que descarta la relajación y convierte en crisis, con mayúsculas, lo que en bastantes otros clubes se califica apenas como un bache de resultados. Sin Monchi no habrá posiblemente (de momento) el mismo tino a la hora de fichar, faltará su gran capacidad negociadora, echaremos de menos una portavocía con tanto carisma en estos malos tiempos... Pero su Sevilla, sin él, sigue conservando una virtud principal para poder seguir arriba: la de haberse hecho ya grande y no conformarse con cualquier cosa.