Triverio y Ríos clasifican a los Diablos y eliminan a la Máquina
El Toluca encaminó el partido en el primer tiempo gracias a los golazos de Triverio y Ríos. Los celestes, sin liguilla por tercer torneo consecutivo dentro de la Liga MX.
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18 años son una vida. Dictan la conversión de adolescente en adulto, su absorción de derechos ante la ley. 18 años los que han transcurrido desde la tarde de León, la de los 'tacos' de Comizzo convertidos en estacas y la sangre de Hermosillo escurriendo por sus mejillas. 18 años los que el Cruz Azul ha vivido en un continuo estado de narcolepsia. El Toluca ha infligido el último trauma: la Máquina seguirá atada a los rieles, el motor destartalado y los acoples oxidados. 18 años y contando.
Muy cándido el Diablo; el Azul es área de jurisdicción demoníaca. El intento inicial de Belluschi no perturbó al maligno. Entonces, Triverio capturó un balón aerostático ante la marca de Sancho y, tocado por Mefistófeles, trazó un arcoiris en distintos tonos de rojo. Allison vio el proyectil alzarse sobre él y caer tras sus espaldas. 30 metros de embrujo. El Azul hedió a azufre. La Máquina, poseída, entregó su cuerpo al Diablo, que siguió ensañado con la maltrecha víctima. Ni los rituales a danza de Tomás Boy reanimaron el alma celeste. Cuando llegó el misil recto de Ríos, que suavemente se dejaba acariciar por el viento para alejarse del vuelo de Allison, el electrocardiograma del Cruz Azul era una línea recta. El Toluca rondó el tercero: Uribe punteó el cuero, como pintor y su brocha sobre un lienzo de estética puntillista, pero el trazo se marchó hacia la publicidad.
Los Diablos sestearon cuando se abrió el telón del segundo acto. Cardozo activó el piloto automático y no quiso saber nada sobre el resto del viaje. Ocurrió que La Máquina se activó. Carrizo y Rojas devolvieron el alma al muerto en vida. Y Benítez percutió la espesa retaguardia mexiquense: Talavera soportó su doble metralla con sus manos y pecho de titanio y rezó para que su punterazo se desviara de la línea de meta. En el otro frente, Uribe seguía enemistado con sí mismo, regateando sombras, disparando hacia la nada. La Máquina vivió, pero no lo suficiente como para sobrevivir ante un Toluca cada vez más lisérgico. Moría el partido cuando Benítez empujó, con cortesía VIP de Pérez y Da Silva, el tanto de la esperanza. Su gol sacó al partido del letargo soporífero, pero el reloj, escribiría Antonio Machado, ya daba las doce. El Diablo, ya inquilino de su hábitat natural, la liguilla, terminó aliviado de que la tortura sólo fuera ajena. 18 años y contando.