La dinastía de los Patriots alcanza su séptimo Super Bowl
New England jugará la final de la NFL dentro de quince días tras demostrar, una vez más, que no hay franquicia como ellos en toda la liga.
En la NFL del siglo XXI existen 31 franquicias que pelean por alcanzar la Super Bowl cada año y existen los New England Patriots. Son diferentes, especiales, únicos. No se les puede comparar con nadie más. El baremo con el que hay que medirlos es la historia e incluso esta parece quedarles pequeña. O ajena, cuanto menos. Porque ellos van a lo suyo y lo que suceda en el resto del universo, en cualquier espacio y tiempo, no les concierne.
A ellos lo único que les concierne es ganar.
Con la victoria sobre los Pittsburgh Steelers por 36 a 17 se meten en el Super Bowl LI, que jugarán contra los Atlanta Falcons. Es la séptima gran final en la que estarán desde que la pareja Bill Belichick - Tom Brady se encuentra al frente de las operaciones. Esta dinastía no tiene fin. Me dirán que todo tiene fin en esta vida, pero me permitirán dudarlo en este caso.
La capacidad de los Patriots para ser una entidad en sí mismos está en máximos históricos. Y eso que empezaron a ser lo que son gracias a una defensa formada por gente sin nombre que, no hace falta recordarlo, acabaron teniendo mucho de eso. Ahora están en un punto similar.
Porque Julian Edelman puede coger balones para más de 100 yardas, y un touchdown, pero cuando salió a la agencia libre nadie lo quiso. O el caso de Chris Hogan, héroe de este encuentro con nada menos que 180 yardas y dos touchdowns en su tarjeta, y que no tenía sitio en los Buffalo Bills. Legarrette Blount, otro ejemplo, cuyo paso por Tampa o los propios Steelers no será como para meterle en el Hall of Fame de esos equipos. Shea McClellin, Kyle Van Noy, Alan Branch... ¿hace falta seguir?
Hombres sin nombre, casos perdidos. Hijos de la nada que caen en manos de Belichick y, con la dinastía en el emblema del casco, pasan a ser uno de los mejores ataques de la liga y una de las mejores defensas. Uno de los mejores equipos especiales también, por supuesto. Que no quede nada sin cubrir en todo el maldito campo.
La jugada de este partido donde más claro quedó lo que significan los Patriots para la actual NFL sucedió en el tercer cuarto. Blount, parado con claridad durante todo el duelo, chocó con el front seven de los Steelers en la yarda siete. Negándose a irse al suelo persistió en el movimiento y, de pronto, se vio rodeado de todos sus compañeros del ataque que, en plena melé de rugby, le llevaron hasta la yarda dos. Él mismo anotaría el touchdown en la siguiente jugada poniendo una distancia imposible en el marcador.
En las sensaciones la diferencia ya era abismal tiempo atrás. Probablemente desde el inicio. Tom Brady que, por descontado, tuvo otro partido estupendo e igualó a Joe Montana con nueve partidos en postemporada con más de 300 yardas. La presión que le metían los Steelers era nula, con un planteamiento defensivo que dejó mucho que desear al tirar demasiada gente en cobertura, algo que nunca ha molestado a Brady y su coordinador ofensivo, Josh McDaniels.
El propio McDaniels se permitió el lujo de gastar una de sus jugadas de chistera, marca de la casa. Fue en el segundo cuarto con un flea flicker que Hogan convirtió en touchdown.
Por eso en casi cada drive llegaron a la zona roja. Ya fuese sumando tres, ya fuese sumando siete, y poniendo cada vez más distancia con unos impotentes Steelers.
En defensa, que duda cabe, la clave fue que Le'Veon Bell se lesionó en el abductor y apenas si disputó el primer cuarto. Todo lo que digamos a partir de ese momento tiene que ser tamizado. La gran arma, la fundamental, desapareció, y los de Pittsburgh tuvieron que vivir con el resto de su arsenal. Y, demostrado una vez más, este año no fueron gran cosa faltando Bell. La defensa de los Patriots les dejó ahogarse en su propia salsa. Porque les permitieron los pases centrales, que no tienen el riesgo de conceder big plays, y les impidieron establecer la carrera.
Roethlisberger buscó a Rogers, buscó a Antonio Brown, buscó a James. Pero todo con evidente incomodidad, a trancas y barrancas y sufriendo en cada tercer down. Fueron numerosos estos, y con un porcentaje de acierto lamentable.
Tanta confianza mostró la defensa de New England una vez desaparecido Bell que se permitieron el lujo de tener uno de los set de jugadas que más orgullo producen en las unidades defensivas: un goal line stand. Jessee James, el tight end de los Steelers, fue parado dentro de la yarda 1. Los tres siguientes downs vieron a los lobos patriotas echar hasta la yarda 6 a sus rivales. A voces, a golpes, a saltos, volvieron a la banda con la certeza de que el partido estaba en su mano. Aún no se había llegado al descanso.
Los New England Patriots jugarán dentro de quince días su noveno Super Bowl. Récord de la NFL. Para esta dinastía en concreto será la séptima, de las que han ganado cuatro y han perdido dos. Para este equipo, siendo aún más precisos, será la primera, claro, pues cada año el equipo es nuevo. Lo que pasa es que no podemos apreciarlo porque, al contrario que las otras 31 franquicias, los New England Patriots son una entidad en sí mismos para los que las comparaciones no son más que estúpidas simplificaciones. Si me apuran, es probable que para Bill Belichick la Super Bowl LI sea, sencillamente, el siguiente partido. We're on to Houston. Do your job. Y todo eso. Lo de siempre, vamos.