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ATLÉTICO 3-2 CELTA

El Atlético de Madrid nunca deja de creer

Griezmann y Carrasco remontaron en dos minutos el tanto de Guidetti (80'), que barruntaba desastre. Golazo de Torres, que falló un penalti. El Atleti, otra vez cuarto.

MéxicoActualizado a
El Atlético de Madrid nunca deja de creer
laliga

Sigue la narración del Bayer Leverkusen-Atlético de Madrid de Champions League

Minuto 5 y hasta ese hierbajo que crece en el agujero del asiento siete, grada lateral, fila diez, se estremece. Minuto cinco y hasta la lluvia que cae parece detenerse. Minuto cinco y el Celta lanza un córner, franco, sencillo, fácil para Moyá pero el portero, en vez de intentar atrapar desvía de puños, en un gesto extraño que acaba convirtiéndose en una asistencia perfecta para Cabral. El balón quedó justo ante su cabeza, a dos palmos de la línea de gol. No desdeñó el regalo.

Cabral remató, gol. Minuto 5 y acababa de quedar claro que este sería uno de esos partidos capaces de acelerar el pulso de las manijas de un reloj. De llenar cosas, muchas, los minutos elásticos del fútbol. Este error de un portero, otro gol obra de arte, y también un penalti pedido y otro fallado, dos palos, fútbol eléctrico y dos entrenadores sin voz en los banquillos. Eso, sólo en 45 minutos, en la primera parte. Cinco minutos tardó en devolverle Torres la voz al Calderón. Y cómo.

Porque hay goles que son como los amores no correspondidos, de los que no se olvidan. Y Torres nada de sabe de goles cualesquiera. Hizo aquel que a España le dio una Eurocopa. O aquel como éste, al Betis, de los que no envejecen. Ante el Celta sumó otra maravilla a su catálogo después de que Carrasco le encontrara con un balón por la izquierda. El Niño está de espaldas, recibe el balón y se inventa una chilena de espaldas que vuela a la portería contraria en una parábola preciosa, como quien se quita una mota de polvo del hombro, como si no costara, como si fuera fácil. Con el Calderón aún boquiabierto, ojiplático, Torres se dio la vuelta para buscar a quien regalar su gol: Moyá. “Tranquilo”, podía leerse en sus labios. Tranquilo. Ya se había encargado él.

Los dos goles habían sido los dos golpes más fuertes de un partido lleno de ellos. Ninguno de los dos equipos se arrugaba. Los dos miraban de frente al otro. El Atleti al Celta. El Celta al Atleti. Si Torres era un alboroto cada vez que entraba por la izquierda (pidió penalti en el 20’ por derribo de Roncaglia), Pistone le daba la tarde a Juanfran, un agujero: por ahí se colaba siempre el Celta.

Eran minutos de dominio alterno, ahora tú, ahora yo, de combinaciones y transiciones rápidas, como si ninguno de los dos tuvieran heridas en las piernas o goles en contra. Entonces el Calderón volvió a perder la voz. Y no se la quitó Jozabed al enviar un balón al palo tras una jugada eléctrica del Celta, sino aquel que en el minuto 10 se la había devuelto: Torres. Fue después de que el árbitro pitara un penalti sobre Carrasco. Después de que el belga quisiera lanzarlo pero lo pidiera también El Niño. Pesó el galón, pero no el acierto. Como en una comedia grotesca el balón se estampó contra el travesaño. Es el tercero que falla en ocho días. El sexto esta temporada. Ha lanzado nueve. Se le puede llamar ya problema.

El fútbol se atemperó en los primeros minutos de la segunda parte, como si la caseta hubiera servido para devolver a las manijas del reloj su pulso normal. Si Juanfran se quedaba en la caseta, Carrasco era todo en el Atleti: el que atacaba, centraba e intentaba.

Fue trece minutos antes del final, cuando los asientos se llenaron de púas, cuando la lluvia comenzó a calar, cuando el Celta desnudó al Atleti en dos contras fulmíneas. En la primera, Guidetti envió el balón al cielo. Era sólo un ensayo para la segunda: cuando lo depositó en la red de Moyá. El Calderón silbó, miró preocupado la tabla, y el marcador. Entonces, el fútbol: puede no pasar nada en 40 minutos o todo en tan sólo dos. Carrasco, que un rato antes no se había ido al banquillo porque justo cuando casi salía Saúl se lesionaba y Simeone rebobinaba, cortó de golpe, con una volea, todas las púas. El fútbol: tenerlo perdido y dos segundos después ganado. Porque si Carrasco empató, un minuto después Griezmann dejaba su sello a la noche para culminar la remontada y soplar todas las púas. Simeone lo celebró con la furia del que gana cuando todo lo tuvo perdido mientras su estadio miraba el reloj quieriendo pararlo: sigue su cuenta hacia atrás: sólo ocho de Liga le quedan. Ocho. Todos finales. Como la de ayer.