Rafa Nadal: la máquina perfecta
Rafa Nadal despachó su décima final de Roland Garros con una nueva lección de tenis sobre arcilla. El balear mezcló con maestría la intensidad, la potencia y la consistencia marca de la casa. Una fórmula devastadora para Wawrinka y su impecable revés a una mano, la misma que años atrás le sirvió para deshilachar a Federer en las finales de 2006, 2007, 2008 y 2011. Desde el primer set le hizo sentir a Wawrinka que en esa pista era un jugador muy inferior.
A partir de ahí el helvético intentó variar el plan, pero no era el día. Nadal no entiende de relajarse mientras está en pista. Él siguió a lo suyo, jugando más profundo, más potente y más liftado que nunca. Llevando a Wawrinka de un lado a otro de la pista tras encontrar el primer tiro angulado. Sin errores forzados, sin precipitaciones, sin jugar nunca la pelota que no toca, esperando a que el rival se cayera de maduro a cada punto. Con una concentración pétrea, intimidatoria... Una tortura física y psicológica constante, que hacía ver a Wawrinka la montaña cada vez más alta y lejana.
En cada momento que el helvético subió el nivel, se encontró con una 'nadalada', golpe imposible que solo existe en la imaginación de Nadal hasta que lo dibuja con su raqueta y el público lo celebra colectivamente con gesto de asombro y admiración. 'Stan the man' perdió su primera final de un grande. Visto lo visto, hoy hubiera necesitado un clon de sí mismo para tener opciones ante una máquina de tenis tan perfecta. Gracias Rafa por no dejar nunca de emocionarnos.