VENTANAS | URUGUAY 68 - MÉXICO 82
México vuelve al Mundial de Basquetbol tras derrotar a Uruguay
La Selección Mexicana triunfó en Montevideo, para evitar depender de otros resultados, y clasificó al Mundial FIBA 2023 de Filipinas-Indonesia-Japón; es su segunda aparición mundialista desde 1978.
Nueve años después, México estará en una Copa del Mundo de la FIBA. Tercera vez en 49 años. Segunda en 45. No todos los días, porque tampoco es cosa del diario que la mayoría de las estructuras del baloncesto mexicano, tan erosionadas históricamente, miren hacia una misma dirección. La Selección Mexicana reservó su boleto con un partido imperfecto, sumamente desprolijo, que quizá habría perdido si un rival de mayor jerarquía hubiera facturado los yerros. Pero no tocaba. No hoy. Hoy era día de cosechar los frutos, los sufridos frutos tras la sequía. Hoy la imperfección es una mera lección.
Febrero 2021. La Asociación Deportiva Mexicana de Basquetbol no existe, a los ojos de FIBA. México está suspendido de toda actividad oficial internacional. La única forma de saltar a la duela es mediante permisos provisionales y las promesas de la emergente junta directiva de Ademeba para subsanar los requisitos necesarios para levantar la sanción: transparentar gastos, erogaciones del gobierno federal, modificar estatutos, otorgarle las llaves de las oficinas a FIBA para guiar la transición. Febrero 2023. En Montevideo, los ‘12 Guerreros’ de Omar Quintero sueñan. 40 minutos por delante. Las cosas no empiezan bien. Terror escénico, será. Paco Cruz resbala en el parqué, Paul Stoll se bota la pelota en los pies, a Fabián Jaimes se le escurre el balón de entre las manos; y Uruguay despliega la artillería pesada desde todos los parajes de la línea de tres. Parecía que México se había dejado toda la pólvora en Colombia. 26-18.
Omar Quintero tenía tres armas especiales en la bodega: Gabriel Girón, Gael Bonilla y Jorge Gutiérrez. Los tres dinamizaron a los otrora llamados ‘12 Guerreros’, hoy dignos de retomar el mote. Fabián Jaimes e Israel Gutiérrez sellaron la pintura, dominaron a placer el tablero propio, casi siempre en segunda oportunidad, Gutiérrez expandió la zona desmilitarizada, y Girón encontró la pólvora extraviada. Los triples empezaron a caer y México recuperó la memoria. Parcial de 12-28 con puro baloncesto marca Quintero, aderezado con una inusitada disciplina defensiva (20 puntos tras pérdida y 9 robos, en total). “La ofensiva va a fluir, tenemos que trabajar en defensa”, había sido su mantra.
El único problema: Luciano Parodi. Quintero jamás encontró solución para detener el guardia charrúa, autor de 25 puntos y máximo anotador de la noche. Un francotirador que dejó porcentajes de terror (7/7, 100% desde el triple) y algún susto innecesario. La fórmula para contrarrestar a Parodi: devolver los golpes. Paco Cruz (17+5+2) aceptó el reto. Sin finura en el triple, encontró los huecos entre Rodríguez e Iglesias para depositar la pelota: y si no lo hacía, Ibarra y Jaimes estaban atentos para corregir. La magia de Bonilla, escorado, acosado, le dio para atisbar a un solitario Fabián, que aguardaba con las manos libres bajo el aro. Uruguay solo se acercó con triples, pero a México ya le funcionaba el diagrama. A buena hora.
10 minutos al Mundial
10 minutos. Los más importantes para el basquetbol mexicano desde octubre de 2015. El infausto FIBA Américas del Palacio de los Deportes. Los herederos de los ‘12 Guerreros’, la base de la plantilla actual, aún tenían una última palabra. Jorge Gutiérrez, Paul Stoll, Héctor Hernández, Orlando Méndez, Gabriel Girón. Que el baile final sea en Filipinas, en Indonesia, en Japón. No en Montevideo. Ahora o nunca. Así fue. México desactivó a Uruguay con circulación, cerco reboteador y defensa, la posible, ante Parodi y Ubal. El milagroso triple de Girón, ante la imperial marca de Wachsmann, no habría caído en ninguna otra ocasión. Un intento de un millón. Pero pasó. Y también el de Paco Cruz, con dos segundos en el reloj de posesión e impacto directo al cristal. Su grito fervoroso fue el de una generación, un proyecto, una nación que palpita baloncesto y ansía con volver a sentirse representada en un equipo. Las últimas posesiones fueron un apretón de manos. Una misión cumplida.