"Siempre estoy esperando que alguien me despierte", que dice Bill Murray. Para el Atlético, ese despertador fue el Pizjuán. Simeone, el hombre de negro, siempre impecable, este domingo llevaba chándal debajo del abrigo. Extraño. Un presagio de lo que el partido sería. Intenso, peleado, trabajado, pura táctica, puro fútbol. Sampaoli siempre lleva el chándal en los partidos. El Cholo se puso a su altura. Y el duelo de entrenadores pronto se trasladó al césped, impecable, sin charcos, a pesar de la intensa lluvia que en oleadas caía sobre la ciudad. El Sevilla salió tocando con paciencia, amasando la pelota, con minutos muy serios, brillantes. N'Zonzi era el dueño del centro. Gameiro, antes de que el partido empezara, en las entrañas del Pizjuán, repartía besos y abrazos. En cuanto el árbitro pitó, quiso convertirlos en puñaladas.
Cada vez que el Atleti enganchaba un balón, se iba como una avispa a la portería de Rico. En los primeros minutos cazó varios. Mientras el Sevilla se acomodaba en el partido, Rami erraba en la entrega y le regalaba un balón al francés (sería la costumbre del más reciente pasado). Después lo haría el Mudo Vázquez. Más tarde sería Vitolo quien fallara ante Correa, jugada Gameiro-Griezmann-Gameiro, disparo y paradón de Rico. Hacia un par de minutos que Oblak había sacado un cabezazo de Nzonzi.
Como en Rostov, fue el primer cambio del Cholo. Salió Gaitán. En los primeros minutos no se notó. Los primeros minutos tuvieron otro foco: Nasri. El francés envió un balón al palo (y sacándose el disparo ante Savic y Gabi, palabras mayores), dio una masterclass de regate: se fue de cinco jugadores del Atleti. El Atleti, mientras, pareció quedarse con Correa, en la caseta. Sampaoli olió sangre y fue a degüello. Si no subió al marcador esa superioridad fue por Oblak, que dejó en el Pizjuán otro de sus milagros ante Vitolo. Si uno disparó fortísimo, con toda intención de red, el otro repelió como un frontón. Nunca falla.