Mario Flores era un clavadista prometedor en 1984, pero fue sentenciado a muerte por un asesinato del que era inocente. Pasó 20 años en una diminuta celda donde descubrió la pintura y el derecho.
Mario Flores Urbán, clavadista preparatoriano, iba a morir ejecutado el 16 de marzo de 1997 en una prisión de Illinois por un crimen que no cometió. Llegó el día y no sucedió nada. La sentencia se había suspendido. Siete años y seis meses después de la fecha programada para su muerte, Mario pidió a sus padres que lo llevaran a ver a las estrellas.
- Hasta la fecha cierro los ojos y recuerdo cada día de la rutina dentro de la cárcel. Las conversaciones con los internos. Los motines. Todo eso quedó muy grabado en mi mente. Cierro los ojos y me voy a ese lugar…
Y un día salió de ese lugar para jamás volver, aunque la prisión se manifieste en cuanto cierre sus ojos. Y sienta que sigue ahí. Fue el 4 de septiembre de 2004. Fue enviado de Chicago a El Paso, Texas, desde donde cruzó la frontera; al otro lado del puente aguardaba su padre, Ramiro Flores Amador, acompañado del cónsul mexicano en la ciudad. Para que le fuera concedido el indulto, Mario debió declararse como culpable del homicidio. Por ello fue deportado.
- ¿Y qué recuerdas de ese momento?
- No me caía el ‘veinte’ directamente. Me preguntaba qué es lo real y qué es lo irreal.
- Después de 20 años, es difícil saber la diferencia…
- Hasta la fecha no he tenido un día en el que se sienta que estoy verdaderamente libre de ese encierro.
- …
- La comida. No recordaba los sabores... Eso vuelve. El tiempo, no.
La noche del 10 de noviembre de 1984, el detective Reynaldo Guevara, adscrito a la comisaría de Humboldt Park, arrestó a Mario, a quien acusó del homicidio de Gilberto Pérez, un prominente pandillero de la zona metropolitana de Chicago. Dos amigos, Víctor y Vladimir, testificaron en contra de él, pruebas que Guevara consideró suficientes. Mario había nacido en la Ciudad de México en 1965 y vivía desde sus siete años en Humboldt Park. Ahí, creció entre la violencia, la desesperanza y la presunción. Sobresalir en tal entorno llevaba a una inevitable encrucijada: el poder o la muerte. La pandilla se volvió su refugio. Sus amigos eran pandilleros y narcotraficantes y Mario, lejos de pasar inadvertido, quiso brillar entre vándalos. “Ese fue mi error”, acepta, “quise destacar tanto como los jefes de los clanes del barrio. Comencé a robar coches deportivos. Esa era mi fama. Sin quererlo, me eché encima la ira de los líderes de las pandillas”. El barrio no olvida.
El asesinato atribuido a Mario ocurrió a las 2 a.m. del 1º de enero de 1984. Él estaba en casa, disfrutaba con su familia de la cena de Año Nuevo sin saber que sería la última por los siguientes 20 años. En inicio, la fiscalía no poseía de ningún elemento que demostrara la culpabilidad de Mario. Por ello, el abogado defensor solicitó un juicio exprés: no había necesidad de presentar evidencia a favor de su cliente, los hechos hablaban por sí mismos y la causa caería por insustancial. “Se confió en que íbamos a ganar con la duda razonable”, lamenta.
Guevara y sus agentes torturaron a Mario durante 19 horas para que confesara la autoría del crimen. Nunca lo hizo. Pero no importó. Guevara construyó un expediente sustentado en los testimonios de Víctor y Vladimir; el primero, detenido junto a Mario a la salida de un bar, también era sospechoso del homicidio, pero firmó una declaración que lo dejó en libertad. Solo tenía que inculpar a Mario. El barrio no olvida. Para ese entonces, ya era muy tarde para que el abogado convocara a los testigos de coartada. La Corte Suprema de Illinois le impuso a Mario la pena capital, castigo validado por los tribunales federales, y lo encerró en Menard Correctional Center, presidio de alta seguridad en Illinois, en julio de 1986.
