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Neymar y Pachichu, dos vidas no paralelas

MéxicoActualizado a

Avanzados los años cincuenta, siendo yo mozalbete, en el pueblo, en Vélez-Blanco, nos relamíamos con el fichaje de Kopa por el Real Madrid. Junto a Di Stéfano y Gento aquello iba a ser la repera. Nos pasmábamos con lo que había pagado el infalible Santiago Bernabéu por el cerebro francés del Mundial de Suecia y nos costaba asimilar que el jugador galo pagase 14.000 pesetas de alquiler (unos 850 euros) por un piso señorial al principio de la calle María de Molina. La cifra nos parecía astronómica, disparatada.

En esa época, con Juan Bautista, un amigo algo mayor, organizábamos y jugábamos los partidos del Vélez-Blanco C. F. y la comparación crematística nos dejaba turulatos. Traíamos a un equipo de un pueblo vecino, Puerto Lumbreras, Macael o Huéscar... y el costo total, camión para transportar a los visitantes (cuando la Guardia Civil aún no multaba por llevar a gente en la caja del vehículo), merienda para los equipos y alguna menudencia, no pasaba de las 900 pesetas. Nuestra taquilla, unas 600, raramente cubría los gastos y amigos y familiares pensaban que éramos unos pardillos perdiendo dinero en algo en que, además, podía lesionarte. Nosotros, ufanos con jugar y defender unos colores calzando botas de lona y golpeando un balón a veces con cordones, no dábamos mayor importancia a perder 300 pesetas cada tarde (2 euros)

España ha cambiado y los precios futbolísticos también. Un pelín. Leo la odisea de Neymar tan comentada (la curiosa pifia de Piqué) y dilatada (¿en el verano no hay noticias, las cantidades son bochornosas, o las dos cosas?) y me viene a la cabeza lo que percibía un futbolista de finales de los cuarenta cuando España luchaba por ir a Río y yo podía distinguir a Zarra de Basora. Me fijo en el madridista Pachichu no sólo por ser padre de unos amigos sino por lo insólito del personaje. Patricio Cifuentes Zarrazina, Pachichu, llegó desde Asturias a la capital de España para estudiar medicina. Versátil y entregado en la cancha pronto fichó por el Plus Ultra. No cobraba con tal de que le dejaran continuar su carrera. El Madrid accedió. Luego llegó un empujoncito de la suerte. El día antes de un partido en Sevilla, los medios del Madrid, Ipiña, Ortiz... se lesionaron. Ascendieron con urgencia esa noche a Pachichu. Firmó también sin emolumentos. Amateur puro y duro y... contento. Unos meses más tarde, Bernabéu y Hernández Coronado le hicieron un contrato en el que se especificaba que se obligaba “a jugar en el club de un modo eficaz y en la mejor forma que pueda exigirse a su habilidad y condiciones físicas”, y el club le abonaría 150.000 pesetas por un total de tres temporadas. En largos plazos, el club estaba tieso terminando la construcción del estadio.

Posiblemente con esas pesetas (900 euros) el médico futbolista podría comprarse un buen piso de la época. Hay, con todo, que preguntarse qué podrá adquirir no ya Neymar, con su catarata de millones anuales, sino su papá por una simple y astuta labor de mediación en la que se ha reído de varios. Toneladas de pisos.

Dicen que el rodaje de Lo que el viento se llevó ocupó en Estados Unidos más espacio en la Prensa que todas las crónicas sobre nuestra guerra civil. La aventura de Neymar (¿se va por el dinero o porque no soporta estar más años siendo el segundo de Messi?; ¿le ha tomado el pelo al Barcelona?) parece este verano haber suscitado más interés en España que el grave problema catalán. Increíble pero cierto. Puede que estemos locos, pero aún hay gente que no entiende la pasión del fútbol.