Quizá habrá desaparecido físicamente, pero su trascendencia y su legado lo harán pervivir por el resto de los tiempos. El fútbol, el deporte y Brasil no serían lo mismo sin él.
Cuenta la leyenda que a ‘Dico’, antes de ser ‘Pelé’, le molestaba sobremanera el nuevo apodo que sus amigos comenzaban a endilgarle. Dondinho, padre de ‘Dico’, tuvo como compañero en el Vasco Sao Lorenzo a un portero que respondía al sobrenombre ‘Bilé’. ‘Bilé’ fue, precisamente, la primera palabra de ‘Dico’, según relata Ezequiel Fernández en La Nación. ‘Dico’, quien en realidad era ‘Edison’ (en homenaje a Thomas Alva) pasó a ser ‘Bilé’, y después ‘Pilé’, hasta la evolución final: ‘Pelé’. Y Pelé odiaba que lo llamaran así. Perseguía con amenaza de golpes a quienes osaban con proferir aquel ‘insulto’ con el que el mundo lo reverencia desde hace 60 años. Lo añora. Lo llora.
Cuenta la leyenda, también, que Pelé, ya habiendo acogido el seudónimo que lo acompañaría por el resto de sus días, se planteó abandonar la academia del Santos. Tenía 15 años. Extrañaba Bauru, donde creció entre pocas monedas, un pedazo de pan como comida del día, y una pelota de papel periódico. Extrañaba a sus padres, Dondinho (Joao do Nascimento) y Celeste Arantes. Extrañaba los partidos en tierra y polvo con Ameriquinha, Sao Paulinho, Canto do Rio y Barau Athletic Club, donde conoció al hombre que ya le había cambiado la vida: Waldemar de Brito, exseleccionado brasileño que dedicaba su retiro a ojear a los talentos que se curtían en las favelas. “Por poco no abandoné. En aquel momento solo quería jugar fútbol con mis amigos de Bauru. No podía imaginarme nada más”, relató en una entrevista a El Mundo en 2016. De Brito llevó de la mano a Pelé hasta Santos, a 50 kilómetros de Sao Paulo, con una promesa para los directivos de la academia del club al que la ciudad da nombre: “Será el mejor jugador del mundo”. “Por poco” no lo habría sido. Fue el entronque de vida.
“Quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrenda de rara belleza: momentos de esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe”, se rindió Eduardo Galeano ante la majestad de ‘O’Rei’. El niño de Minas Gerais, ‘Dico’, ‘Bilé’, ya tenía al mundo en su puño a los 20 años. ‘Tesoro nacional’ brasileño, objeto de deseo de militares y aficionados, de empresarios y presidentes de FIFA; embajador de los dioses en tierra, el nigromante de los campos que confería permisos para soñar, la alegría encarnada en sus pies de hechicero. El plebeyo que se convirtió en rey. En ‘El Rey’. Pelé llenó de sentido al fútbol, rescató a Brasil de la depresión, rompió dogmas raciales y gobernó con esplendor al mundo balompédico. “El día que Pelé no juegue más se olvidarán de él y entonces quedará Edson Arantes do Nascimento”, dijo. Qué equivocado estaba.
No es este un monográfico más sobre Pelé. No es una recopilación cronológica y 'lugarcomunezca' de su vida y obra. Es un llano homenaje a su figura y su legado, indigno de tal inmensidad y quizá insuficiente para cumplir con la exequias. Porque hace tiempo que Pelé es más que un símbolo. Más que un recuerdo. Más que las cintas y los fotogramas, más que el tecnicolor y las crónicas. Más que los gritos y las estatuas, que los trofeos en alto al viento y la gloria misma que los acaricia. Pelé ya es nuestro. Pelé no se irá a ningún lado. ¡Larga vida al rey!