Guevara acumuló casos similares a lo largo de su trayectoria en la policía de Chicago. Utilizaba el mismo modus operandi, según consignaron Chicago Tribune, EFE y El Independiente: los acusados eran hispanos o afroamericanos, implicados mediante testigos indirectos, ausencia de pruebas materiales y testimonios en los que el agente ‘indicaba’ al culpable. Al menos, otras 56 condenas por homicidio correspondientes a las diligencias de Guevara están salpicadas de irregularidades. De acuerdo a BuzzFeed, hasta mayo de 2020, 20 de los 56 procesados ya habían sido exonerados. Guevara ha testificado ante juez, pero continúa en libertad.
Mario esperó por su muerte 20 años en una celda como un ataúd. Un metro y medio de ancho, dos de largo. “Era del tamaño de un baño pequeño”, describe. Una cruel ironía para quien encontró en el desplazamiento libre por los aires, las aguas y las canchas un camino para salir del túnel. En 1979, Ramiro y Ana María inscribieron a Mario en la prestigiosa Whitney Young Magnet High School para alejarlo de las calles. Ahí retomó sus estudios desde el noveno grado. “Era muy ‘burro’ con las materias”, acepta. Necesitó de cursos de regularización para acreditar sus clases. Michelle Robinson, quien cursaba 12º y posteriormente tomaría el apellido ‘Obama’, fue una de sus tutoras. Mario batalló en las aulas, pero deslumbró en los campos y en las piscinas. Poco después de su ingreso a Whitney Young, ya despachaba goles a diestra y siniestra para la selección escolar. Sin embargo, el director del colegio le recomendó inscribirse al equipo de natación, que estaba incompleto. “Nunca pude competir con mis compañeros porque era muy ‘bajito’”, se sincera. Quizá atravesar las aguas tampoco era su designio. ¿Y qué tal precipitarse a ellas?
Descubrió en la poesía de los clavados una metáfora de vida; precipitarse con gracia, emerger victorioso del agua. “Me dijeron que tenía un talento innato. En tres años di un salto exponencial. Tenía futuro, decían”. Decían. Pero nunca ocurrió. Mario fue campeón del trampolín de un metro dos años consecutivos (1982-1983) en la liga de escuelas públicas de Chicago; cuarto lugar de Illinois en 1983; e integró el top 10 de los mejores clavadistas a nivel estatal en 1984 según NISCA (National Interscholastic Swimming Coaches Association). En Whitney Young, los entrenadores auguraban un futuro olímpico para Mario. “Veían en mí cierto potencial. Tenía talento, pero nunca llegué a ese nivel”, asegura. Seúl '88 era una quimera que se desvaneció en la oscuridad de la prisión. Y llegó el 10 de noviembre de 1984. Y Mario no volvió a emerger de la fosa.
- ¿Pensabas en hacer carrera en los clavados?
- Tuve 20 años para reflexionar eso. Pensé diariamente en el ‘qué hubiera pasado’. Porque estás condenado a muerte. No hay futuro. El ‘hubiera no existe’, dicen por ahí. Pero cuando tienes una fecha de ejecución, el ‘hubiera’, que no existe, es tu mejor memoria.
- …
- En realidad, mi futuro era limitado. Mis entrenadores me decían: “Mario, necesitas un mejor promedio para que puedas gozar de las becas que te van a dar en las mejores universidades. Me insistían a diario. Pero nunca desarrollé esa capacidad. Quizá no hubiera llegado muy lejos en el deporte, porque en Estados Unidos debes tener un buen desempeño académico para ello. Me faltaba disciplina.
En Menard, Mario fue recibido con miedo y respeto. “Con altos honores”. Guevara le había convertido en un ‘capo’. La acusación le condenó a muerte, pero le otorgó pleitesía e inmunidad mientras el día llegara. “Tenía 19 años y era, según ellos, el jefe de una de las pandillas más violentas de todo Chicago. No tenía sentido, pero eso ayudó. En una prisión de máxima seguridad, vas a compartir paredes con otras cabecillas quienes creerán que estás a su nivel. Sin quererlo, Guevara y los fiscales me pusieron medallas y coronas”, relata. Mario fue intocable en Menard y, posteriormente, en el Pontiac Correctional Center. “Me volví un cacique”, sentencia.
