¡Los Tigres son campeones tras el drama y los penaltis!
Los Pumas remontaron el 3-0 de la ida y forzaron la prórroga, donde el gol de Alcoba in-extremis igualó el tanto de Gignac. Los auriazules erraron dos penalties en la tanda.
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Final Concachampions 2017:Pachuca vs Tigres
El fútbol mexicano es mágico. También exótico, surrealista, insólito, burlesco, mediocre bramarán algunos. Pero mágico, lo es. La noche del domingo asistimos a una puesta en escena, una más, de la demencia y el surrealismo socarrón que caracteriza al folclor mexicano. Epopeya y esperpento convivieron en un partido catártico en Ciudad Universitaria que consagró a los Tigres de Ferretti como campeones de México por cuarta vez en su historia. Mucha agua corrió bajo el puente para que lleguemos a escribir estas líneas. Desmenuzaremos la historia abocados a representar, tanto como sea posible, tales dosis de épica. Aunque, advierto, probablemente fracase en el intento. Porque el fútbol mexicano es tan mágico que cualquier descripción le es inexacta, ínfima.
Los preceptos periodísticos estipulan que hay que identificar el hecho noticioso para relatarlo. El primer tiempo supuso una prueba de fuego para tales canones. Reseñar los primeros 45 minutos es como escribir una crónica sobre el proceso de secado de una plasta de pintura sobre un lienzo. Los Tigres sumergieron en cloroformo el partido. Los Pumas, aún apesadumbrados por la debacle de Monterrey, cayeron en las trampas de arena que escarbó Ferretti, siempre tan metódico, tan rácano, tan suicida. Alatorre sostuvo a los universitarios con su tesón: primero estorbó una estocada de Gignac y luego accionó un obús que Nahuel Guzmán apagó como jardinero derecho que captura un 'fly' de sacrificio. Gignac ensayó un 'Ave María' que se perdió en los cielos del Pedregal poco antes del rito de resurrección que dirigió Herrera: centro a perfil cambiado de Alatorre, carambola provocada por Britos y remate de Herrera con las puertas emparejadas. El gol, con inspiración bíblica (Jesús y Lázaro), añadió el ingrediente básico de toda historia: la incertidumbre.
En el amanecer del segundo tiempo, Palacios atajó el fuego amigo del hiperactivo Britos, un arma de destrucción masiva programada para inmolar ambas metas. 'Memo' Vázquez inyectó a Fidel Martínez; una transfusión sanguínea. En su primera intervención envió un arcoiris del que Britos encontró un tesoro a su caída. Remate de libreto que ocasionó la ruptura de las caderas de Guzmán. La entrada en escena de Martínez tuvo repercusiones milagrosas, más que cualquier producto de teletienda: Pumas se curó la amnesia. Los Tigres se abandonaron, como Carol Ledoux en la inquietante Repulsión de Roman Polanski, entregados a sus tormentos. Ferretti, atenazado por el terror, sacó el cemento de la bodega y guardó sus brochas. Torres y Briseño por Damm y Sóbis. Ferrettismo en toda su expresión. Lo que no medió 'El Tuca' fue que el terreno cedido tras la retirada a las trincheras fue copado por las milicias de Vázquez, cada vez más envalentonadas. Los Tigres se refugiaron en lo que Ferretti creyó que era un búnker pero resultó ser construcción de palitos de madera, sin cimientos.
Se escucharon detonaciones cerca de los terruños de Guzmán: una raya de Fidel surcó la retaguardia y se estrelló en la publicidad y un disparo alto de Herrera sembró el pánico en la Macroplaza. El tiro al firmamento de Aquino fue un grito de desesperación en la tortura. La respiración de boca en boca había devuelto el pulso al felino auriazul. En plena vorágine, Torales golpeó con el parietal y abrió la Caja de Pandora. Gol prototípico a la salida de un tiro de esquina. Gol de ¡GOYA! Gol de orgullo, azul y oro. Gol que alentó el escrutinio de las hemerotecas y la limpia de conciencias. Necios quienes no han de creer. Y son tantos. Y en su afán de llenar espacios radiofónicos con sus superlativos egos, proclaman que las historias han terminado cuando el último capítulo siempre augura un giro en la trama. Una lección, aunque sabremos que jamás la aprenderemos.
La catársis degeneró en coito interrumpido cuando Fidel Martínez se zambulló, Guzmán arañó y Herrera taló a Briseño sobre la línea de gol. Dos gladiadores batiéndose a duelo por la vida. Guerrero envió al exilio al ariete, por exceso de vehemencia. El estropicio inyectó adrenalina a los Tigres, que salieron del estado de coma. La épica se desenvuelve mejor en las prórrogas. Lo que prosiguió es insania: Martínez intentó desde media cancha y Guzmán casi se lleva el balón a la meta; Gignac apenas sopló un envío de Jiménez; Arévalo penetró y Fuentes estorbó; el misil de Torres cimbró la escuadra de Palacios y los corazones en Ciudad Universitaria. Los Tigres se congestionaron y torturaron con posesión a los atrincherados Pumas, que sólo se asomaron entre el alambre de púas cuando Guzmán voló para negar una comba imperial de Sosa. Entonces, Gignac maniobró con el cuero pegado al empeine, giró sobre Alatorre y fulminó a Palacios. Brutal. Monterrey ya entabla un acuerdo diplomático para abrir consulado en Martigues. Gignac, 'le grand', como embajador.
El fútbol es mágico, decíamos. Un instante, tan ínfimo, puede definir una vida. Ahí reside su encanto. Palacios rasguñó, con sangre y lágrimas, una definición tersa de Gignac; un golpe de guante blanco cuando la situación demandaba una bomba de hidrógeno. Destino. Quizá sí. Quizá no. Sí, cuando Alcoba pescó una plegaria rocambolesca de Dante López y empujó el gol de la locura sobre la campana. Los estudiosos auguraban que 'el momentum' pertenecía a los universitarios. El ánimo por las nubes, el corazón retumbando en el pecho, los rezos en dirección correcta, la sensación de que todo saldrá bien, aunque no haya ninguna certeza. La tanda de penalties no perdona las dudas y premia la gallardía. Ocurrió que Martínez apuntó al palomar y Guzmán atajó a Cortés. Cuando Jiménez embocó la última salva, no nos quedó más que resoplar, secarnos el sudor y brindar por el digno campeón y el conmovedor subcampeón: por la raza habló su espíritu. Y por el fútbol, que es mágico. Chapeau, champions.