Al Barcelona le faltó tiempo y empató con Atlético de Madrid
Después de un primer tiempo discreto en el que Saúl adelantó al Atlético, Suárez acabó empatando y con los rojiblancos encerrados en su área.
Veintinueve segundos le bastaron a Messi para presentarse al Wanda Metropolitano. Para, en sola una jugada, dejar de golpe todas sus tarjetas de visita. La del quiebro, la carrera con la pelota como cosida al pie, un disparo letal al llegar al área ante cuatro rivales que al argentino ni inquietaban. Otro quiebro y Filipe al suelo. Otro paso y Godín que no llega. Al tercero menos mal que apareció la bota de Saúl para desviar el balón lo justo y enviarlo un palmo lejos de Oblak. Fiuuuuuu. Veintinueve segundos de Messi en el estadio y ya lo había silenciado. Tardó diez minutos el Atleti en acomodarse el traje tras ese comienzo. En poner las cosas en su sitio, tomar el balón, quitárselo a Busquets para hacerlo suyo, rojiblanco, de Gabi, Saúl, bajarlo al verde, buscando a su Messi, a Griezmann. Pero si el argentino se había topado con la bota de Saúl, el francés lo haría con el guante de Ter Stegen.
Dos veces se plantaría ante él, en cuatro minutos. La primera para ver como el alemán como le desviaba un mano a mano y la segunda también, aunque a la jugada Griezmann le hubiese puesto una pincelada de fantasía, un espectacular caño a Piqué, al que Ter Stegen respondió con una parada igual, brutal. Era el minuto veinte cuando, de pronto, todos los ojos volverían a las botas del principio. No las de Messi, no, sino aquellas que impidieron su gol. Las de Saúl, uno de esos jugadores que, cuando aparece, siempre logra cambiar la temperatura de las cosas, hacerlas mejores. Esta vez fue después de un pase genial de Carrasco.
Saúl llegó y recibió para convertir el balón en una extensión suya, de sus pies, de su sombra, de su bota derecha. A la cepa del palo derecho de Ter Stegen quiso enviarlo y allá lo envió. Ter Stegen sólo voló para oír más de cerca el sonido de la red. El primer gol del 8, número de Luis, en el Wanda Metropolitano. El primero al Barcelona. Ya quedará para siempre, otra historia más sobre su hierba. El Barcelona que tanto inquietó 29 segundos sobre ella ya no estaba. Toda su posesión era estéril, como tratar de sembrar en un erial. Le había dejado Valverde un hilo a Simeone del que tirar y descoserle: André Gomes. No termina de encontrarse en ningún sitio. Ni en el juego, ni el Barça. Iniesta intentó sorprender con un pase filtrado perfecto, que dejaba solo, solísimo, a uno de los suyos ante Oblak. Pero ese uno era Andre Gomes y el final fue nada. Como en nada, ni siquiera el silbato de Mateu, terminó el último intento de Messi en meter el pie en área rojiblanca. Regateó a Godín, Savic y Saúl para caer ante Gabi, al borde del área, Gabi ya con tarjeta, Gabi, que metió la pierna. Messi pediría penalti, Mateu no lo pitaría y Godín patearía lejos la bola antes de que le diera por arrepetirse y sacar una tarjeta que sería segunda, problemas.
Los planteó todos el Barça nada más regresar de la caseta. Más posesión, más balones a Messi, su posesión ya no era un erial, sino un todo brotes verdes. Carrasco siempre se topaba con Umtiti al fina de sus carreras, Correa no estaba, Oblak estrenaría por primera vez sus guantes. Sería ante un disparo de Suárez, poco antes de que Messi estampara un balón en su poste izquierdo de un libre directo que tuvo sonido de alarma. Entonces el miedo, aquel idéntico al de los 29 primeros segundos. El miedo, filtrándose gota a gota mientras Messi no abandonaba el área de Oblak. Cada balón era como Los Juegos del Hambre: o quitarlo de ahí o prepararse a morir. En un zapatazo, parada en dos tiempos de Oblak, un zurdazo se fue rozando el palo. Fiuuuu que dio tanto miedo como aquel primero. Lograría hacer arte sobre un mantel de papel, con simples vasos y platos de plástico.
Paulinho fue el último cambio de Valverde, la última carta, cuando en las piernas comenzaban a pesar no ya los casi 80 minutos de este partido, sino los FIFA de estas dos últimas semanas, los partidos FIFA y los kilómetros para jugarlos. Entonces Luis Suárez estiró la pierna como si fuera un tentáculo ante Oblak. Esa la paró el portero, otra de sus manos milagrosas. La siguiente no. La siguiente, cuando lo que Luis Suárez estiró fue la cabeza para picar un balón de Sergi Roberto, no. Sonaría la red de Oblak ahora, esa que decía empate.
En los últimos ocho minutos el Atleti sólo fue una ruleta de Godín muy Zidane para alejar un balón de su área y ese peligro llamado Barça y Luis Suárez convertido en el dragón que escupía pelotas en el patio del padre de Agassi, una tortura. Tres minutos de tiempo añadido añadiría Mateu. Tres. Y cuando quedaban 29 segundos, el partido estaba como al principio: en las botas de Messi. Porque Griezmann le fue a robar un balón al borde del área con falta y esta el árbitro la pitó. Minuto 92:48, 92:49, 92:50. Qué sufrir. Y Messi que mira la pelota y da un paso atrás antes de levantar los ojos a Oblak. Y el tiempo se detiene en el Wanda Metropolitano, como en ese último minuto ya en este estadio, el del día del Chelsea. Pero pronto se lo comió un rugido, el de la grada aplaudiendo con su garganta un abrazo, el de Oblak al balón. 1-1. Así terminaría el primer Atleti-Barça de una historia, la del Wanda Metropolitano, que recuerda mucho a la del Calderón, aquellos Atleti-Barça también tienen su continuidad asegurada,