Nostalgia, filigranas y goles bajo la lluvia del Azteca
A pesar de la lluvia, el partido entre las Estrellas de México y las Leyendas de FIFA fue un espectáculo con jugadas y detalles para el recuerdo.
Tláloc descarga sobre el Azteca. Mientras su torrentes se precipitan sobre el césped, el Huapango de Moncayo y una colección de sones jarochos amenizan los ambigús que degusta la comitiva FIFA, ubicada al extremo opuesto donde fue confinada la prensa. Luce el Azteca, pletórico y silente, y la lluvia tupida, esa lluvia como cortina, funge como telón. Lucía el Azteca, vacío pero rebosante, vigilante, gustoso.
Aparecieron, al fondo, en caravana, los futbolistas que han de tomar parte de una pachanga que pretende aleccionar sobre los nuevos tiempos de la FIFA, menos burocrática y siniestra, más alegre, más incluyente (Mónica Vergara, Iris Mora, Sara Walsh y Mia Hamm formaron parte de las plantillas Estira Borgetti, ataja Oswaldo, conduce Figo, dispara Albertini, vigila Mourinho, quien se entrevista con Juan Carlos Osorio. Que la fibra tipo C, que el cambio de juego a perfil cambiado, que el método de entrenamiento integral. Entre académicos se entienden. Más tarde, los guiños de Mourinho a México (la magnificiencia del Azteca, el buen quehacer de los legionarios de Oporto) no hacen más que bosquejar un pie de foto con nulo rigor periodístico pero con mucha fantasía. ¿Actual y sustituto? A saber. La fantasía nos puede...
Silbatazo y fútbol, bajo la lluvia, bajo un escrutino un tanto burgués (un escenario de fondo y asistentes que, quizá, brindaban con champán cada gol). Una puesta de escena donde todos intentaron ser lo que alguna vez fueron. O un chiringuito dominguero donde la hinchada aplaude furtivamente, los ecos del portero resuenan hasta las banderas, y los más acólitos se sientan tras las porterías, como sI se jugase en medio de una parrillada.
El fútbol como agente de la nostalgia. Escribió Villoro que el fútbol nos conecta con el niño que fuimos, representa un sentido de pertenencia desde entonces. Eso es. Figo desbordaba como en Chamartín; Aimar destilaba arte como en Valencia; Zague era incombustible como ahí mismo, sobre aquel césped; Oswaldo Sánchez se zambullía como en el Jalisco (y una atajada suya, brazo extendido sobre su derecha, como en Nürenberg); García Aspe no perdía tesón y Negrete aún blandía un pincel en sus pies. El primer gol lo convirtió Figo, pie abierto y tiro teledirigido, suave. Entonces Tláloc descargó en forma de goles. Aimar perforó como si a eso se hubiese dedicado (tres), York rememoró cuando era el caribeño más amado de Mánchester, y Borgetti, siempre Borgetti, en el lugar y el momento correctos.
Surgió Ronaldinho, con el carnaval por delante. Le faltó la disciplina de Cristiano y la cabeza de Beckenbauer. Por lo demás, es insuperable. 'Dinho' jugó con varita. Cabeza volteada, los pies danzantes sobre el balón. Lo ves, no lo ves. Ya lo ves, lo ha tocado mi talón. Ya no lo ves, vuela sobre ti. Siempre el alma de la fiesta. Al ritmo de las virguerías de Ronaldinho, "El Matador" Luis Hernández y "Kikín" Fonseca audicionaron para los puestos vacantes de delantero nacional rumbo a la Copa América. No sé cuál será el veredicto de Osorio, pero, imagino, que habrían rendido más que otros delanteros que asistieron al torneo de Chile, hace casi un año. Qué no. Y en ello, la concentración de Puyol, el orden de España, los obuses de Albertini, las cabalgatas de Mijatovic. Los vimos, y ahora los hemos vuelto a ver, en vivo, ante nuestros ojos. Los pixeles se han convertido en hombres de carne y hueso. La nostalgia, los recuerdos, se han convertido en fútbol en estado puro.