DeRozan: 145 millones para ayudar a su madre, con lupus
Es el máximo anotador de la temporada después de lograr algo que nadie había hecho desde Michael Jordan hace ya treinta años.
En los playoffs 2016 Toronto Raptors llegó a la final de la Conferencia Este. De hecho llegaron a ponerse 2-2 contra unos Cavaliers que, eso sí, en sus cuatro victorias (4-2 final) les metieron una diferencia media de 28,5 puntos. En la histeria de sobrerreacción que siempre sigue a las eliminatorias por el título, se encumbró a Bismack Biyombo (10,3 rebotes y casi 2 tapones en esa última serie) y se criticó a DeMar DeRozan, un all star que pasó las de Caín para anotar y lo acabó haciendo por pura insistencia y sin atisbo de eficiencia: 20,9 puntos por partido en playoffs (23,5 en Regular Season) con un 39% en tiros (casi 53 en RS) y un 15% en triples. Veinte partidos en las eliminatorias por el título con series de tiro como estas: 5/19, 3/13, 10/32, 4/17, 12/29…
Como los dos salían al mercado, a este mercado loco de 2016 además, se vieron con mejores ojos los 72 millones por cuatro años que Orlando Magic le dio al pívot para llevarse su capacidad para rebotear y defender el aro de la mano de sus indisimulables carencias (y es decirlo de forma casi benévola) ofensivas que los 145 por 5 que los Raptors le dieron a DeRozan, un contrato solo por detrás, en términos históricos, de los 153 de Mike Conley y los 151,8 de Damian Lillard. DeRozan venía de ser all star por segunda vez en su carrera y de firmar sus mejores cifras en anotación (23,5), PER (rating de eficiencia: 21,5) y win shares (influencia estadística en las victorias de su equipo: 9,9). Pero dejó sensación en playoffs de anotador limitado por su alergia al tiro de tres, un muy buen jugador... pero no un líder con el que llegar a la cima. No como primera espada.
Cubierto el arranque de la temporada 2016-17 los Raptors sí echan de menos (aunque no a lagrima viva) la verticalidad en el aro y la montaña de músculos de un Biyombo que, sin embargo, no se encuentra en el complejo puzzle que es el juego interior de Orlando Magic. Y desde luego, los Raptors estarán más que reafirmados en su megacontrato a DeRozan, en todo caso un acierto por significado para el proyecto de la franquicia canadiense y en unas cifras que tienen más que ver con la lógica de los nuevos contratos que han transformado la NBA que con un ataque de locura desde unos despachos en los que también se celebró, no suelen picar grandes peces en las cañas que sueltan al mar de la free agency, que DeRozan, californiano de nacimiento, declarara su amor incondicional a los Raptors y cerrara desde el inicio la puerta a unos cuantos posibles pretendientes. Entre ellos los Lakers. Amor incondicional: al dinero lo iba a cobrar, millón arriba millón abajo, en cualquier sitio.
Una racha irresistible... ¿e insostenible?
Millones: DeRozan solo jugó una temporada en USC (Southern California), su elección por encima de North Carolina o Arizona State, porque necesitaba empezar a ganar dinero cuanto antes para dar los mejores cuidados posibles a su madre, que padece lupus, una enfermedad crónica y autoinmune que afecta a cualquier parte del cuerpo y que altera su respuesta inmunológica hasta destrozar casi cualquier órgano y sistema.
DeRozan, el tercer jugador más valorado por los ojeadores estadounidenses antes de un salto universitario que dio desde el Instituto de Compton, en la peor parte de las tripas de L.A., tiene ahora (y con 27 años) uno de los mayores contratos de la historia, dos hijos, dos all star disputados y un oro olímpico y un Mundial ganados con Estados Unidos.
Y está jugando un baloncesto sencillamente irresistible: el primer jugador desde Michael Jordan en la temporada 1986-87 (es decir, en tres décadas) que comienza curso anotando más de 30 puntos en 8 de sus 9 primeros partidos. Nadie más lo ha hecho. Ni Kobe Bryant, ni Allen Iverson ni el primer LeBron James ni nadie. Y los Raptors, un equipo sólido como el granito, no están ganando solo por él pero están ganando en gran parte apoyados en él y a pesar de un inicio discreto (en el tiro básicamente) de Kyle Lowry. En las victorias de su equipo DeRozan promedia 37 puntos con un 56% en tiros de campo. En las derrotas, 32,5 y 39%. Y lidera, con 34 puntos por noche, la liga en anotación, claro, incluso en un año en el que otros cuatro jugadores (lo nunca visto también desde tiempos antiquísimos) están por encima de la treintena por noche: Anthony Davis, Russell Westbrook, Damian Lillard y James Harden.
