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Don Luis Suárez iluminó mi vida de chico de barrio

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Don Luis Suárez me cambió la vida. Él, junto con Ramallets, Olivella, Gracia, Tejada, Kubala, Evaristo y Czibor, hizo que mis tardes fueran mañanas luminosas hasta en los domingos más tristes. Hasta en los tristes miércoles de nuestras derrotas, hasta en las más penosas actuaciones del equipo al que me aficioné cuando era un niño, don Luis Suárez fue una luz en la vida. Luego se fue a Italia, y entonces se apagó esa frecuencia perfecta en que pasaban los días: si era domingo había Suárez, si había miércoles había Suárez. Cuando se fue ya no había Suárez. Había Kubala, y hubo Kubala durante un tiempo, pero en aquel Luis Suárez de entonces había un toque especial: la hazaña de controlar el campo entero con su vista de lince callado, de pasar y rematar a la vez, como hace ahora Iniesta, al que cabe otorgar ahora ese don que tuvo el maestro.

Una vez estuve con él, acompañado de Gonzalo Suárez, que contribuyó a llevárselo a Milán con el Inter de Helenio Herrera. De adolescente uno no sabe que el fútbol es eso, compra y venta de corazones, y me dio rabia que se lo llevaran a Italia, porque ensombrecían así mis domingos y mis miércoles. Los domingos y los miércoles en los que don Luis nos educó a sentir y a escuchar el fútbol. Era tan joven, y debía ser tan simpático, que entonces lo llamaban Luisito Suárez. Cuando lo conocí personalmente ya era don Luis Suárez, era seleccionador español y por él (y por el fútbol) había pasado el tiempo.

Reapareció después como comentarista de radio, en la SER; confieso que sus apariciones en Carrusel han devuelto la ilusión futbolística a mis sábados, a mis domingos, a mis martes, a mis miércoles, y ni siquiera las buenas retransmisiones de las televisiones me pueden arrancar de la radio que oigo desde chico. Porque ahí se aparece otra vez don Luis como cuando era Luisito e iluminaba la vida oscura de los chicos de barrio que abrazamos la alegre pasión del fútbol. Como en el campo, en la radio es el sentido común, el buen humor gallego, el disparo atinado hacia el corazón de la razón que hizo grande su fútbol y ahora hace imprescindible la sabiduría de sus palabras. Gracias, don Luis.