¡Rudy, Rudy, Rudy! Se entona en la mente de todo aquel que pasa frente al casco autografiado de Rudy Ruettiger , el incansable estudiante de Notre Dame que alcanzó su sueño de jugar con los Fighting Irish en una historia inmortalizada en el filme que lleva su nombre.
La tonada se interrumpe de golpe. No hay tiempo para preguntar por la subasta del nostálgico casco o la fotografía de Ruettiger. Los gritos de una pequeña muchedumbre traen a cualquiera de regreso a la realidad. ¿Qué pasa? Una intercepción en el torneo de Madden ha cambiado el rumbo del encuentro y los alrededor de 50 aficionados presentes disfrutan el momento, como si fuera un juego de verdad.
Y lo es. Todo en la NFL Experience es un juego de verdad . En toda la extensión de la palabra. Un joven patea un gol de campo tan malo que solo delata que nunca jugó fútbol. Una patada tan mala que hubiera enorgullecido a Mike Vanderjagt.
El pequeño de no más de 10 años, radiante en su jersey de Tom Brady, finaliza su trayecto de obstáculos . Su sonrisa es tan brillante que oculta la silla de ruedas en la que está postrado. El espíritu del deporte. La razón por la que existen eventos como la NFL Experience, un lugar en donde todo el mundo deja la diferencia de edades en la puerta.
Y balones. Oh por Dios cuantos balones . Los suficientes que Tom Brady no sabría por dónde empezar a desinflar. Y hay más a cada instante, una mini fábrica de hecho, con personas que explican cada parte del proceso de manufactura, cortesía del compañero de naufragios de Tom Hanks.
No hay una sola persona que no esté sonriendo. No hay nadie en todo el inmenso primer piso del Centro de Convenciones George R. Brown que no tenga su teléfono a la mano, listo para disparar la siguiente fotografía.
Y en el centro de todo, mudo, casi desapercibido y oculto de la entusiasta mirada del observador no entrenado, el invitado de lujo. El motivo por el que Falcons y Patriots están en la ciudad. La razón por la que Houston es, por una semana, el epicentro del mundo deportivo. La razón por la que todos ellos están aquí, de hecho. El trofeo Vince Lombardi.
Tan inalcanzable. Como lo fue alguna vez el sueño de Rudy.