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MÉXICO VS CURAZAO

Sepúlveda y Álvarez apagan el carnaval de Curazao


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Ciudad de MéxicoActualizado a
Sepúlveda y Álvarez apagan el carnaval de Curazao
Ronald CortesAFP

Hoy, en un nuevo capítulo del surrealista proceso de Juan Carlos Osorio al frente de la Selección Mexicana: 10 cambios en el once titular; Curazao, en trance con la pelota; el Tri, a juego de contragolpe contra un debutante en Copa Oro; Corona, prodigándose para evitar las triquiñuelas de Bacuna y Martinus; Nepomuceno, estremeciendo el travesaño mexicano; el calipso, reinando sobre el mariachi. Las firmas de Ángel Sepúlveda y Edson Álvarez fueron la única realidad dentro del partido onírico. Otro partido detestable, lógicamente inabordable, una obra del teatro del absurdo. 

Las fuerzas encontradas en el Alamodome rompieron el acuerdo de paz cuando Van Kessel apuntó al rincón bajo y Corona tragó pastó para evitar el gol. Entre Pereira y Montes transitaron, gustosos, regodeados, Bacuna, Nepomuceno, Antonia, Martins. México respondió vía Raúl López, cuyos centros teledirigidos fueron su única arma. Entonces, 'El Dedos' venció en el sprint a Mulder y Sepúlveda, al otro lado del Alamo, tomó a contrapié a Room y puso las palmas boca abajo. Tranquilos, tranquilos todos. Gutiérrez y Pineda intentaron hacer sangre con el arquero curazoleño, pero la pólvora no era fina: una ironía en la tierra del Álamo, sangre y batalla en su herencia. 

Tras el entreacto, las fuerzas de Remko Bicentini sitiaron al Tri, como el ejército de William Travis y Jim Bowie a las tropas de Santa Anna en El Álamo. Los mexicanos se acuartelaron mientras Bacuna y Van Kessel bombardeaban a Corona. Con el pie, con la mirada, con el rezo, el meta del Cruz Azul soportaba estoico el demencial fuego neerlandés. Mientras tanto, el partido devino en carnaval: los látigos de Van Kessel, Bacuna pisaba el cuero, Hooi pasa la redonda entre las piernas de Pereira; danza y magia. Y el calipso que resonaba. Cuando Nepomuceno hizo vibrar el transversal, Pompilio Páez inyectó a Elías Hernández como morfina. El extremo del León no solo amainó el dolor; fue un agente revitalizador. Primero, rompió a Startie y, desde la izquierda, forzó el vuelo de Room. Después, se ensañó con el mentado, le dejó retratado y fusiló a Room pero no profanó sus redes. La posta del contragolpe mexicano fue la última señal de la noche surrealista. El plan, no obstante, tenía lógica. Curazao copaba el campo mientras Gallardo y Hernández campaban por las praderas laterales como jinetes en arreo. 

A Curazao le pudo el agobio, normal en quien no ha parado de bailar a lo largo de la velada, y México por fin salió de los aposentos. El carnaval comenzó a apagarse. Entonces, Gutiérrez falló el gol más fácil de su vida, más solo que Billy The Kid en el desierto texano; cabezazo de rutina con destino a la publicidad. La caricia de Edson Álvarez, un gol de seda, un pase de muleta ante el astado Room, selló otra noche infausta de la Selección Mexicana. Por la efusividad del festejo, podríamos haber deducido, sin saber el contexto, que México habría alcanzado, por fin, el campeonato del mundo. El próximo capítulo, el próximo jueves ante Honduras, promete aún más vesania. Y ya es decir.