México perdió con Bélgica al 93' y quedó fuera del podio
El Tri Sub 17 vino de atrás en dos ocasiones y estuvo cerca de ganarlo, pero un contragolpe sobre el final le dejó sin premio de consolación.
Escribí hace dos semanas, cuando los intrépidos párvulos de Arteaga zarandearon a Alemania, que los seleccionados Sub 17 encarnaban todo lo que el fútbol mexicano no era y anhelaba ser: la fantasía, el señorío, la majestad. También, en cierto modo, son fieles portadores de los más sombríos complejos que caracterizan a las selecciones mayores: la pulsión autodestructiva, la melancolía, el morir al salvar la vida. El partido por el tercer lugar en Chile 2015 cumplió con el guión, tan mexicanísimo, que con tanto ahínco se habían despojado las selecciones infantiles. Murió al matar. Sin podio, sin medalla, con mucho orgullo y la valija desbordante de memorias y apuntes para afrontar el futuro. Muchas conclusiones y una certeza: afirmar que sí existen las derrotas honrosas no es conformismo sino reverencia. Chapeau, chicos.
Muy fogosa Bélgica para un Tricolor adormilado. Como el escuincle hiperactivo que despierta los domingos a las siete de la mañana ávido de salir al parque. En un pestañeo, el colosal Van Vaerenbergh demandó que Romero despertara abruptamente. Atajada imperial. Cuando México, aún tieso, con el cabello enmarañado y los ojos pizpiretos, se presentó en el Sausalito, el partido fue un electrochoque. Van Vaerenbergh y Caignau intercambiaban con golpes con Zamudio y Magaña. Disparos. Rayos y centellas. Zamudio, en vuelta made-in-Bergkamp, como un bailarín ejecutando un bourrée, casi firma un gol planetario y un integrante honorario de los Premios Puskas.
Tras el entreacto, la cándida Bélgica se volvió frívola y glacial. O al menos esa fue la impresión. México se encaramó contra el marco de Cocuke. Arteaga ordenó el bombardeo: Lara, López, Magaña, Zamudio. Por izquierda, derecha, arriba y abajo. Ni la Luftwaffe bombardeó con tal intensidad. Pero la retaguardia belga, integrada por los comandantes Seigers y Faes (el hijo no reconocido de David Luiz, dicen), montó un impenetrable escudo antinuclear. Y sí, la postura belga fue una treta. Un relámpago apellidado Vanzeir perforó el fondo tricolor y citó a Van Vaerenbergh con el gol. Al delantero sólo el bastó guiñar el ojo para cantar la conquista.
Arteaga no reculó y sus pupilos redoblaron la ofensiva con el doble de municiones y el corazón inflado al triple de su tamaño normal. Entonces, un impacto de Kevin Lara estalló en el brazo de Faes y Marín envió a Coucke camino a Bruselas mientras su disparo desde el círculo de cal se mecía en las redes. Acto seguido, Marín fue poseído por los complejos descritos en el inicio de esta crónica: falla garrafal a pies del 2-1. Hay ocasiones que no vuelven. Deberíamos saberlo. Reza el detestable lugar común: "gol fallado, gol en contra". Lo interesante de los tópicos es que son tan repelentes y grises como ciertos. El torbellino Vanzeir acarreó la pelota en un contragolpe supersónico y su preciosa vaselina, el balón detenido en el tiempo, cayó suavemente tras las espaldas de Romero.
Bélgica capturó el bronce y los hombres de Arteaga, que ya lo son, pueden volver a casa con el consuelo de poder mirarse a los ojos y espetar con sinceridad "Nos dejamos el alma". Chapeau, chicos. El futuro no ha llegado.