Tercer tiempo
El Barça descolorido
El Madrid de nuevo de blanco allá arriba. El Barça, descolorido, descolgado de la brocha de sus entusiasmos inesperados. Sin inspiración, como el Madrid, por cierto, añade sal atlántica a la herida que padece. Un equipo apático, deja de correr, y de pronto arrea. Para nada. Tras el éxito, la tristeza, que es la felicidad de los melancólicos. Ni azul ni grana: el del Barça fue un color quieto, neutro. Insuficiente.
Correr, correr
Correr, correr, en el Sevilla corre Sampaoli ahora. Hubo una época en que corrían todos. De pronto les entró la pájara anual, que fue patrimonio del Barcelona. Lo que pasa en el fútbol tiene la trascendencia que avisa la teología: el hombre puede saltar de la alegría a la tristeza con un golpe de Dios. Le ha pasado al Sevilla de Sampaoli que ha pasado de la gloria a la incertidumbre en un plis plas.
El himno
De la música del himno se ha pasado a las palmas del graderío… hasta el martes. Aquí subes y bajas en ascensores supersónicos. Si tras el fiasco ante el Leganés, que adormece a los gigantes, hubo pitos en las gradas, ante el Leicester puede haber arrebato y jolgorio. La afición es así. Se calma una herida con un vendaje de lujo. Ahí tienen a Luis Enrique, que le ha crecido la sonrisa en la Champions a lo ancho de su cara.
La felicidad
Así que la felicidad, que es el objetivo del fútbol, mucho más que la pura competición, va y viene como van y vienen los entrenadores. Recordamos a Marcelo Bielsa, maestro de Guardiola, de Valdano, de Zubizarreta y de Segurola, que repartió fútbol sentado en cuclillas. Él sabe lo que dice: éxito y felicidad no funcionan como sinónimos. Puedes tener éxito y estar triste. Así debe estar por dentro Luis Enrique.
Uñas y dientes
Le ha pasado a Míchel. Tiene la felicidad de llegar a la tierra del pescaíto, la cuna de Juanito y Banderas. Es un tipo feliz, quizá el más simpático de la historia madridista. Y nada más llegar, zas, se le queda la cara (y la boca) de palo. El Alavés no está para bromas. Se defiende con uñas y dientes y su objetivo es la felicidad de tumbar al Barça, quitarle a Luis Enrique uno de los trofeos a los que éste aspira.
Ascensor parado
Parece que el Valencia se activó sólo para ganarle al Madrid. Esa fue su felicidad; el éxito se ha quedado parado en el ascensor que puso en funcionamiento aquella tarde memorable. Después, ¿qué pasó? Sampaoli sigue corriendo, pero Voro está en ese ascensor sin rumbo. Como Setién: puso al Madrid en su sitio, luego le ganó a Osasuna con malabares y el Espanyol lo vuelve a parar.
Camino al fin
Por mucho que corran los entrenadores los equipos tienen la palabra en sus pies. El Granada está haciendo lo imposible, pero tiene los pies cansados; le pasa algo parecido al Sporting, pero pudo respirar al fin. Un empate es la gloria de los perdedores. Lo bueno del fútbol es que en la cuesta abajo de LaLiga se hacen piedras los sueños. No hay ni felicidad ni éxito. Hay resignación, una peligrosa virtud cristiana.
El duelo vasco
Real-Athletic. Eusebio, Valverde. Aspirantes al banquillo del Barça. Ganó Valverde. ¿Presagio de su futuro? Educados para llevar corbata y alpargatas, como Pep. Menos gesticulantes que Luis Enrique. Cuando acabó el partido vi en AS. “60.000 personas firman para que se repita el Barça-PSG”. Alguien envió este mensaje: “¿Tanto les gustó?” El Barça se fue al garete en A Coruña. Triste Barça del traspié.