Me convencí de que estaba hecho de huesos y carne, como todos. Pero estaba equivocado
Tarcisio Burgnich (defensa italiano)
El mejor futbolista de la historia fue Di Stéfano. Me niego a clasificar a Pelé como futbolista. Él fue más que eso
Ferenc Puskas (delantero húngaro)
Pelé es el único futbolista que traspasó los límites de la lógica
Johan Cryuff (delantero neerlandés)
Cuando hablemos de fútbol a Pelé no hay que ponerlo nunca, porque es de otro planeta
César Luis Menotti (entrenador argentino)
Verlo jugar era ver el goce de un niño combinado con la gracia extraordinaria de un hombre
Nelson Mandela (expresidente de Sudáfrica)
Nunca he encontrado la diferencia entre el pase de Pelé a Carlos Alberto en la final del Mundial de 1970 y la poesía del Rimbaud joven. Hay en cada de esas manfiestaciones humanas una expresión de belleza que nos toca y nos da una sensación de eternidad
Eric Cantona (exfutbolista francés)
Pelé hablaba de sí mismo en tercera persona. Así lo consignan las numerosas entrevistas en las que compareció. Es la labia de quien ya no se pertenece. De quien está seguro de que su trono en la historia es inexpugnable. “No habrá otro Pelé”, soltó a El Mundo y, seguramente, a otras tantas páginas y cámaras. En contraparte, Tim Vickery, experimentado corresponsal de la BBC en Brasil, apunta con acierto que, más allá de sus aptitudes sobrenaturales con la pelota, Pelé era tan grande como sus falencias: “Se creía más importante que Luther King”, sentenció en un texto publicado en la Revista Panenka.
Pelé era un personaje de marcados claroscuros. Como todos. Muchas cosas en Pelé parecen un misterio, porque nunca ha estado bajo severo escrutinio. Su magnificencia le ha otorgado cierta inmunidad, al menos simbólica. “Al Rey no se le toca”, pareciera una regla no escrita. La Folha de Sao Paulo solo rascó la superficie de su cercana alianza con Joao Havelange, el ambicioso abogado que convirtió a la FIFA en un emporio multinacional, mismo que presidió de 1974 a 1998. Havelange encausó recursos de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) para ayudarle a pagar sus deudas y, a cambio, Pelé se sumó a un tour mundial que lo llevó hasta Sudán, Arabia Saudita, e Indonesia. En 1973, recuerda un artículo de Panenka, el diputado Marcelo Toledo abrió una investigación para determinar el destino de 18.5 millones de dólares que se habían esfumado de las cuentas de la CBF. Dos presidentes de Brasil, Ernesto Geisel (1974-1979) y Joao Baptista Figueiredo (1979-1985) apaciguaron las pesquisas. De hecho, el secreto a voces es que Figueiredo hizo desaparecer las carpetas de investigación sobre ‘O Rei’ que poseía el Departamento de Orden Político y Social, la policía secreta.
También levantaban sospechas su posición ante la dictadura: “Nosotros somos libres. Brasil es un país liberal. Es el país de la felicidad”, aseguró en 1971, año cúspide de un régimen que utilizó la victoria de la ‘Verdeamarela’ en el Mundial de 1970 para fines propagandísticos. Más tarde reparó, al desvelar en 2013 que su ausencia de Alemania ’74 fue, en realidad, un boicot al sistema militar: “La hija de Geisel me contactó y me pidió volver a la cancha. No acepté por un solo motivo: yo estaba infeliz con la situación de la dictadura en el país. Estaba preocupado por el momento. En apoyo al país, los rechacé, porque estaba muy bien y podía jugar un alto nivel”, precisó en plática con UOL. Su gestión como ministro de Deportes también ocupó tinta en los diarios, pero ya basta de hacer jirones su memoria.
