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La camiseta de Messi

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Un gran partido. El resultado es casual, como un regalo que supera al fútbol mismo. Si hubiera sido al contrario hubiera sido justo también. Y el empate hubiera sido justamente igualmente. Estaba Messi. Es un nombre que desequilibra cualquier hipótesis.

Sangre y lucha. Fue un partido impar. Hubo un momento que puede ser simbólico: cuando Marcelo choca con Messi y le produce un corte en el labio. El argentino se queda fuera de juego en un ratito y vuelve al campo sangrando, con una venda en la boca. Luego empezó el vaivén: el Madrid vencía a los puntos, pero el ‘10’ del Barça quiso enloquecer el partido. Fue una lucha difícil, pero unos minutos más tarde el Barça derrotado del inicio (y de la temporada, en cierto modo) recuperó su ansia de juego, y desactivo lo mejor que tiene el Madrid, el ‘7’. Ya fue un partido entre camisetas.

Las camisetas. Es la primera vez que los dos equipos tienen onces de lujo en los que sólo destaca una de las dos camisetas. Cristiano no tuvo la asistencia que tuvo Messi en el cuadro azulgrana. Y es que el asistente azulgrana de Messi… fue el propio Messi. Este futbolista tiene sobre sí una responsabilidad que excede el propio fútbol: habita en él la voluntad de revancha, idéntica a la de Cristiano, pero carece de pudor para ir a buscar el alimento de su ego. Está en el centro del campo, se ocupa de rebanar un balón, un centro que él mismo se da, y luego asombra con la definición de sus deseos. Es un gramático callado; sólo habla con las manos… y con los pies. La lengua se la guardó anoche en la boca dolorida. Su segundo gol es el de ese muchacho que nunca quiso perder en los campitos. Fue el que se quitó la camiseta.

El juego contrario. El Madrid tiene más fortaleza que el Barça; está preparado para ganar, una maquinaria perfecta; por eso tiene tanto mérito esta maquinaria de segundo nivel del Barcelona. Acorralado, sin otra fortuna que la que le depara ese 10 de allá arriba, perdido en defensa, se despertó en un momento dado como si hubiera recuperado la memoria. Conducido por Iniesta y acuciado por las urgencias estéticas de Messi, rompió al Madrid con suavidad, sin estridencias. El juego contrario lo exaltó, no lo hundió. El resultado del encuentro entre estas dos culturas del juego fue el mejor en mucho tiempo.

La nobleza. Que nadie rompa la nobleza de este juego en la alta cumbre. No merece el partido el arbitraje que tuvo. Don Luis Suárez Miramontes dijo en Carrusel que era demasiado “para este canario”, Hernández Hernández, Hernández al Cuadrado. Pero creo que esta grandeza de fútbol que vimos, partido con tanto trabajo como delicadeza, no permite la entrada en la discusión de los árbitros. Si un árbitro estropea un partido así le estaríamos haciendo un favor oscuro al mejor deporte. Cuando Messi marcó el tercer gol se dividieron las caras, cariacontecidos o asustados por la perentoriedad eficaz del tanto del argentino. Sobre éste pesa la historia de sus pasiones, pero también los disgustos recientes, que han hecho que este mes del Barça haya sido un vía crucis. Messi se mereció la alegría que mostró al aire su camiseta. El árbitro entonces entró –otra vez—en liza y le sacó la amarilla. Caramba con mi paisano, qué atento a la jugada. Pero he dicho que nada de hablar del árbitro. Enhorabuena a los dos y a sus aficionados. Tardaremos en ver algo así. Ojalá en él estén, todavía, Cristiano y Messi. O Keylor y Ter...