Al Atleti se le atraganta la Liga, no pudo con el Alavés
El Alavés tuvo fases en las que fue mejor que los rojiblancos. Pacheco y Moyá, de los mejores del partido. El décimo pinchazo, en 20 partidos, de los de Simeone.
El Alavés avisó en el primer balón. Fue echar a rodar y Camarasa correr a la portería de Moyá como si no hubiera mañana. El balón acabaría en el cielo, pero la intención sería una constante: el Atleti estaba sobre el césped para ver más de cerca a otro equipo jugar, el Alavés, todo vértigo y velocidad. Fueron 45 minutos de baño. El jabón lo llevaba en la mano un viejo conocido: Theo.
El hermano de Lucas, el lateral del Alavés prestado por el Atleti, lo acaparaba todo. El control, el balón, las ocasiones y los focos ante un Carrasco que, cuando quería hacer algo, ya no podía: Theo ya no estaba. El Alavés se divertía ante un Atleti de comparsa. Pero Marcos Llorente era el dueño de todos los balones y jugadas, Camarasa encontraba alfombra roja en cada carrera hacia Moyá e Ibai siempre remataba solo. Y es que, si Carrasco estaba mal, Gaitán peor: una estatua. Ni bajaba, ni cubría, ni defendía. Un nini del fútbol. Un hombre menos.
El Alavés no tardaría en convertir en ocasiones su superioridad. Un disparo de Ibai al cuarto de hora que paró Moyá, el único del Atleti que parecía estar, y un balón de Manu García que si no terminó en la red fue porque se estampó en el larguero y, después, en el rechace, Deyverson y Laguardia se estorbaron. Simeone si hubiera podido hubiera pedido tiempo muerto. Tan mal estaba su equipo. Invirtió las posiciones de Carrasco y Gaitán su equipo comenzó a emitir señales de vida, pero poco más. Correa y Juanfran a los 25 minutos ya calentaban en la banda.
Griezmann no trenzaba, Saúl se empecinaba en ir por el centro y Koke nunca tenía el balón. Sólo una vez logró bajarlo al suelo y jugarlo con pausa: el balón pasó por Carrasco y Griezmann antes de terminar en Gameiro y nada porque al francés siempre le falta un centímetro para todo. Rematar, controlar, crecer. Esta fue la única ocasión del Atleti en la primera parte. Tan pobre jugaba.
Y menos mal que al final de los ataques del Alavés aparecía el corpachón de Giménez a estorbar a Camarasa, porque Godín estaba pero no estaba y, ahora que Simeone había recuperado a medio hombre al mover a Gaitán a la derecha, perdía a su central referencia y volvía a jugar con nueve y medio. Nunca un descanso fue tan descanso. Cuando el árbitro lo pitó, Simeone se miraba la piel: muchas magulladuras pero ninguna puñalada. Los 45 minutos de agua le habían dejado, al menos, la piel intacta.
Estaba el Atleti tan mal su primer saque de esquina llegó en el 53’. Terminó en nada, pero al menos ya era algo. Camarasa seguía a lo suyo. Correr hacia el área de Moyá como si no hubiera mañana mientras Godín miraba y Giménez no tenía tanto cuerpo para hacer por dos. Un cuerpo que, en el 54’, decía basta. En una jugada con Deyverson caía al suelo y su aductor se rompía. Lloraba mientras se iba, haciendo la cuenta de lo que puede perderse, un mes, el Barça en Copa, ahora, que con su garra había recuperado el sitio: su hueco es grande.
La salida de Giménez precipitó todos los cambios del Cholo. Fuera Gameiro y Carrasco, los dos intrascendentes. El francés se quedó pensativo en el banquillo, el belga le pegó una patada a una botella de agua. Torres y Correa ya estaba en el campo y, en el primer balón que tocó el argentino terminó en una ocasiones. Más de lo que en los 61 minutos anteriores había pasado en el área de Pacheco. El campo seguía volcado al área de Moyá: carreras de Camarasa, ocasiones, disparos de Edgar que obligaban a Moyá y el Alavés que no reducía la intensidad. No había cansancio. Era un asedio, una y otra vez buscando la red de Moyá.
Fue justo después de que Mendizorroza despidiera a Camarasa en pie, un rojiblanco le pegó un patadón a un balón que 25 metros por el cielo después se convirtió en asistencia para la contra de Gaitán, que corrió y corrió solo hacia Pacheco para estamparle el balón en el cuerpo. Estaba el portero como estaba Moyá al otro lado, siempre, en cada ataque del Alavés, al final de una enérgica carrera de Theo en el 88’ mientras el Atleti boqueaba, tocado y hundido, con Filipe llevándose la mano atrás y Correa cojo y Godín, desquiciado.
Porque el partido terminó con el uruguayo intercambiando escupitajos con Deyverson, dándole collejas a Manu García y Moyá evitando el gol del Alavés, merecido, en el último suspiro y Simeone mirando vidrioso las señales inquietantes que sobre la hierba de Mendizorroza dejaba su equipo. Un horror, “¡el horror!”, que gritaba Kurt al final de El corazón de las tinieblas. Eso fue su equipo en Vitoria. Y, el miércoles, el Barça, Messi, la Copa. Uf.