Pelé se desnudó (en alma) en una reveladora entrevista con El Gráfico publicada en 1965. La charla, un cuestionario con precisión psicoanalítica, desveló más sobre ‘O Rei’ que cualquier texto anterior. Que cualquier grabación granulada que evoque sus hazañas. La pieza muestra a un Pelé educado, jovial, puntual: “No hace esperar a nadie cuando acuerda una cita”. Abierto, franco, directo, feliz, lejos de las suspicacias de su vida post-cancha. A Pelé le gustaba el vino, la carne. Su postre preferido eran las peras. Disfrutaba de la película El mundo está loco, loco; le gustaban las actuaciones de Burt Lancaster y Rommy Schneider. No le interesaba la política, dicho por él mismo. Ello explica la distracción detrás de mencionar a ‘la libertad’ como un ‘orgullo brasileño’ mientras al país lo gobernaba una seguidilla de dictaduras militares, una más cruel que otra.
Leía poco sobre sí mismo. El fútbol más atractivo de Europa le parecía el español. Consideraba a Zito como el mejor jugador del mundo. ¿Argentinos? Optó por Amadeo Carrizo, aunque, hablando de porteros, se decantaba por Yashin. Su defensor favorito era Nilton Santos, compañero de Selección. Su volante, el checo Josef Masopust. Se excluyó al nombrar a su delantero favorito, quizá porque creía que él pertenecía a una categoría extraterrestre y no humana: el elegido fue Alfredo Di Stéfano. Su triunfo más preciado: la final de la Copa Intercontinental de 1962 en la que Santos venció 5-2 al poderoso Benfica de Eusebio. Su mayor amargura, la lesión en el Mundial de Chile. ¿Un equipo? El Real Madrid. En Argentina, recordó a Independiente. Su objetivo no era la inmortalidad, o las arcas rebosantes, sino “buena esposa y muchos hijos”.
¿Y el equipo de sus amores? No, no es Santos. "Eu Sou Vascaíno", confesó al canal Pilhado en YouTube. Al Santos entregó su alma y su fútbol. Al Vasco Da Gama, su corazón.
El debate de las cifras ya es obsoleto. De los 1,283 que recopila la historia ‘oficial’, casi como un tópico, un mantra, al tercio de ellos que le confiere (541) la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS). Otras fuentes oscilan entre los 1,281 (número que sustenta la FIFA) y los 700. No hay consenso, pues. La danza de números no sirve ni para argumentos nacionalistas (¿Brasil o Argentina?) o personalistas (¿Pelé o Maradona). Apenas es suficiente para contextualizar la dimensión de ‘O Rei’ como futbolista e ícono: cientos de partidos benéficos, regionales o hasta marciales, que computan para la irrisoria suma, contaron con uno de los mejores jugadores de todos los tiempos como invitado especial. Los goles de Pelé son un agujero negro. Muy posiblemente, jamás sepamos la cifra real, con pruebas contundentes que acrediten la autenticidad de cada uno. Pero ni falta que hace. Bien escribió Tim Vickey: “Su grandeza no estuvo en la cantidad de goles, sino en la calidad de su juego”.
Serán 1,000. O 500. O los que sean. Pero hay un puñado que permanece por siempre en la videoteca mental de cada aficionado al fútbol. El temerario sombrero con bolea incluida en la final de Suecia ’58. El despegue sideral, sostenido por los dioses del Estadio Azteca, para derrotar a Albertosi en el último partido de México ’70. Pelé era tan poético que la máxima belleza reside en sus yerros; el cabezazo que Banks hizo inmortal y el amague que embrujó a Mazurkiewicz. Ninguno entró en las redes, y mejor que así fuera. La estética del ‘hubiera’ conjuga ansiedad, deseo y nostalgia. Lejos de humanizar al ‘dios’, le enaltece; bajó a tierra y tuvo la suficiente humildad como para permitirse fallar.
