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Liga MX

El Diablo monta un aquelarre y enciende el Azteca

Toluca, con un ojo en Sao Paulo, venció por la mínima las Águilas, que gestionaron energías rumbo a la final de Concachampions. Los Diablos, a dos puntos de liguilla.

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Trejo hizo el gol de los Diablos en el Estadio Azteca.
Trejo hizo el gol de los Diablos en el Estadio Azteca. José MéndezEFE

Se apareció el Diablo en el Estadio Azteca. El respetable asistió a una tétrica puesta en escena protagonizada por un espectro demoníaco que absorbió el alma de un ave que no tenía demasiadas ganas de volar. Un partido escrito por LaVey. Trejo y Cueva oficiaron la misa negra. 

Hemos sostenido a lo largo de las últimas semanas que la estrategia de Cardozo, Diablo mayor, se basa en el disimulo. Aparentar vida en la Liga, para evitar el escarnio; desfogarse en Libertadores, para inscribirse en los archivos históricos. Las pretensiones parecen haber cambiado con el pasar de los días. En el Azteca, Cardozo plantó al mejor once que la enfermería le ha permitido. Ambriz decidió economizar: Benedetto, Martínez y Sambueza, al camastro. 

La dejación definió el transitar de ambos equipos en los primeros minutos. Talavera apagó intentos de Arroyo y Oribe y el Diablo se hacía nudos con la cola y el tridente. Entonces surgió la nigromancia de Cueva, entendido de las artes oscuras. Embrujó a Alvarado y Guerrero y forzó la intervención de la mano celestial de González. Como réplica, Quintero disparó a la publicidad estática. A un golpe, vino una caricia. Los Diablos se supieron más musculosos. Cueva y Trejo montaron un aquelarre en la retaguardia azulcrema y, entonces, al ave lo poseyó el terror. Ocurrió que a Ventura le congeló el pánico, Cueva maniobró, William punteó y Trejo, complacido por la dádiva, apuntó a un agujero de ratón. Y embocó. González no tuvo tiempo para rezar. 

Tras el sermón, la misa negra prosiguió bajo el dictado de Cardozo. Da Silva y Trejo pusieron balones por alto en órbita y el América seguía sin sacudirse el pavor. Basta, dijo Ambriz. Sambueza, Benedetto y Martínez, del camastro al pandemónium. El Águila recuperó color pero no su chillido. Talavera, sin acudir al repertorio de vuelos, consiguió desechar todas las querellas americanistas. Tiro, y tiro, y tiro. El meta convirtió todas las balas en polvo. Sobre la campana final, Peralta hizo de su disparo de media vuelta un objeto volador no identificado. El ritual terminó mientras Cardozo recogía las plumas del ave descuartizada y sus compinches se aupaban gustosos entre el humo del incienso. El Azteca, que ardía, era suyo.