Rayados, finalistas tras la épica y la polémica arbitral
En un partido de epopeya, Monterrey se convirtió en el primer finalista del Clausura 2016 tras vencer a las Águilas (4-3 global) La serie fue decidida por un penalti discutible señalado por Roberto García a cinco minutos del final.
¡Dios salve a la liguilla! Liguilla caótica, liguilla surrealista, liguilla lisérgica, liguilla demencial. El Monterrey triunfó entre el aquelarre sobre las Águilas y clasificó a su primera final desde 2012. Mucha sangre corrió para llegar a ese punto. El guión del partido, inspirado en Ben Hur, reservó un final catártico, una inesperada vuelta de tuerca a la trama, una vez más. La decisión de García Orozco será digna de hemeroteca y disertaciones shakesperianas. ¿Penal o no penal? Esa es y será la cuestión. Por los siglos de los siglos.
Donde no hubo confusión fue en que hubo fútbol. Vientos huracanados de fútbol. Azotes demenciales y ciclónicos de fútbol. Todo desde el inicio, cuando Orozco utilizó sus piernas para repeler un tiro recto de Osvaldo Martínez, poco después de que Paul Aguilar cargara en zona prohibida, sin castigo, sobre las espaldas del maltrecho Zavala (premonición). Réplica inmediata: Funes Mori apuntó al poste contrario de su trayectoria, pero el mástil devolvió su solicitud. Finalmente, el cofre se abrió gracias al bellísimo tiro de Cardona: empeine, trayectoria curvilínea, viaje terso, hermoso. Como un pintor que enarbola la brocha antes de aplastarla sobre el lienzo. La pintura del colombiano abrió la Caja de Pandora. La épica, sabemos, se construye a través de pequeños relatos catárticos, sumados entre sí hasta conformar la epopeya; la historia de los tiempos.
El segundo acto guardó el clímax de nuestra narración. Todo empezó cuando Funes Mori empujó el gol que cimentó la fe de Carlos Sánchez. Después, Arroyo canceló los planes regiomontanos con un dardo que perforó la barrera de seda instalada por Jonathan Orozco. Entonces, el partido entró en estado psicótico, conducido por los arranques de ira desproporciada de los Rayados: Funes Mori puso en órbita un disparo de anticipo al primer poste, chapado al más puro estilo de un 'killer' hambriento; González prodigó su pierna elástica para negar a Funes Mori (¡qué atajada!) y Carlos Sánchez consumó el asedio con un gol de museo: golpeo de espinilla colgó por la escuadra. Como un cuadro empotrado en la esquina más inaccesible del pasillo renacentista del Louvre.
En otras circunstancias, el gol de Sánchez habría sido el último vaivén. El relato habría terminado en su primera catársis. Después vendría la purificación, el reposo, el sosiego. No en la liguilla del fútbol mexicano. No en esta liguilla caótica, surrealista, lisérgica... Michael Arroyo, celoso de las dotes artísticas de Sánchez y Cardona, también se unió a la colección museística: tiro libre colosal, kilométrico, avisado con señales de humo, una granada que cayó en las palmas de Orozco. Y, en el éxtasis, en el clímax del saturnal, Roberto García descorchó la vesania: Samudo se arrimó a la pelota, ¿con el brazo, con el hombro? A saber. Lupa, escuadra y pluma serán necesarias para definir la legalidad de la sentencia. Cardona embocó, abrumado por tanto escrutinio y locura, y decretó el fin de la bacanal. Respiremos. Agradezcamos. Gocemos. Debatamos. ¡Dios salve a la liguilla!