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El aliado del aire

La muerte de Fidel Uriarte, el mejor jugador del Athletic en los último 50 años según la autorizada opinión de José Ángel Iribar, nos devuelve el recuerdo de sus grandes días y de muchas de sus proezas, entre ellas el trofeo Pichichi que logró en la temporada 1967-68 con 22 goles, una cifra superior a las habituales en la época, con el mérito añadido de su condición de centrocampista.

Uriarte, natural de Sestao, localidad obrera que había alumbrado anteriormente a Panizo, otro 10 excepcional, reunió en su compacta figura media docena de cualidades que nunca le resultaron contradictorias. Era potente, tenía toque, llegaba al gol como un ciclón, fue un chutador temible y probablemente el mejor cabeceador de los años 60. No era alto (medía 1,75) pero cabeceaba con vicio, sostenido por una detente vertical que le permitía superar a los centrales. No le faltó un fenomenal suministrador: Txetxu Rojo, el extremo izquierdo con un guante en la zurda.

Zurdo también, Uriarte se adiestró en las verticales calles de Sestao y en el patio del colegio de La Salle. Su pasión por el fútbol se adivinó desde niño. Acudía al colegio pateando todas las latas que encontraba por el camino. Su instinto para el cabezazo apareció muy pronto. Disputaba el juego aéreo como si le fuera la vida. En Sestao, tanto en el Casco, el barrio alto del pueblo, como en Simondrogas, la barriada situada junto al río Galindo, sus hazañas infantiles le convirtieron en una pequeña leyenda que no pasó inadvertida a los ojeadores del Athletic.

Lo que vieron mereció un rápido fichaje y un dilema que se resolvió en septiembre de 1962. Uriarte era un juvenil con un físico de adulto. Impresionaba por su despliegue y su generosidad en el esfuerzo. Nunca se reservaba un gramo de energía. El reglamento federativo sólo permitía la presencia de juveniles en la Liga si habían disputado 10 partidos con la selección y pasaban por una batería de pruebas físicas que garantizaran la respuesta física al fútbol profesional. Uriarte salvó las pruebas y debutó el 20 de septiembre frente al Málaga, en La Rosaleda. Tenía 17 años. En ese mismo partido debutó un prometedor portero guipuzcoano, nacido el mismo día (1 de marzo) que Fidel Uriarte, pero cuatro años antes. Se llamaba José Ángel Iribar.

Interior de ataque, pero con una vocación de todocampista, Uriarte fue tan dueño del número 10 que Txetxu Rojo, interior por naturaleza, tuvo que reconvertirse en extremo izquierda. Formaron un ala de altos vuelos, una de las más admiradas en la historia del Athletic. La sutileza de Rojo conectaba perfectamente con la exuberancia de Uriarte, autor de partidos memorables. Frente al Betis, en una invernal noche de lluvia y barro, marcó cinco de los ocho goles del Athletic. Unos años después comenzó a despegar un pequeño rubio, zurdo como Uriarte y Rojo, intrépido y bastante descarado. En 1969, ante la sorpresa general, y en medio del debate de los aficionados, Clemente se hizo con el número 10 y Uriarte tomó el ocho.

Fue una buena época para el Athletic –ganó la Copa de 1969 y estuvo muy cerca de conquistar la Liga 1969-70-- y el momento estelar en la trayectoria de Uriarte, un favorito de Kubala en sus primeros años como seleccionador. Arieta, Uriarte y Rojo, los tres del Athletic, fueron titulares en la victoria sobre Alemania en Sevilla, en 1970. Arieta marcó los goles. Poco después, Uriarte logró el tanto del triunfo sobre Italia en Cagliari. Desde entonces, España no ha vuelto a imponerse en territorio italiano.

Uriarte jugó 12 temporadas en el Athletic, marcó 90 goles en la Liga y 120 en los 394 partidos que jugó en el equipo bilbaíno. En 1974 fue traspasado al Málaga, donde jugó tres temporadas antes de retirarse. Cuando sus facultades físicas comenzaron a declinar, se trasladó a la defensa para jugar como líbero, donde podía aprovechar su visión de juego y su poderoso juego aéreo. A diferencia de muchos de sus compañeros –Clemente, Rojo, Sáez y Aranguren, especialmente--, Uriarte tuvo una corta trayectoria como entrenador. Dirigió al Bilbao Athletic y al Villarreal en los años 90 antes de retirarse a Castro Urdiales (Cantabria), donde ocupó el cargo de concejal por el Partido Regionalista de Cantabria (PRC).

Durante los últimos años de su vida, Uriarte fue víctima del mal de Alzheimer. Cada día caminaba por el paseo marítimo de Castro, acompañado por familiares o por un cuidador, con un aspecto impecable. Aunque su mirada se perdía poco a poco, bastaba un vistazo para darse cuenta que todavía habitaba el jugador que había sido. Fibroso, con el cuerpo erguido, la cabeza alta y el caminar un poco zambo y un poco bamboleante de los buenos futbolistas, Uriarte mantuvo el tipo hasta el final de su vida, en medio del respeto de los miles de hinchas del Athletic que viven o veranean en Castro Urdiales.

En los últimos meses de su vida, Uriarte confirmó que no hay patria más profunda que la infancia. Ya no lograba comunicarse ni distinguir a sus familiares más próximos cuando su sobrino más pequeño comenzó a jugar con la pelota delante de él. El balón llegó a manos de Uriarte, que empezó a dar toques con la cabeza ante la emocionada mirada de Begoña, su mujer. No logró contener las lágrimas ante aquel pequeño milagro, el de un hombre cautivado por el fútbol y que cautivó como pocos a la hinchada del Athletic.