En aquella temporada 1986-87 (acabó promediando 37,1 puntos, el tope de su carrera), Jordan metía en aquellos nueve primeros partidos 38,5 puntos con un 48% en tiros, 29,1 tiros de campo y 12,6 tiros libres por partido con un 1/4 total en triples. Su peor anotación fue 28 puntos (y su equipo perdió, contra los todavía Bullets) y en ningún partido tiró menos de 26 veces a canasta. Ahora DeRozan llega a sus 34 puntos por noche con 24,2 tiros y 9 libres, un 52% en tiros y un 3/14 total en triples, absolutamente a contracorriente de los tiempos que corren. Su anotación más baja han sido 23 puntos (y su equipo también perdió, en su caso ante Sacramento).
Esa tendencia de DeRozan a buscar las franjas templadas de la cancha (el tiro desde la media distancia) para iniciar sus jugadas y acercarse a la línea de tres lo menos posible le convierte en un jugador de perfil vieja escuela y en un dilema para la actual NBA que se devana los sesos para obtener la máxima eficiencia de cada tiro. Lo que pasa, normalmente, por lanzar o desde más allá de la línea de tres o desde debajo de la canasta. Siempre y cuando no se esté en un trance, a priori insostenible, como el que está viviendo DeRozan: solo 14 de sus 218 tiros han sido triples, su eficiencia real ajustada le coloca por encima del 53% de acierto y ronda el 60% en una distancia de 4 a 5 metros de canasta, un 52,2 un paso más atrás, ya cerca de la línea de tres, y un 61% a dos metros de canasta o menos.
Se supone que estos números no son sostenibles: nunca ha llegado en su carrera al 50% que rozó de rookie y cuando solo tiraba 6,6 veces por noche. Como sophomore y con 14 tiros bajó a casi el 47% y la pasada temporada estuvo en el 44,6, que era un 38% si se aíslan esos tiros desde la media distancia en los que ahora está en un tremendo 54%. Especialmente brillante si se tiene en cuenta que, además, está tirando más veces que nunca contestado (es decir, bien defendido): un 37% de sus tiros son así, el 43,6% en un radio de cuatro metros o menos del aro por el 33,3% total de la 2015-16. En acierto en esa situación de contested, salta de un buen 44% hace un curso a un impresionante 54% ahora. Y, claro, está jugando el mejor baloncesto de su vida y anotando a su antojo. En los cuatro primeros partidos de la temporada ya había mejorado en 21 puntos su mejor cifra en cuatro partidos (cualesquiera) consecutivos de sus siete años anteriores en la NBA.
Parece desde luego una buena respuesta a quienes dudaron del contrato que le firmó Toronto. También a los siempre cacareados rankings de preseason: Sports Illustrated le puso en el puesto 51 de toda la NBA (61 un verano antes) y ESPN el 30 (52 en 2015). Parece bajo, aunque no anida solo en esas dudas que despierta su estilo para que pueda ser primera opción clara cuando lleguen las altas instancias de los playoffs: DeRozan nunca ha sido un gran defensor, solo a veces uno sencillamente bueno. Entre los peores escoltas de la NBA 2015-16 en +/- defensivo, sus Raptors subían seis puntos de rating defensivo sin él en pista. En eso no hay por ahora grandes evoluciones, tampoco en su forma de atacar (casi el 54% de sus tiros llegan tras conducir él jugadas de pick and roll o después de dribbling tras aclarado). Sencillamente, está anotando en unos promedios espectaculares noche tras noche. Y es ahora mismo la promesa de un jugador especial (y diferente, siempre diferente en estos tiempos de bombardeo desde la larga distancia) que ha empezado a ganarse dólar a dólar esos 145 millones con los que, entre otras muchas cosas, le puede dar la mejor vida posible a su madre.