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Al calor de la vela y la gimnasia

México

Debo tener una vena prosaica, pero el caso es que yo, de Barcelona 92, lo que más recuerdo es el calor, la humedad, las noches de tertulias largas, interminables y divertidas con aquel sopor insufrible. Por eso, por el calor, me aficioné a la competición de vela, porque además me había dicho Theresa Zabell que iba a ganar el oro con Patricia Guerra. En el campo de regatas al menos la brisa rebajaba un poco la calorina. Eso fue el principio; luego llegó la catarata de medallas, y el ambiente se calentó más, pero era diferente, ya estaba adaptado, y me gustaba aquella sauna.

El caso es que aquellas cinco medallas (cuatro de oro y una de plata) impulsaron a la vela para que sea hoy el deporte español con más éxitos en los Juegos Olímpicos. De alguna manera parece lógico: un país con casi 8.000 kilómetros de costa entre la Península y las islas, es normal que tenga buenos resultados cerca del mar. Y a lo mejor esa dinámica le sirve al voley playa para que no se quede sólo en la plata de Herrera y Bosma en Atenas. En Barcelona también se ganó una medalla, de plata, de la que se habla poco: la de la la primera de la gimnasia española, que cogió carrerilla aquel día en que las rusas echaban fuego, pero entonces el calor ya me daba igual.