La odiosa costumbre de apropiarse de la gente como munición electoral
Sin segundas. No malinterpreten, que este artículo va de fútbol, del Barcelona, concretamente. Ayer a las 23:30 horas de la noche concluía el plazo que el club le daba a Agustí Benedito para presentar las firmas que justifiquen su iniciativa de voto de censura contra la junta de Josep Maria Bartomeu. Necesita 16.570 válidas. No parece que las tenga, tampoco que las vaya a entregar en el plazo que le demanda el club. Sobre si las acabará entregando, hoy se explicará en rueda de prensa, porque el proponente del voto defiende que debería ampliarse el plazo hasta el 2 de octubre. Existe la posibilidad de que no las llegue a presentar y que esas firmas sean depositadas ante notario o se las guarde el propio Benedito. Hablamos como poco de unos 10.000 u 11.000 socios que con toda su buena voluntad se mojaron por un proyecto tan determinante como el de echar a Bartomeu. No se merecen que esos nombres no se entreguen al club y que no quede constancia de su empeño.
Votar. El Barcelona tiene el privilegio de ser uno de los pocos clubes en el mundo que todavía se rige por medios democráticos y no por el ordeno y mando. El valor del voto es sagrado y el Barcelona lo defiende, aunque de un tiempo a esta parte, como la mayoría de estamentos gubernativos, se hace las normas a su medida. Hoy, hace falta el doble de firmas para presentar una moción que la que en el 2008 le presentó Oriol Giralt a Joan Laporta, por ejemplo. Nada indica una futura mejora al respecto.
La gente. Depende de lo que explique este mediodía Benedito, el socio barcelonista tendrá todo el derecho a sentirse utilizado como munición electoral. La moción de censura era absolutamente lícita, se pueden discutir los plazos, pero no la entrega de las firmas. El club es el garante que debe de estar por encima de todo y, por lo que se intuye desde uno y otro lado de la trinchera, aquí parece que de lo que se trata es de usar a la gente como arma arrojadiza.
Absolutamente civilizado. Mira que sería fácil que tanto la junta como el proponente del voto de censura se felicitaran por el desarrollo de una acción que se ha realizado sin tumultos, sin gritos ni pañoladas. Con el equipo ganando en la Liga y con una exquisitez de formas que debería enorgullecer a todos los barcelonistas. Los que firmaron, los que no y los que sin firmar se mantuvieron equidistantes. Con lo reconfortante que es la democracia, sería una pena estropearlo al final del camino.