¿Por qué los conciertos nos hacen feliz? Esto dice la ciencia
La experiencia de escuchar música en vivo puede ser fuente de gran alegría y flicidad para las personas.


Escuchar música en privado puede ser una actividad placentera en sí mima, pero la experiencia de escucharla en vivo le añade otra dimensión. El sentimiento de unidad con cientos o miles de personas reunidas para presenciar las habilidades interpretativas de sus artitas favoritos es difícil de replicar, sin mencionar la inherente fuente de felicidad que provoca asistir a un concierto.
Precisamente la felicidad ha sido estudiada infinidad de veces por la psicología y otras áreas de la ciencia, y desde hace varios años se ha detectado su relación con dos neurotransmisores clave: dopamina y serotonina. Aunque hoy en día es común escuchar que tales sustancias son sinónimo de felicidad, también tienen otras funciones importantes en el organismo.

Producidas por el cérebro para promover la transmisión de información entre neuronas, hacia una célula muscular o hacia una glándula, la dopamina en concreto es crucial para el control del movimiento, la memoria, la toma de decisiones, la motivación, el aprendizaje y la recompensa, éste último es un mecanismo del cerebro que nos hace repetir ciertas conductas.
Por tal motivo, aunque de primeras la dopamina pueda estar relacionada con el placer, también puede ayudar a explicar las adicciones perjudiciales para las personas. La serotonina es similar pero tiene sus particularidades: regulación del estado de ánimo, el sueño, el apetito y las funciones cognitivas.
¿Qué pasa si tengo un exceso o déficit de dopamina y serotonina?
Cuando el cerebro produce poca dopamina, es común manifestar fatiga, falta de motivación, dificultad para concentrarse, cambios en el apetito, tristeza profunda e incluso temblores en casos extremos. Por el contrario, un exceso de este neurotransmisor está asociado con esquizofrenia o el trastorno bipolar.

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En cuanto a la serotonina, bajos niveles en el cuerpo se vinculan con cambios de humor repentinos, ansiedad, tristeza persistente, problemas para conciliar el sueño o mantenerlo, alteraciones del apetito o problemas de digestión. Los niveles elevados se asocian con temblores y diarrea y, en casos graves, rigidez muscular, fiebre y convulsiones, aunque esto es más propio de pacientes medicados con fármacos ricos en serotonina.
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