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Un Madrid sin hipotecas

El Madrid repitió en Ipurua el partidazo que ofreció hace dos meses frente al Sevilla, con un rasgo común: en ninguno de los dos encuentros jugaron Cristiano y Bale, dos extraordinarios delanteros que demasiadas veces permanecen ajenos a las obligaciones colectivas.

El Madrid jugó hace dos meses el mejor partido de la temporada. Fue contra el Sevilla, en la ida de los octavos de final de la Copa, después del descanso navideño y de ganar el Mundial de Clubes. Borró del mapa al mismo Sevilla que le derrotó 10 días después en la Liga y que ahora le amenaza en la clasificación. Un excelente equipo que sufrió un destrozo aquella fría noche de enero. Con una asfixiante presión defensiva, instantáneas recuperaciones del balón y una muchedumbre de centrocampistas, el Real Madrid ganó 3-0 y entusiasmó a todo el mundo. Lo mismo sucedió el sábado en Ipurua. Con algunas lecturas parecidas.

Aquel Madrid arrollador jugó sin Bale, Cristiano y Benzema. En su lugar actuaron James, Morata y Asensio. En Ipurua, la delantera correspondió a Lucas Vázquez, Benzema y Asensio. A simple vista, son más llamativas las ausencias ---Cristiano Ronaldo y Bale--- que la presencia de varios suplentes habituales. Sin embargo, el rendimiento en los dos partidos ha sido tan relevante que invita a la reflexión. El Madrid puede ser el más contundente de los equipos con Bale y Cristiano, pero su juego generalmente es peor.

Por lo que se refiere a la contundencia, el Madrid marcó tres goles al Sevilla y cuatro al Eibar sin 200 millones de euros en la delantera. Nadie puede discutir la jerarquía futbolística de Cristiano y Bale. Producen goles, trofeos y dinero para el club. Son dos de los jugadores más reconocidos en el mundo. En su mejor día pueden ganar un partido por su cuenta. En sus peores tardes, también. Son divos en un mundo donde lo estrictamente futbolístico pesa menos que la influencia de las grandes figuras en el capítulo mediático y comercial.

Por evidente que sea el peso de Cristiano y Bale en el equipo, no debería ocultar la realidad del otro equipo, menos glamuroso pero más armónico, versátil y enérgico. En Ipurua regresó una versión que se había desvanecido en las últimas jornadas. El Madrid no dejó respirar al Eibar, le empotró en su área, ganó todos los duelos individuales, se impuso en las acciones divididas y encontró excelentes fórmulas creativas.

Los delanteros, por ejemplo, resultaron casi indetectables para la defensa del Eibar. No se resignaron a ocupar una posición. Aparecieron por todas partes y colaboraron con gran eficacia tanto en la presión defensiva como en la generación de juego. Benzema, tan pendiente de Cristiano y de Bale, pareció el futbolista más liberado del mundo, con la clase de expresividad y liderazgo que muchas veces se desvanece entre sus dos célebres compañeros de delantera.

En Ipurua se enviaron varios mensajes. El primero está relacionado con la plantilla: es magnífica. Otra cuestión relevante es el rendimiento de jóvenes como Asensio, Nacho y Lucas Vázquez. Entran y salen del equipo, a veces no se les convoca, rara vez decepcionan, si es que lo han hecho alguna vez, y nunca generan un problema. Pocas veces en la historia del Real Madrid se ha visto una producción tan alta por parte de sus jóvenes jugadores y un grado tan mínimo de quejas. De hecho, no se les ha escuchado ninguna. Zidane y el Madrid tienen una bicoca con estos chicos.

La gran lección de Ipurua es de orden futbolística. El Real Madrid puede jugar maravillosamente, siempre que no se hipoteque con factores que le alteren. Es imposible funcionar como la seda si no hay una implicación absoluta de todos. Es el desafío que Cristiano y Bale incumplen más de la cuenta, sin otro motivo aparente que el de su condición de estrellas intocables.