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RÁUL ROMOJARO

De mi ídolo a mi amigo

Ángel no merecía un desenlace así. Tenía 70 años pero toda la vida por delante, créanme. Era noble, humilde, amable, decidido y luchador.

Era mi ídolo y, casi de repente, se convirtió en mi amigo. ¿Se imaginan? De verle por la tele a tratarle en los circuitos del Mundial. AS decidió en 1988 que empezara a viajar a los grandes premios y allí me encontré, cara a cara, con Ángel Nieto, la leyenda. Yo joven e insignificante; él enorme y generoso como nunca hubiera imaginado. ‘¿Cómo estás, Raulito?’, me decía al encontrarnos mientras me abrazaba y me daba un beso paternal. Así al menos lo sentía yo, porque llegué a quererle como tal. Siempre me escuchó, siempre me atendió, siempre me apoyó. No me puedo ni imaginar el dolor que debe sentir hoy su familia si a mí se me desquebraja el corazón. Se ha ido alguien muy especial, mucho más que un piloto, que un campeón irrepetible.

Estoy atascado ante estas líneas, no sé por dónde seguir. No me puedo creer que esto haya ocurrido, Ángel no merecía un desenlace así. Tenía 70 años pero toda la vida por delante, créanme. Nadie como él sabía exprimir cada minuto, cada experiencia. Era noble, humilde, amable, decidido y luchador. ¿Por qué él? Y de esta manera… Voy a echarle mucho de menos. El deportista permanecerá omnipresente mientras que existan las motos. Pero cada día me acordaré de su sonrisa pícara, de su pasión por vivir, del amor por los suyos, de su cariño hacia mí. Mi pena es incluso más cruel porque estaba convencido de que iba a superar este desafío, como tantas otras veces en las que el destino le puso a prueba. Me equivoqué y hoy lloro su pérdida. Descanse en paz.