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La última carta de Robert

México

El presidente Bartomeu anunció en las entrevistas a la carta que concertó para evitar la prometida rueda de prensa a pecho descubierto que las incorporaciones del primer equipo se dividirían en “jugadores que ilusionarán y otros que no tanto”. Entendemos que la llegada de Semedo entra en el segundo grupo, pero aún así, su fichaje ofrece ciertas claves que ayudan a entender el ovillo bartcelonista. Es más interesante que mediático. Veamos.

De entrada, Robert Fernández compareció como anfitrión y no tuvo problema alguno en reivindicar el fichaje del portugués como propio. “Es de la secretaría técnica y mío”, afirmó mientras en la primera fila del auditorio le escuchaba su nuevo superior, Pep Segura, flamante manager deportivo, con el que mantiene una relación más bien gélida.

Semedo, al que sigue el Barcelona desde los tiempos de Zubi, se convierte en la última bala de un Robert cuestionado desde la grada y desde el palco por contrataciones como Alcácer, André Gomes, Digne, Cillessen o Denis. Su órdago es el lateral del Benfica. O puerta grande o enfermería.

Más allá de la guerra de pasillos en las oficinas, en el campo, la llegada de Semedo rehabilita a Sergi Roberto como centrocampista dando opciones a Valverde. El mediocampo culé es una zona superpoblada que exige salidas. Especialmente, si se espera la llegada de Paulinho y no se tira la toalla por Verratti.

El Barça necesitaba mover el mercado, pero de nuevo, todo se hizo con prisas y sin grandeza. El club convocó a los medios para su presentación con un margen de dos horas. Probablemente, el misterio se debió a que las quejas de última hora del Benfica, que llegó a poner en duda la operación y atornilló al Barça hasta el final crearon desconcierto en una casa en la que cualquier ruido ya se toma como un desprendimiento y donde nadie está seguro de nada.

El nivel de Semedo será, al final, el termómetro que marque el rendimiento del Barcelona de Valverde. De momento, suena a última bala, a urgencia y a salto a la piscina sin saber si hay agua o no. Es la última jugada de un Robert que se ve en el rincón y que se juega su futuro, que parece marcado, a una carta.