Pero el poder y la reverencia no lo son todo, aunque lo parezca. Mario estaba 23 horas encerrado en una celda que no podía ocupar por más de seis meses. Dormía de cinco a seis horas, no porque quisiera, sino porque debía estar siempre alerta. De todo y de todos. Y la realidad comenzó a tornarse insoportable. Vivir para esperar la muerte, la más atroz de las paradojas. “Muchos condenados prefieren morir para no esperar. Si no tienes una razón para aferrarte a vivir, tu cerebro se va apagando. Es mejor pensar en algo. Lo que sea. No importa si tienes pensamientos constructivos o destructivos. Son la misma energía. Ambos te mantienen vivo”, evoca. “No hay manera de que escapes a esa realidad. Vas a tener que ser creativo. Es una batalla diaria. Encontrar cualquier cosa que nos haga ver alguna esperanza”.
“Siempre quise salir. ¿Cuál es la llave para eso? No podía romper los barrotes, saltar las bardas, o superar a la seguridad. La única ruta para salvarme fue a través de lo jurídico”, recuerda Mario cómo decidió iniciar sus estudios de Derecho por correspondencia. Tres años de lecturas y exámenes a distancia. Tiempo había de sobra y, a la vez, ninguno. Mario, el 'jerarca' de las bandas criminales más peligrosas de Chicago, el condenado a muerte por asesinato, se convirtió en un experto en derecho penal constitucional sin licencia para ejercer, graduado Summa cum laude del Paralegal Institute de Phoenix con calificación total de 9.86. Durante los siguientes seis años se dedicó a leer los expedientes de otros sentenciados. Ayudó a comprobar la inocencia de 13. Un día, las autoridades penitenciarias le prohibieron continuar con sus asesorías legales.
Fue entonces cuando Mario descubrió la pintura. Ya había entrado la década de los 90. Los años fluían, pero todos los días parecían el mismo. Las noches perpetuas. El sueño roto por los porrazos en los barrotes. Su vecino de celda en aquel momento era otro recluso mexicano, regiomontano, quien ya había figurado que en los lienzos podría encontrar la cordura. “Me gustaba mucho cómo pintaba. Él fue quien me daba el material, pinceles de tres pelos, tubitos de pintura, lienzos, y empecé como autodidacta. Copié imágenes de calendarios que tenía colgados y así cultivé esa habilidad. Tiempo después, mis padres comenzaron a traerme óleos, mejores pinceles”, rememora. Un árbol, un paisaje, un episodio de una leyenda azteca, la Alhambra de Granada… 53 obras vieron la luz y sobrevivieron al encierro. Y Mario con ellas. A través de las imágenes, de la incólume sensación de libertad que brindan los colores, de la majestad de los cielos y la naturaleza que no podía apreciar, Mario construyó una realidad alterna para evadirse el infierno: “No necesitaba acordarme todos los días que estaba encerrado”. Para Mario, el valor de las pinturas no residía en su calidad artística, sino en su hermenéutica: “No hay una gran técnica. Son réplicas de otras obras. Carecen de perspectiva. Pero cada una simboliza cómo salvé a mi mente”.
El 16 de marzo de 1997 estaba cada vez más cerca. Mario había prorrogado su muerte dos veces, pero ya no tenía más cartas por jugar. Sin tiempo no hay futuro, pero con tiempo puedes perderte el presente, reza el refranero. Para Mario, el tiempo simplemente era inerte. El presente era un mundo paralelo y el futuro, una entelequia. Y llegó 1996. Hasta entonces, Mario ya había agotado todos los recursos legales y lógicos. Había contribuido a salvar la vida de 13 condenados, pero no la suya. Todas las apelaciones ya habían sido desestimadas. A Mario no lo redimieron sus destrezas judiciales, sino un debate constitucional librado por el mismo Estado que había pactado su ejecución. En 1996, el Departamento de Justicia aprobó la Ley de Anti-terrorismo y Pena de Muerte Efectiva como reacción al atentado de Oklahoma City perpetrado por Timothy McVeigh contra un edificio federal y que causó 168 muertes un año antes. La controversia en torno a la nueva legislación tuvo efectos colaterales en los postulados que reglamentan la pena de muerte en Estados Unidos. El proyecto de ley contemplaba limitar las instancias a las que el convicto pudiera acudir; así, no podría extender su ejecución por tanto tiempo. “Esa petición del gobierno para agilizar los procesos fue lo que me permitió seguir viviendo, porque la Corte Suprema tenía que dictaminar si era justa o no. Eso me compró tres años más”, dilucida Mario.
