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MÉXICO VS ARGENTINA

El Tri olímpico pone rumbo a Río tras una guerra de guerrillas

En un partido muy accidentado y sin ocasiones de gol, la Selección Olímpica de Fútbol empató a 0 con Argentina. El árbitro anuló un gol de Salcedo en el segundo tiempo.

El Tri olímpico pone rumbo a Río tras una guerra de guerrillas
Hugo OrtunoEFE

Hagamos un ejercicio de evocación. Hace cuatro años, la Selección de Luis Fernando Tena salió de León vituperada. Después, se estrelló ante Japón, otro sparring bravucón, y firmó armisticio con Corea, ya en los Juegos Olímpicos. El resto de la historia ya es del dominio popular. El oro que colgaba de sus cuellos, el sonoro rugir del cañón en Wembley, la bandera tricolor que ascendía, flaqueada, a cada compás, y cada sílaba que hacía retemblar en sus centros la tierra. La gloria. Eso fue. Por ello, remojar las plumas en veneno no es, por ahora, una opción para escribir sobre la Selección Olímpica. Sean tiempos, mejor, de pañuelos que ondean mientras el barco zarpa del puerto, persignadas e intercambio de amuletos. Sean tiempos, pues, de rememorar, de soñar. De volver a soñar. 

Ciertamente, el partido no invitó a proyectar los mejores ensueños. En Puebla, para el festín de despedida, se presentó la Argentina de Olarticoechea, contratada para ejercer de contertulio de honor; bautizar el barco con el botellazo de champán. Ocurrió que los argentinos tomaron el campo del Cuauhtémoc preparados para una guerra de guerrillas. Hirving Lozano, usualmente retozón, fue el primero en sufrir el asalto de dos forasteros armados con cuchillos, bayonetas y sacabuches. El susto calmó los ánimos de "El Chucky". A la escaramuza se unieron Guzmán, Martínez, Correa. Golpes, rayos y centellas. El partido degeneró en una contienda de calcio florentino. 

En realidad, el primer tiempo fue una retahíla de mamporros y porrazos, una refriega sin fin, una cruzada librada cuerpo a cuerpo, sin armas de destrucción masiva. Correa y Espinoza apenas perturbaron a Talavera mientras Rulli rasguñó la pelota antes de que Lozano lograra sortearlo. Por lo demás, detonaciones de bala, el choque de las espadas, el sonido del hierro forjado, los quejidos por los golpes pecho a pecho, la sangre y el sudor entremezclados, pólvora y humo, el crujir de las llamas. Con que así son las despedidas...

Hay que conferir cierto mérito a Olarticoechea. Conjuntar a un grupo de jugadores de los cuales, muy probablemente, apenas habrá aprendido su nombre, requiere altas dosis de tolerancia a la frustración. Y más si la lengua de Maradona no cesa de enturbiar su camino. Menos tortuoso es reunir a un equipo de amigos de la preparatoria para disputar un partido dominguero cuyo trofeo ha de ser una dotación de refrescos en hielo. A decir verdad, Argentina, reducida a una de sus expresiones más burdas (y clásicas), apeló al ideario de sus ancestros. Ello consigna cualquier manual de contención de crisis: lo básico siempre funcionará. Para disimular decoro, Olarticoechea puso en práctica la doctrina Bilardista-Zubeldísta: fútbol de sablazos y escupitajo. El "Doctor" estaría orgulloso. A su favor jugó la ínfima jurisdicción del infame Pitti, cuyas aptitudes arbitrales deberían ser reevaluadas por la FIFA. Suya fue la decisión que marcó la noche: centro de Pizarro, excursión en vano de Rulli y remate de Salcedo a puerta abierta. El grito fue borrado de los anales. Qué desasosiego; cuando por fin se descorchó el champán, en una fiesta soporífera aderezada con tentempiés vomitivos, el licor no tenía espuma y se había avinagrado. Ni pa' darse un gustito. 

Como epílogo, la ruleta de Correa, un bombazo desperdigado de Bueno, la necedad de Rulli por las caminatas a deshoras, Simeone deambulando por el campo con un arsenal de granadas amarrado al cuerpo, el hacha de Giannetti que casi tala los pies de Pizarro, las apoplejías oculares de Pitti. ¿Quién dice que las despedidas son enternecedoras? En algunas ocasiones son verdaderos rituales de iniciación. La Selección Mexicana de "El Potro" ha recibido su bautizo de fuego. Pañuelos, cruces con los dedos, vítores, manos en vaivén. El barco ha zarpado. Adeus. Y boa sorte.