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Copa América Centenario

Día 2 – El Más Grande

La jornada fue de Muhammad Ali. ¿Perú – Haití? ¿Paolo Guerrero? ¿Brasil – Ecuador? ¿Qué es eso?

Día 2 – El Más Grande
Eduardo López
Periodista de reportajes y contenidos especiales de AS USA Latino/AS México, a donde llegó en 2015. Ha seguido a la Selección Mexicana de Fútbol por nueve países. Escribe sobre fútbol, baloncesto y política deportiva. Ha cubierto eventos como NBA, la Copa América Centenario 2016, Copa FIFA Confederaciones y la Copa del Mundo de Qatar 2022.
Phoenix Actualizado a

(I)

En Ali en La Habana”, Gay Talese pintó un retrato del ‘Más Grande’ que ahondó en su mutismo, en lectura superficial, aunque, en realidad, el texto versa sobre la capacidad de decir lo extraordinario con el mínimo gesto posible. Un dedo de goma; un pañuelo de seda, un truco de magia. Inescrutable, la sonrisa congelada, el gigante pasmado.

El día fue de Cassius Clay. Ali agonizaba, lo sabíamos, pero su expiración atolondró al mundo. Su último aliento, por sí mismo, eclipsó a la Copa América Centenario. Tan poco; y tanto. Eso sí, peruanos, haitianos, brasileños, ecuatorianos, paraguayos, costarricenses… Ninguno hizo un esfuerzo, siquiera decente, por honrar, desde su trinchera, al hombre que redefinió la épica. El deportista más epopéyico murió en la jornada más soporífera. El día fue tuyo, Muhammad. Gracias por tanto; perdón por tan poco.

(II)

Esperaba a las afueras del Scottsdale Healthcare Hospital un concierto de The Mamas & The Papas (bueno, solo Michelle Philips), Bob Dylan y Joan Baez, coronas de flores, amores y paces, flautas transversales, guantes colgados en las cornisas. En cambio, un pequeño altar instalado en una parada de autobús (o bien, un refugio anti-sol). Dos periodistas que lo custodiaban. Diez personas (en el lapso de media hora) que rindieron pleitesía al boxeador de todos los tiempos. Una añadió un ramo de rosas al retablo, otro no resistió la ‘selfi-tentación’ y uno más clamó “the greatest, champ”, después de acariciar la fotografía tamaño afiche colocada en el centro del sagrario, como quien magrea con sus dedos el rostro del ser amado. Las velas derretidas, agua de cera; las sonrisas agradecidas, la procesión por dentro. Muchas gracias, ningún adiós. Y el pensamiento recurrente de que estábamos parados justo donde una historia, una muy grande, había terminado.

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