Finalmente, el nuevo marco legal no se hizo retroactivo a los casos anteriores a 1996, pero, para cuando la discusión finalizó, el de Mario ya había dado un giro. El debate judicial le sirvió como un inesperado y oportuno aliado. “Esa pausa fue la ventana de oportunidad. En tu vida vas a tener tres segundos en los que todo puede cambiar para siempre”, invoca Mario. La coyuntura y la posible conmutación de algunas penas descorcharon la atención de la prensa. En su esmero por acelerar los procesos de pena capital, el Departamento de Justicia y la Corte Suprema podrían facilitar la salvación de cientos de vidas.
Los excompañeros de prisión de Mario, los 13 que salieron vivos del ‘corredor de la muerte’, hicieron todo lo posible por devolverle el favor. “Llamaron la atención de los medios. Empiezan a investigar y dan a conocer que fui campeón clavadista, alumno de Michelle Obama, que no había evidencias, que los dos testigos eran pandilleros con antecedentes legales, que pinto cuadros. Todo eso empezó a generar interés. La gente se empezó a preguntar ‘¿y si estos chavos dicen la verdad?”, narra. “No imaginaba que iban a ayudarme”, admite. “El universo empezó a conspirar a mi favor, cuando antes lo había hecho a mi contra”.
La historia cruzó el Atlántico y llegó a las redacciones de la prensa andaluza y a oídos del artista malagueño Francisco de Paula. En Málaga y Granada, la historia de Mario causó asombro, indignación y, posteriormente, acción. Que un óleo en homenaje a la Alhambra proviniera de un pabellón de la muerte a más de 9,000 kilómetros de distancia motivó que la sociedad andaluza abrazara la causa de Mario. De Paula escribió al Rey Juan Carlos y al presidente del gobierno español, José María Aznar, para darles a conocer el caso y exigir a Estados Unidos una nueva revisión del expediente. En México, Rolando Cruz, uno de los presidiarios a los que Mario ayudó a liberar, hizo llegar el tema a la presidencia de México, entonces ocupada por Ernesto Zedillo, y a la Cancillería, bajo el mando de Rosario Green. Los frentes se acumularon. “El universo conspiraba”.
Hasta la fecha no he tenido un día en el que se sienta que estoy verdaderamente libre de ese encierro
Mario Flores
De Paula estableció una cercana relación por correspondencia con Mario y le ofreció su ayuda. En 2001, el malagueño organizó una exposición en el Centro Cultural Provincial, llamada ‘Arte contra la pena de muerte’, protagonizada por las obras que Mario había logrado sacar de Pontiac por medio de sus padres. De hecho, Ramiro y Ana María viajaron en compañía de De Paula hasta Málaga para encabezar la inauguración de la muestra. Los coloridos autorretratos y paisajes de Mario adornaron cada pared. El barullo se hizo ensordecedor. Vicente Fox, nuevo presidente mexicano, y Nelson Mandela, quien no necesita presentación, se sumaron a la lista de reclamos. Finalmente, George Ryan, gobernador de Illinois en aquella época, decretó una moratoria de la pena de Mario a dos años, tiempo que los fiscales habrían de utilizar para reexaminar el expediente. Los letrados dieron con las inconsistencias de Guevara y recomendaron la liberación. En enero de 2003, Ryan concedió clemencia a 167 sentenciados. Sin embargo, para salir en cuanto antes, Mario debió admitir la responsabilidad del homicidio que casi le quita la vida. Siete años después, en 2011, Illinois abolió la pena de muerte.
Germán Villa, exfutbolista mexicano, seleccionado nacional y mundialista en Francia ’98, fue instrumental para que la historia escalara hasta conversaciones del más alto nivel diplomático. El exmediocampista se había casado con una prima de Mario y, al enterarse de que la fecha de ejecución se aproximaba, se puso a disposición de la familia. Cuando ‘El Tri’ volvió de su participación en la Copa del Mundo de la FIFA de 1998, el contingente visitó la residencia presidencial de ‘Los Pinos’ para recibir un reconocimiento. Villa enteró al mandatario Zedillo de la situación mediante una carta que terminó en la lista de prioridades de la Secretaría de Relaciones Exteriores y de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. La injerencia del símbolo ‘azulcrema’ fue uno de los tantos chispazos que encendió el fuego. “Eso me dio un respaldo impresionante. Cuauhtémoc Blanco, quien es su compadre, también ayudó a hacer ruido. Ahí nació una estrecha amistad con él”, recapitula Mario. “Cuando me deportaron a México me regaló ropa y mi primer coche. Antes de la pandemia había un proyecto para hacer una gira de conferencias en Morelos (estado que actualmente gobierna Cuauhtémoc)”, añade. Mario volcó su agradecimiento con Villa en una pintura que lo retrata con el uniforme de la Selección Mexicana antes de trazar un pase de diestra; fue su primera obra en libertad.
