La Selección vaticana; fútbol tras la Plaza de San Pedro
El equipo nacional de la Ciudad del Vaticano, que ha disputado siete partidos desde su debut está integrado principalmente por miembros de la Guardia Suiza y empleados de sus museos.
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La pelota viaja bajo el cielo romano, de un extremo a otro del campo de juego, hasta que Alessandro Quatra la pincha, la duerme sobre su empeine, la amasa bajo su talón. Al fondo, tras el Stadio Petriana, la Basílica de San Pedro y la majestuosa cúpula diseñada por Miguel Ángel vigilan las acciones. Es el partido más reciente que ha disputado la Selección de fútbol de la Ciudad del Vaticano. El rival: Mónaco (no el equipo, sino el combinado del país). Celebrado el 10 de mayo de 2014, previo al Mundial de Brasil, el encuentro fue el sexto que ha sostenido el seleccionado vaticano desde su conformación extraoficial, en 1994.
Ataviados de amarillo canario, trazos de azul rey sobre el pecho, pantaloncillos blancos. El escudo de armas del Vaticano justo sobre el corazón; las llaves de San Pedro y la tiara pontificia. El ‘padre nuestro’ antes del silbatazo inicial. El conjunto clerical está integrado por miembros de la Guardia Suiza, el cuerpo militar encargado de la protección del Papa; empleados de los Museos Vaticanos, trabajadores postales y policías. En 2006, el entonces Secretario de Estado de la Ciudad del Vaticano, Tarcisio Bertone, sugirió la configuración de un equipo constituido por seminaristas, sin distinción de nacionalidad. “Si tomáramos a los estudiantes brasileños de nuestras universidades pontificias, tendríamos una escuadra magnífica”, señaló el cardenal.
Componer un equipo en un Estado que no dispone de más de 900 ciudadanos es una afrenta que encara cada director técnico que desfila por el banquillo vaticano. Por ello, el seleccionado ha desestimado varias ofertas para disputar la Viva World Cup, torneo que aglutina a representativos de regiones en situación de soberanía discutida (Kurdistán, Darfur) o países excluidos por la FIFA (Micronesia, Kiribati, Mónaco). Hoy día, la responsabilidad recae sobre los hombros de Gianfranco Guadagnoli, exportero del que se dice que nunca recibió una tarjeta en su carrera profesional, quien sustituyó a un católico confeso y entrenador de prosapia: Giovanni Trapattoni.
La existencia de la Selección del Vaticano no obedece a mera vanidad. Según Domenico Ruggeiro, presidente de la Federación de Fútbol del Vaticano, entrevistado por The New York Times, la misión del equipo es esparcir un “mensaje de amor y amistad a través del deporte (…) No solo es importante ganar el partido, sino la forma en la que ves por ti”. Ruggeiro también ha relatado el crucial papel que juega el ferviente catolicismo de los jugadores: “Les da fuerza para jugar”.
El partido del 10 de mayo de 2014 finalizó 0-2 a favor de los monegascos. Las crónicas lo reseñan como un enfrentamiento rígido, rocoso, percudido. Fue la tercera derrota consecutiva sufrida por los vaticanos frente al conjunto del principado. La anterior, un 2-0 oficiado en Francia, terminó con dos tarjetas rojas, dos penaltis y una expulsión. El Vaticano solo registra una victoria en sus siete partidos de por vida: ante el SV Vollmond de Suiza (5-1). ¿Cuándo volverá a ver acción la selección papal que juega a metros de la Capilla Sixitina, custodiada por la Basílica de San Pedro, resguardada por los frescos de Caravaggio y las milenarias esculturas romanas? Solo Dios sabe.