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LIGUILLA CLAUSURA 2016

Los Tuzos aprenden a sufrir

Partido vibrante que se encontró indefinido hasta el último segundo. Pachuca jugará su segunda final en dos años gracias al gol de Lozano y al autogol de Novaretti.

Los Tuzos aprenden a sufrir
David Martinez PelcastreEFE

Para forjar las espadas se requiere de golpear el hierro candente. Una metáfora de vida: forjar a raíz del golpe, el fuego. El parvulario del Pachuca, aula de prodigios y niños índigo, ha sabido sufrir. Ha sabido forjarse. Así, a golpes y fuego, se fragua el hierro. Al superar al fiero León, el último escollo son los Rayados (la ultima final entre 1° y 2° fue en el Apertura 2014). El último escalón antes del paraíso. 

El partido amaneció en el horizonte hidalguense. Lozano, Gutiérrez y Pizarro, los chicos del parvulario, doctos en la trigonometría, obligaron a que Yarbrough resolviera el valor de la hipotenusa. Primer aviso. Después, Novaretti, de muy mala pata, culminó un cúmulo de desdichas para el León: carambola que terminó en su pie y con el balón en las redes propias. Los esmeraldas activaron sus módulos de ataque solo hasta que se vieron amenazados; al parecer, el reglamento del fútbol mexicano ilegaliza que los equipos pasen al ataque en situación de paridad. En su nueva versión, más cerca a Mufasa que al león del Mago de Oz, la 'Fiera' asedió al Pachuca. "El Conejo" tuvo que dejar las muletas para ponerse el pogo saltarín. Primero, negó a Elías Hernández. Luego, a Burdisso. En medio, Novaretti le robó el dulce a Boselli y lo tiró hacia Tula. Los Tuzos se parapetaron y dejaron en abierto a Lozano y Pizarro, prestos para surcar la sábana que había dejado libre la expedición del León. 

La campana precipitó que ambos equipos emergieran al campo sin los guantes puestos. Jara ametralló a Yarbrough, palmas de hierro, antes del misil tierra-aire de Elías Hernández. Golazo pronunciado con separación de sílabas. La carambola entre postes embelleció el terrible impacto; el arte de la destrucción, tan futurista. Con el partido en cocción, Jorge Isaac Rojas no quiso perderse la oportunidad de aparecer en primera plana: la pierna derecha de Murillo impidió que Boselli completase su movimiento corporal para rematar un centro. La jugada merece un análisis de forense. Después, Yarbrough, poco distraído por el veredicto, hizo de Clark Kent (vuelo con la mano derecha sobre su cabeza) para impedir que Pizarro colgara una obra de arte en la escuadra.

El partido entró en vorágine hasta el final: Novaretti salió tan conmocionado como Apollo Creed tras el primer round contra Iván Drago; un latigazo de Lozano golpeó el poste y la espalda de Yarbrough para perderse tras la línea de meta (suerte de campeón, decían los adeptos a los milagros) y Burdisso, investido como delantero, puso en órbita una bolea en el corazón del área. Y quien acude a matar, suele morir: González robó en medio campo y cedió a Hirving Lozano, locomotora, quien enfiló hacia Yarbrough y con la espada forjada por delante. El gol, no obstante, no hipotecó definitivamente las aspiraciones de León. Un tanto aún le bastaba. Y entonces, Germán Cano golpeó desde la frontal, y los gritos de Boselli, los brincos de Matosas, los vítores a Rafa Márquez, surgieron como espejismos sobre el poste derecho de Pérez. Eso, espejismos. Fantasías. El silbatazo final de Rojas apagó el fuego. La espada está forjada.