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Del hielo al Fuego en una gran noche de Reyes

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La guasa. Entró al campo silbado por la afición verdiblanca y salió a hombros por los hinchas pericos. El protagonista entendió el pique y se puso el mono de derbi sevillano, ese que lleva tatuado en la piel. Todos lo querían abrazar, besar, y él no dejaba de sonreír. José Antonio Reyes decidió la partida de ajedrez, el ejercicio de orden espartano de Betis y Espanyol, con una obra de arte. Fue su noche. El mediapunta recortó con su zurda mágica y le pegó con la derecha. Un tiro imposible, intencionado, de una dificultad máxima. 2-1. Lo celebró a lo grande ante su eterno rival, piques que solo se entienden en Sevilla. Reyes fue el portador del síndrome de la felicidad.

Irracionalidad. Una felicidad que escapa de lo racional y brota de lo emocional. Así se debe interpretar el partido. El Espanyol promulgó el orden pero reinó en la cólera, con el toque de corneta, con Fuego rematando el rechace de un centro y Reyes en plan Cid, el rey del patio, el bueno, el que tiene que disparar la última bala. Contradicciones de un choque entre iguales, con Quique y Víctor como dos moldes, el experto y el que quiere serlo. Pero siempre queda le rebeldía. El 0-1 desató al equipo perico, como si hubiese estado metido en una jaula durante 80 minutos.

Contrastes. Antes de eso, los jugadores salieron al campo consolando a Óscar Duarte, operado con éxito, (“mucho ánimo, Mae”, rezaba la camiseta) y estuvieron a punto de desconsolarse. Un penalti que no se vio en ninguna de las tres repeticiones que ofreció Gol pudo sentenciar el partido. Pero el mismo verdugo fue luego el héroe del empate. Del hielo al Fuego pasó el Espanyol, con los gritos de fondo de David López, quien tras el 0-1 lo vio claro. “Queda tiempo”, les decía a sus compañeros.

La transición. Pero antes de todo eso, el Espanyol se había ahogado en sus propias lágrimas. No podían los blanquiazules dominar el partido, faltos de ideas ante el orden bético. Solo Gerard encontraba espacios y repartía el juego, pero los blanquiazules veían el color verde por todos los rincones del campo. No fue la noche de Álvaro, nuevamente suplente, ni tampoco la de Caicedo, sustituido, desacertado y algo cuestionado. El fondo de armario salió al rescate, con un Melendo que dejó clara su calidad y un Reyes que, como su amigo Joaquín en la otra orilla, aún guarda conejos en la chistera.

San Mamés, la final. Quique logra su victoria 100 en la Liga, después de 227 partidos, mientras su Espanyol sigue navegando a una velocidad que le hará pelear por esa séptima plaza soñada. El reto era conseguir 20 puntos y ya se han sumado tres en el primer intento. El partido del martes no es una final pero hay que tomárselo como tal. ¿Buen momento para tomarse la revancha de la eliminación en la Copa?