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MÉXICO 0-0 HONDURAS

"Fuera Osorio" y otra noche insulsa en el Estadio Azteca

La escuadra tricolor igualó sin goles ante Honduras en el Estadio Azteca, en su último duelo de la cuarta fase de eliminatoria mundialista. El Tri fue despedido con abucheos.

Ciudad de MéxicoActualizado a
"Fuera Osorio" y otra noche insulsa en el Estadio Azteca

0-0. El Azteca gélido y los gritos de furia que resuenan en sus rincones. México volvió a fallar. Los actos de contrición de Santa Clara han valido para la nada. Muy atrás quedaron las verbenas matinales y la asunción, casi profana, de los nuevos 'dioses' del panteón azteca. No, ya son otros tiempos. Oscuros, de hecho.

A Honduras no le corrió aquel escalofrío. Todo lo contrario; se pintó rayas de pintura de guerra negra en la órbita de los ojos y se ajustó las granadas al chaleco anti-balas. México, en cambio, parecía sumergido en cloroformo made-in-Santa Clara.

Mario Martínez, poseedor de los misiles tierra-aire más poderosos de las Fuerzas Armadas de Honduras, juzgó que el Azteca es el mejor escenario para probar su potencia destructora. Talavera los atajó con sus gotas de sudor; también cercenó de un hachazo la acometida de Quioto.

Cuando el tiro truculento de Guardado despertó al Tri, los futbolistas se encontraron, como recobrados del trance, en un callejón pútrido de San Pedro Sula y no en casa. A Honduras, un Bane vigoroso y altanero, le falló la máscara de oxígeno. Fue entonces cuando México recogió el cuero y lo guardó en un cofre del cual sólo Osorio posee la contraseña.

Sí, cómo han pasado los años, canturreó Rocío Dúrcal. El primer tiempo fue un monumento a la nostalgia; partidos en tecnicolor, el sol de medio día que tostaba el césped, la Selección en majestad y el forastero en tortura. El jolgorio. El hervor. El fútbol. Ya no más.

Mientras Zaldívar barría en ‘home’ ante la figura marmórea de Escobar, los hondureños caían como las piezas de ajedrez de Aleksander Pichushkin (o como goles en Santa Clara, cada quién). La estructura cadavérica de Osorio era sostenida con dos hilos de telaraña (Guardado y Herrera). El público, más ocupado en su carnaval que en el partido, despidió a los protagonistas con viento y gargantas tristes.

Osorio, hombre de prosa y, quizá, cácaro, planea sus partidos como libretos de cine; las lagunas de la trama conlleva al suspenso. No es Hitchcock el maestro del género, sino Juan Carlos. A Osorio se le apareció Norman Bates (cuchillo de cocina en mano) cuando Dueñas aplacó a Quioto, uñas y dientes mediante. El juicio de la infracción confirmó la ‘mexicanofilia’ de Geiger (probablemente también pertenezca al ejército anti-trumpista). En una irrupción del más elemental karma instantáneo (saludos, John) el misil de Quioto se estampó en el rostro de Dueñas. Hay castigos peores que los estipulados.

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Empecinado en resolver los cabos sueltos antes de que la trama lo consuma a sí mismo (Hitchcock, otra vez) Osorio insertó a Hirving Lozano. El giro casi le rinde resultados: Zaldívar envió y Lozano convirtió la pelota en el Morelos III. Eso sí, el bombazo alto de Guardado ilustró el mejor estado de salud. No obstante, el resfriado empeoró cuando la noche heló. México se enredó con la pelota como quien lo hace con las sábanas después de una noche de pesadillas. Honduras se desentendió del partido y dedicó el resto del tiempo a manipular las manecillas del cronómetro. 

El Azteca, incluso, se dio tiempo para organizar un referéndum sobre la continuidad de Osorio, mismo que el colombiano perdió con estrépito. El final del partido fue sonorizado por las proclamas de despido y los clamores que el gol fallido de Moreno, en boca de gol, extirpó de las gargantas acongojadas. Ya son otros tiempos. Oscuros (Osorios), de hecho. Las noches insulsas comienzan a hacerse costumbre en Santa Úrsula.