Del último de todos, el 1,283, se ha escrito menos. Fue el 1 de octubre de 1977. El Giants Stadium como escenario. 70,000 testigos de la historia; uno de ellos era Muhammad Ali. Cosmos vs. Santos, ¿qué otro partido podía ser? Pelé jugó una mitad con cada equipo y festejó por última vez al ajusticiar al club de su vida. La ironía. Falta sobre Tony Field sobre el último tercio de la cancha. Pelé, acto seguido, pide la pelota. Toma carrera, diez pasos hacia atrás. Apenas termina y toma carrera, sin mayor preámbulo. Descarga toda la pólvora en su pierna derecha. La pelota se transfigura en cometa y vuela hacia el rincón izquierdo de la meta del ‘Peixe’. El arquero Ernani bien pudo hacer más por evitar que el objeto celeste se colara, pero sus pies quedaron anclados al césped. Solo se recostó a la derecha cuando el estadio ya estaba en frenesí. En el segundo tiempo, las lágrimas de Pelé, ya enfundado en la camiseta de Santos, se mezclaron con la torrencial lluvia que acompañó la última procesión del ‘Rey’.
Pelé tenía un nexo muy especial con México. Una especie de romance furtivo. "De todos los viajes de mi carrera, todo el mundo me pregunta, ¿cuál es el mejor, en cuál te divertiste más? Un país que no puedo olvidar, por el cariño y por la atención que me dieron, por cómo me trataron, hasta el día de hoy, digo nuevamente, fue México", dijo en julio de 2020 en un vídeo compartido en Twitter por el secretario de Relaciones Internacionales: Marcelo Ebrard. "El pueblo mexicano fue muy cariñoso con Brasil. Nos trataron a mí y a la Selección maravillosamente. Olvidando el fútbol, éramos bien recibidos en cualquier lugar al que íbamos (...) A la afición mexicana le agradezco de corazón", continuó, en recuerdo a aquella historia de amor y reencuentros que data desde la década de los 50 y se prolongó hasta el último de sus días.
'El Rey' visitó el país en decenas de ocasiones. El galanteo ya cumplió sus 'bodas de oro'. Todo comenzó en enero de 1959. 'El Peixe' viajó a México para encarar el II Torneo Pentagonal Internacional de Fútbol, celebrado en el Estadio de Ciudad Universitaria. Pelé tenía 18 años, ya era campeón mundial y lo acompañaba toda su corte: Zito, Dorval, Coutinho, Pepe. El primer duelo del futuro bicampeón de América en las mal llamadas 'tierras aztecas' ocurrió el jueves 29 de enero de aquel año, frente a las Chivas de Guadalajara. El encuentro finalizó 4-2, con doblete de 'O Rei en la segunda mitad. En el resto de la gira, los paulistas derrotaron a León (0-2), a Atlas (1-4), al América (0-5) y cayeron frente al Uda Dukla checoslovaco, donde jugaba el mítico centrocampista Josef Masopust, ganador del Balón de Oro en 1962. 'El Peixe' eligió a México como uno de sus principales destinos para giras amistosas durante la década de los 60: retornaron en 1961 y 1966, siempre con Pelé en filas.
Con la verdeamarela, Pelé no visitó México sino hasta el Mundial de 1970. El 10 de la 'Canarinha' no estuvo presente en la gira realizada en julio de 1968, en la que brasileños y tricolores dividieron victorias en el Estadio Azteca. Gerson, Rivelino, Tostao, Jarizinho y Carlos Alberto, la base del equipo que maravilló al mundo dos años después, sí participaron en aquellos duelos. Fue, pues, hasta la Copa del Mundo cuando Pelé y México se declararon amor eterno. El Estadio Jalisco, en Guadalajara, fue el hogar de la Selección Brasileña hasta las semifinales del campeonato. El público tapatío arropó y mimó a los dirigidos por Mario Zagallo como si fueran el Tri, o las Chivas. El Jalisco se transfiguró en Maracaná. Y, en el Azteca, Pelé ascendió a los cielos en sombrero de charro, alzado en hombros por el pueblo que rendía pleitesía a su nuevo rey. La colosal sonrisa de 'O Rei' entre la algarabía de los aficionados es la postal que resume una historia de amor verdadero, y perpetuo. Siempre volvió, ya sea para entrevistarse con presidentes, para eventos benéficos (el Teletón, por ejemplo), televisivos y promocionales. Y varios homenajes. Uno siempre regresa a los lugares en los que fue feliz.