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México

La carrera de Rafael Nadal, pedagógica, no pertenece al tenis, es fundamental para entender la razón del deporte; ejemplar en su forma de vivirlo, ayudó a mejorar la vida de millones de personas: viéndolo competir aprendimos muchas cosas que el profesionalismo con su desproporcionada devoción por el éxito, dejó en el olvido.

Nadal nunca interpretó la victoria como conquista, sino como un ejercicio de nobleza frente a sus rivales. Cada uno de sus títulos fueron un homenaje a los vencidos. Era un atleta hecho de madera antigua a quien la gloria, la fama y la fortuna no alejaron de la realidad. El mejor tenista de la historia fue, al mismo tiempo, el más sencillo y humilde ganador. Su juego, rico en propiedades terapéuticas, emocionales y espirituales ofreció a los niños la posibilidad de acercarse al deporte como un acto de fe: hace falta creer en algo más allá de una cancha.

Las nuevas generaciones han recibido un mensaje equivocado del profesionalismo en el que la palabra ganar, parece dominar todos los aspectos de la vida: ganar siempre, ganar más, ganar todo, ganar como sea. La cultura del triunfo como única fórmula para alcanzar riqueza, popularidad y superioridad, sigue haciendo mucho daño al deporte. Saber perder es tan importante como aprender a ganar porque entre uno y otro estado se encuentra la ejemplaridad. Los grandes campeones, se forjan gracias a los grandes derrotados. Nadal era gigante en la victoria e inmenso en la derrota.

Los medios cometimos el error de contar sus triunfos convirtiéndolos en estadísticas indestructibles, levantando tronos de hierro con su nombre, pero no es la cantidad de torneos, partidos, medallas y millones los que hicieron que este hombre pareciera sobrenatural; sino su naturaleza modesta, educada y trabajadora la que produjo tanta admiración, cariño y respeto.

Incapaz de abrir una lata de Coca Cola, cepillarse los dientes, escribir su nombre, agarrar una cuchara o hacer zapping con la mano izquierda: nació diestro, vivió como los derechos pero dominó el tenis mundial jugando como zurdo. La mejor izquierda de todos los tiempos era falsa: no era un portento de la naturaleza sino del empeño. La anécdota sirve para explicar la clase de deportista que admiramos: un hombre que siendo niño fue capaz de modificar la dinámica de su vida.

Con siete años, Nadal jugaba a dos manos. Sin fuerza para golpear la bola utilizaba ambas para competir. Hasta que su tío, mentor y entrenador, decidió cambiarle el perfil inventando al zurdo más poderoso del circuito. De todas las cualidades que Nadal tuvo como deportista, esta es la más impactante: el paso del civil derecho al profesional izquierdo representó como ninguna la vocación por el entrenamiento que se esconde detrás de los campeones.

Los grandes atletas pasan el 90% de su tiempo entrenando, el otro 10% lo dedican a competir. Nadal fue distinto, competía cuando entrenaba. En esa rutina invisible para las cámaras y el público, se encuentra el milagro del deporte. Ser deportista no es una carrera sencilla, el éxito está en renunciar, lo increíble en su caso es que haya entendido el significado del sacrificio siendo tan pequeño: el futuro número uno del mundo era un zurdo hecho y derecho. El tenis nunca había sido un deporte tan querido como en nuestra época, Nadal, maestro, le dio un nivel educativo.

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