El Celta, también dolorido por las bajas y por esa derrota sofocante en el estreno ante el Leganés, tuvo hombría desde el comienzo. Agrupado en torno al carácter y oficio de Hernández, en permanente desafío con Casemiro, y buscando la emboscada con una presión altísima y a menudo efectiva, le estropeó la fiesta al Madrid, que llegaba de una semana de condecoraciones en Mónaco y de sobredosis de autocomplacencia en su baby boom. Pero ni Asensio ni Morata fueron los de Anoeta. En especial el balear, el empleado del mes, que ni cuando profundizó por su banda ni cuando la abandonó en busca de tierra más fertil resultó productivo. En general, los tres puntas del Madrid vivieron en otra dimensión, patología recurrente en las últimas temporadas.
El Madrid, que recuperó su meseta central con el regreso de Modric, tuvo un dominio precario. Fue el croata quien más hizo por concretarlo, con dos cañonazos brutales desde fuera del área repelidos, en este orden, por el larguero y por Sergio Álvarez. Pero en conjunto el equipo de Zidane firmó un primer tiempo poco agraciado, con Bale asomando muy de cuando en cuando a la superficie y con Carvajal pasando un mal rato ante Bongonda.