El Celta entra en la historia
Se metió por primera vez en semifinales de una competición europea. Sisto adelantó a los de Berizzo, que sufrieron hasta el final por el gol de Trossard.
Para que las cosas sucedan primero hay que soñarlas. Es una frase de Berizzo que se ha convertido en lema del celtismo y hasta se vio reflejada en una pancarta hace una semana en Balaídos. Y las cosas siguen sucediendo porque este equipo, el Celta, y esta afición no dejan de soñar. Es muy difícil explicar con palabras el sufrimiento y la satisfacción vividas hoy. Fueron noventa y siete minutos de puro infarto. Fíjense cómo fue que un aficionado del Genk tuvo que ser atendido en la grada por culpa del nerviosismo patente. Pero el fútbol no entiende de salud y este veterano seguidor belga se negó a abandonar su butaca. Porque uno es de un equipo hasta el final. Puro fútbol.
El partido respondió a todas las expectativas de las grandes citas. El estadio lleno, a rebosar, rugiendo como si fuera el último grito, con un colorido impresionante. Tal fue la puesta en escena que los célticos parecían fuera de sitio en los primeros minutos, desubicados. Cada vez que el Genk pasaba del mediocampo el estadio era una olla a presión y Trossard (¡qué jugador!) no tardó ni cinco minutos en hacer de las suyas. Se deshizo de Mallo y depositó el cuero en la cabeza de Samatta, que remató fuera.
Le replicó el otro protagonista del duelo, Pione Sisto, con un derechazo teledirigido a la escuadra al que le faltaron unos centímetros de rosca.
A partir de ahí, el Celta se adueñó del esférico para así templar sus ánimos y enfriar el calentón belga. Antes del descanso, Berizzo se vio obligado a mover su primera pieza por la lesión de Guidetti. Beauvue fue el elegido y tardó segundos en rematar, obligando a Ryan a demostrar sus extraordinarios reflejos. Acto seguido Aspas también amenazó con un disparo que se fue desviado.
En la segunda parte se destapó el tarro de las esencias y el partido se convirtió en una caja de sorpresas. Beauvue desperdició un mano a mano y después Pione Sisto golpeó el balón con el alma, empujado por todo el celtismo, y envió el balón a la gloria. O eso parecía, porque para lograr la histórica hazaña hubo que sufrir. Y mucho. Trossard se resistía a dejar Europa y se inventó un gol de genio. Faltaban veinte minutos, pero parecieron 23 años, los que pasaron desde que el Celta perdió aquella final de Copa en Madrid, también en un 20 de abril. Esta vez la historia tuvo un final feliz. Y el sueño continúa...
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