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Distorsión y cambios

México

El fútbol comienza a aceptar un principio no escrito, pero evidente: el Mundial de Clubes funciona como un factor de distorsión en la Liga. Los últimos años han sido categóricos en este aspecto. El Barça de Guardiola, el Bayern y el Real Madrid de Ancelotti sufrieron un declive inmediato después de disputar las finales de 2012, 2014 y 2015. Les afectó el virus de un torneo que es más apreciado por las casas comerciales que por los aficionados. Su principal característica es generar un campeonato cojo durante uno o dos meses, añadir fatiga al campeón europeo y romper el ciclo del campeonato nacional. El partido de Mestalla dejó numerosas huellas del extraño proceso que se alimenta cada año en el Mundial de Clubes.

Un enérgico Real Madrid se encontró a finales de febrero con una versión muy distinta del deprimido Valencia que dirigía Cesare Prandelli a principios de diciembre. Este Valencia, todavía convaleciente, se sentía menos apurado en la clasificación y con algunas novedades en el equipo. El ingreso del chileno Orellana y del italiano Simone Zaza había revitalizado al Valencia. Todos los demás elementos favorecían la idea de un duelo más igualado y tenso de lo que se presumía dos meses antes, con el factor añadido de Mestalla, que no es un campo cualquiera cuando se pone de parte de su equipo.

Perdió el Madrid en un partido vibrante, donde se vio al mejor Valencia posible en estos días y a un líder con menos solvencia de lo habitual, pero con empaque. Más noticioso que el resultado fue la lamentable actuación de Varane, un espléndido central con una extraña tendencia al bache imprevisto. No es la primera vez que convierte un partido en un borrón. No tuvo mayor responsabilidad en el golazo de Zaza, pero salió ofuscado de la jugada. En la siguiente acción perdió la pelota donde no debía. Ahí se prendió el Valencia para marcar el segundo.

El Madrid había jugado bien antes del primer gol, pero dio sensación de desorden defensivo. No fue un problema de actitud, como tantas veces se dice ahora, sino de rigor. Al equipo no le faltaron virtudes: siempre transmitió la impresión de poderío, de girar el resultado y de llevar al admirable Valencia a un grado casi insoportable de sufrimiento. Al sensacional partido de Carvajal se añadieron Marcelo y Kroos, una máquina de precisión para encontrar al compañero adecuado.

Zidane intervino en el segundo tiempo para gestionar la actual situación de abundancia, definida por el regreso de Gareth Bale después de tres meses de baja. Cambió a James por el delantero galés. Tenía sentido. James había sufrido en la derecha. Si no juega con libertad, pierde muchas cosas. Los dos cambios posteriores fueron más discutibles. La lesión de Varane, al parecer afectado por una contractura y por el peso de sus errores, significó la entrada de Nacho, cuando el Valencia apenas podía dar un paso adelante. Extrañó que no ingresara Isco por el defensa francés.

En esas circunstancias, cabía la posibilidad de retrasar a Casemiro, con un papel menor en la tromba atacante final, colocar a Kroos como medio centro, sin Orellana a su espalda (el chileno había sido sustituido) y con todo el panorama para tirar pases. Con Isco, el Madrid tenía al futbolista perfecto para jugar al borde del área y filtrar pases interiores, una alternativa que el equipo desatendió en favor de una incesante sesión de centros. Sin embargo, Zidane dejó a Casemiro como medio de cierre y Kroos en la media punta. El cambio de Modric por Lucas Vázquez tuvo un mal efecto: debilitó el medio, convirtió el dibujo en un 4-2-4, dio algo de aire a los centrocampistas del Valencia y limitó las variantes del juego. O centros, o nada. Finalmente, nada.