Una remontada con aroma a redención y sabor a anillo
¡Qué partidazo! LeBron James y Kyrie Irving se desfondaron. Tenían a los Warriors prácticamente en la lona, el 2-1 asomaba ya por el horizonte… pero entonces apareció, una vez más, Kevin Durant. Anotó 7 puntos consecutivos para pasar del 113-109 al 113-116 que dejó el marcador visto para sentencia tras una batalla que tardaremos tiempo en olvidar. La espera mereció la pena. Semanas de aburrimiento (y críticas) por el desequilibrio de fuerzas en la NBA actual que en Cleveland cristalizaron en un espectáculo grandioso. Repleto de errores inexplicables y aciertos fascinantes. Dos equipazos, un ritmo tan frenético como inhumano, una grada y una ciudad absolutamente volcadas, apariciones estelares como las de Irving en el tercer cuarto o Durant en el último que justifican cada hora perdida de sueño a lo largo de toda la temporada… Baloncesto al más alto e inimaginable nivel. Pura NBA.
Los Cavs consiguieron enredar en su telaraña a esos Warriors que tan superiores se habían mostrado en Oakland. Por momentos la sensación de déjà vu consiguió impregnar el encuentro. La dureza y agresividad de los campeones conseguía desactivar (y también provocar un nuevo cortocircuito en lo mecanismo mentales de Draymond Green) los automatismos ofensivos de unos Warriors que lograban mantenerse en pie gracias a su talento individual y a su acierto exterior. Admitámoslo, aunque solo fuera por un segundo, lo sucedido hace un año comenzó a rondarnos por la cabeza. Pero claro, el equipo del 73-9 no contaba con Durant, la pieza que, en boca de LeBron, les convierte en “el equipo con el mayor arsenal al que me he enfrentado”. El Rey y su escudero Irving llegaron extenuados a los minutos finales. Circunstancia que aprovechó KD para reivindicarse por enésima vez y sellar un triunfo con aroma a redención para Golden State. Los fantasmas de hace un año se apartaron para dar paso a una victoria que huele a reconquista, que huele a anillo. Hasta en Cleveland lo saben.