Adiós Calderón, adiós
El Atleti despidió definitivamente su estadio en un partido ante un combinado de estrellas con una derrota y decenas de momentos y décadas sobre su césped.
El hombre de pelo blanco y bigote mira por última vez el cielo desde el túnel del Calderón antes de un partido. Sobre él se van deshaciendo las línas rojas del escudo del Atleti. El hombre se ajusta más fuerte el brazalete de capitán e inspira. Es el último, el último partido del viejo estadio. Bajo las gafas, se le escapa la emoción. Es Carlos Peña, delegado histórico del Atleti. Su piel serán siempre los cimientos del viejo estadio.
Cinco minutos más, cinco más, pedía el viejo Calderón ante el Athletic. Pero ya no habrá más. Su reloj se agotó. Sus puertas no se volverán a abrir para el fútbol. De nuevo, ayer, los selfies, la lluvia salada, de pronto, la música, el himno. Yo me voy al Manzanares, Atleti, Atlético de Madrid, que hoy suena más alto que nunca, más triste. En el césped, Gabi, el último capitán del Atlético en la historia del Calderón, agarra fuerte a un niño de la mano para pisar por última vez ese césped que huele a río, a gladiador, que hoy cierra su historia.
Detrás camina Antonio López, como tantas otras veces. Antonio con la rojiblanca. Y Torres. Adrián, Perea, Vizcaíno, Pantic… Y cuando asoma Forlán, el aplauso infinito. Ellos será el último primer Atleti que despedirá el Calderón con su fútbol. En frente, un equipo capitaneado por Ronaldinho y que, con Mahrez, Zico, Seedorf o Senna suena a grandes noches de fútbol.
El balón rueda, pero duele. No, no, no. Que el tiempo se pare, que el Calderón no se despida. Ya no habrá más previas, más reuniones bajo los obeliscos de Pirámides, ya nadie apurara la cerveza en la barra del Chiscón mientras un gol temprano se escucha en el estadio.
El regalo del club. Ver jugar juntos futbolistas que erizaron la hierba del Calderón en diferentes épocas. Fernando Torres animó a Pantic desde la grada, ahora están juntos. Precisamente Pantic protagoniza el primer gran momento. Es el minuto siete, Pantic camina hacia el córner para lanzar uno. Es su córner, allí donde una mujer de Talavera, Margarita, ha plantado claveles los últimos 21 años. Lo alza, lo besa, lo dedica. Milinko Paaantic, el aire lo llena su nombre.
Y, mientras, las miradas. Otra vez en todas partes. Los goles que se llevará la piqueta. Fondo norte, los goles de Simeone y Kiko aquella tarde de mayo al Albacete. Fondo sur, el primer de Luis en 1966, los dos últimos de Torres hace dos domingos. Tic-tac. Quince minutos ya. En un área, Mahrez enciende una chispa y Canilla marca, aunque en fuera de juego; Mendieta está a punto de marcar un gol realmente increíble y Ronaldinho demuestra que al talento no le salen arrugas. Forlán está empeñado en lo mismo. El Calderón bota como tantas otras veces mientras llegan los primeros cambios. Son muchos los futbolistas para despedirse. Tantos los momentos que representan.
Abel, entrenador del Atleti esta tarde, la última tarde, habla con Óliver Torres cuando llega el momento. Delante Higuita. Escrito estaba. El Niño del Calderón, vaselina para superar a Higuita, que todavía no se ha sacado de las botas su escorpión, y un homenaje: Torres que cae con los brazos en alto, el arquero de Kiko. El Calderón, de pronto, es como si tuviera veinte años menos. Este no es su último partido. No. No puede ser. Caminero está sobre su césped, como en el Doblete.
Mahrez, que hace tan poco soñó alto con su Leicester sobre este césped, se inventa una jugada por la derecha que termina en el gol del combinado de estrellas de Scholas. Lo marca Caniggia. También lo celebra el Calderón. De pronto son los ochenta. Penalti sobre Caniggia y un homenaje: el portero que cumple el sueño de hacer un gol. Lo marca Higuita, a Leo Franco, que adivina.
El descanso es triste. El último. Querido estadio que te vas y ya es definitivo. Cuarenta y cinco minutos te quedan. Los últimos cuarenta y cinco. Donato vuelve a vestir rojiblanco, Koke y Saúl comandan, el fondo sur se pone en pie para recibir a uno siempre de los suyos, Uj-fa-lu-si. Óliver agarra un balón y el Calderón se pellizca ante otra de sus jugadas de dibujos animados.
De pronto Donato toca un balón con la mano y Ronaldinho lanza. Entre su balón y la red, el palo, como si fuera tu última voluntad, que allí los goles se terminaron, que el último, ya sí, ahora sí, sea el de Torres, como debió serlo ante el Athletic. Pero Yarmolenko lo estalla. 1-3 para el combinado de estrellas. La tarde va cayendo sobre la hierba mientras la goleada continúa, sin que el Atleti de Gabi Moya, Julio Salinas, Setién o Salva Ballesta falla un penalti o envía un balón al larguero. Aunque Pedro, como en aquella remontada al Barça, haga de penalti el 2-5, comienza la remontada. Más cambios. El reloj del Calderón que camina hacia atrás al leer los nombres de los jugadores que van a jugar. Pereira y los setenta. Mejías y el Atleti de los ochenta. Alejandro y los noventa.
Él hace el tercero. La grada canta Sí se puede entre el himno. La última gran remontada. Pedraza hace el 4-5 para regalarse esa esperanza. Ay, que sólo quedan cinco minutos. Cinco para mirarte, para ver tu cielo, para respirarte. Cinco minutos. Me da igual que Dudek pare o no, me da igual que ese combinado marque. Ojalá pudiera parar el tiempo, que se quedara para siempre entre las botas de esos futbolistas que te juegan, cualquier lugar entre los sesenta y 2017, para que no te vayas, para que no nos dejen, para frenar la piqueta que arrancará todos tus goles en unos meses. Te llevas momentos, te llevas personas, te llevas besos como ese que Ronaldinho acaba de darte, en medio de tu césped. Cuando el árbitro pita, el público se levanta pero nadie se va. De nuevo los ojos, las fotos, la lluvia salada. Ese silbato también arrancó una parte de sus entrañas, esa que no ha dejado de mirar con nostalgia Carlos Peña desde los túneles cuando el himno suena por última vez en los altavoces. Perfectamente podría ser el de Sabina... ¡Qué manera de palmar! Aunque el resultado esta tarde no es de verdad la tristeza del día. Tus puertas se cierran y ya nadie volverá a cruzarlas en septiembre.
Adiós Calderón, adiós, te vas, pero cuánto dejas... Todo el aire lleno de ti (y para siempre).