Uribe congela a los Tigres
Un gol del delantero colombiano en los últimos segundos decretó la victoria para los Diablos. El campeón empezó la defensa del título con derrota.
Toluca, la fría. Ciudad que pareciera absorber todos los fríos del país. Ciudad apesadumbrada, cansina, franqueada por el Nevado y coloreada por los vitrales de Leopoldo Flores. Ahí, en las coníferas mexiquenses, mora el Diablo, vaya ironía. Diablo gélido, su trinche de hielo, que resopla ventiscas de escarcha y que ríe perversamente desde una cueva copada de estalactitas. Venció el maligno al insigne paladín, el monarca infranqueable, encomendado a su arma predilecta, la misma con la que la Rusia zarista destruyó a las tropas napoleónicas: el frío.
El partido tomó la forma de su ambiente. Aterido, un témpano. No avistábamos, no hasta su resolución, que la frigidez formaba parte del plan confeccionado por Cardozo, de inspiración rusa: apariencia, disimulo, sosiego. Que el frío pasme las garras del tigre. Que el viento atenace su mandíbula. Que la galerna evapore su rugido. El subterfugio probó su validez: una pedrada de Triverio rebotó sobre el césped como roca lanzada en paralelo sobre un lago y Uribe puso en órbita su primer aviso. En plena petrificación, el felino soltó un zarpazo que casi rompe la densa capa de hielo que le cubría el cuerpo, de hocico a rabo: bomba atómica de Juninho que arañó Talavera e inmoló la madera.
De vuelta a la tundra, el flechazo de Ríos encontró el empeine de Flores aunque el cuero terminó sumergido en una cubeta de cemento. El partido, entonces, fue asaltado por una brutal tormenta invernal de la que no hubo escapatoria. Los montículos de nieve, que se expandían de polo a polo, convirtieron el campo del Nemesio Diez en una taiga siberiana. Abriéndose paso entre la blancura, Aquino, un monorriel transiberiano, citó a Fernández con el gol; el paraguayo llegó a tiempo al andén pero no entró al convoy. Cuando el partido moría de hipotermia, Uribe pescó una prolongación de Salcedo y se merendó a Jiménez, ya petrificado. Su apurada caricia ante Nahuel Guzmán probó ciertos los maquiavélicos preparativos de Cardozo. ¿O habrá sido simple y llana incapacidad y el disimulo es mera facha? A saber. Más supo el Diablo por frío que por Diablo. Nos quedamos con ello.