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No se culpe a nadie

En las derrotas es fácil buscar culpables. El título de un cuento de Julio Cortázar es la mejor advertencia ante esa tentación: No se culpe a nadie. Fue un partido tan bello que es mejor verlo desde la perspectiva del esfuerzo de dos grupos humanos con idéntica pasión compartida: ganarle al otro. Hubo de todo en ese intercambio de golpes futbolísticos, algunos más fuertes que otros, unos fueron físicamente dolorosos y otros fueron latidos difíciles para el alma de los aficionados que consideran que cualquier contienda es el juicio final.

Hubo también la intensidad de la belleza. Uno de los gestos que fueron señalados en el campo como consecuencia de la locura del fútbol, el avance de Marcelo con un 2-2 benéfico para el Madrid, tendría que ser celebrado por los madridistas como consecuencia de una enseñanza: el Madrid siempre sale a ganar. El empecinamiento de Marcelo me pareció ejemplar. Los que le afearon la conducta (en el campo y en declaraciones postpartido) harían bien en rectificar: Marcelo hizo lo que aprendió en el Madrid.

Hubo en el campo un gamo envenenado al que todos quisieron parar, uno a uno. Ese gamo es Messi, que está dotado aún de la pasión juvenil de ganar a toda costa… si lo hieres. Y hubo una herida concreta, causada por cierto por Marcelo, y un empecinamiento desesperado de Casemiro por seguir, seguramente, las instrucciones de su entrenador y parar ese gamo costara lo que costara. Casemiro hizo lo que tenía que hacer; y la respuesta de Messi es, por otra parte, la que se le conoce: correr más, vencer hasta la sangre para reivindicarse ante un graderío que simboliza para él un objetivo sentimental poderoso: ahí está el alma del rival de muchos años. Él está adiestrado, desde niño, para ganarle al Madrid. No es que fuera su última oportunidad, pero este tipo de futbolistas siempre cree que cualquier partido es su última oportunidad. Los que mandaron a marcarlo así no sabían, quizá, al zarpazo al que estaban expuestos.

Fue un partido jugado con el alma. Por ejemplo, la excursión magnífica de Sergi Roberto, que dio lugar al tercer gol, el segundo de Messi, es una jugada ensayada con el alma, no con la pizarra. Culpar a Marcelo del desamparo de Keylor es, de nuevo, una manera de ignorar que en esa jugada había la fuerza que alcanzó el mismo muchacho cuando sintió que tenía que derrotar al PSG en una ocasión igualmente desesperada y solemne.

Marcelo hizo un gran partido y se explicó con enorme nobleza cuando advirtió críticas. Para mí, que soy del equipo contrario, me resultó, con Messi, con Keylor, con Ter Stegen, uno de los héroes del encuentro. Por asumir en solitario culpas que no tiene. Después está el episodio Sergio-Gerard. Pero de eso no quiero hablar porque no tiene que ver con el fútbol sino con las conversaciones de bar. El fútbol es otra cosa. Se aprende viendo al Madrid, se aprende viendo al Barça. Quien considere que un partido así se debe ver buscando culpas es que no ama el juego sino el resultado.