Mario visitó España por primera vez en 2005 y vivió durante nueve meses en Málaga hasta que Ramiro y Ana María sufrieron un accidente automovilístico que casi les arranca la vida. Villa se hizo cargo de la hospitalización y de sus cuidados mientras Mario cruzaba el Atlántico. En España, ya le tenían preparado un proyecto de vida. “Me di cuenta que tenía muchos amigos allá. Me dijeron ‘te conseguimos trabajo en uno de los mejores hoteles de la Costa del Sol, trabajas seis meses y los otros seis nos vas a producir dos cuadros, dos paisajes del Mediterráneo. Y nos vas a hacer esto 12 años’. Tenía 44. Cuando llegara a 52-53 ya iba a tener seguro de gastos médicos y acceso a la residencia, estabilidad”, cuenta. El incidente de sus padres lo llevó por otro sendero.
La administración de Enrique Peña Nieto en el Estado de México (2005-2011) lo nombró jefe del Departamento Jurídico de Atención a Migrantes en Estados Unidos, cargo que desempeñó durante diez años, periodo que también comprendió el posterior gobierno de Eruviel Ávila (2011-2017). “Pude ayudar a mucha gente. Liberé a cientos de personas desde mi oficina, ya no desde una celda. Dediqué 10 años al servicio público y veía que quizá así sería el resto de mi vida, estar detrás de un escritorio, hasta que unos empresarios me dijeron ‘¿por qué no te dedicas a dar conferencias? Con ellas podrías ayudar a mucha más gente a través de tu mensaje”, revive Mario una nueva bifurcación.
- ¿Te sientes libre, Mario?
- …
- ¿No?
- Sí, creo que sí he logrado convencerme de que estoy libre.
- No suenas muy convencido.
- Es raro. Después de 20 años en prisión, si algo aprendí a hacer bien es a seguir órdenes. Salí institucionalizado. Ahora, con 16 años en libertad, no he tenido ninguna bronca. Sé que el romper los reglamentos trae consecuencias. Mucha gente me critica porque me da miedo salirme de ese cuadro. Y eso es otra prisión. Me ancla. Me paraliza.
- Además, en esta época de COVID-19, la libertad es algo muy relativo…
- Sí, lo triste de eso es que la libertad me tiene aislado. Me gusta estar solo. Así voy gozando y pensando todo lo que quiero hacer. Al final pienso, ¿soy libre? Pues no sé, porque no puedo hacer todo lo que quisiera. La naturaleza tiene otros planes. Nadie está libre del todo.
- Entiendo.
- Llevo varios años viviendo solo. En esta soledad regreso a ser el Mario que estaba dentro de esa celda. Mi cerebro me dice que regrese al lugar en el que ‘me hice grande’. Había algo de libertad en esa celda. La sensación de libertad se fue creando en mi cabeza. A veces, para ser libre, necesitas estar solo.
Cuando entró a la prisión, a sus escasos 18 años, Mario esperaba descifrar las preguntas esenciales de la vida. La clave de la salvación. En sus primeros días en Menard, había escuchado rumores de que existía un preso, un erudito, un dios en tierra que poseía todas las respuestas y todas las verdades. “Sigo buscando ‘al sabio’ que dé sentido. ¿Y ahora qué hago con lo que tengo? ¿Hacia dónde voy? Estoy en busca de lo que puedo hacer para sentirme parte de algo”, confiesa. “Cada año quiero ser mejor que el anterior y nunca logro encontrar el sentido de la vida. No del todo. Y eso es inquietante”, prosigue.
La pandemia pausó uno de sus propósitos: volver a España. Quizá ahí, a orillas del Mediterráneo, abrazado por los celajes de la Costa del Sol, Mario halle la paz. La decisión está hecha. Retornará en 2021 y finalizará lo que dejó pendiente: lograr la aprobación de su solicitud de residencia permanente y reforzar su preparación académica. Mario no quiere que su mensaje se quede en conferencias. Quiere movimiento y energía. “Me gustaría aportar algo más. Me fascinaría ser un cirujano, o médico general, o enfermero, o asistente de cirujano”, sentencia. Como el proyecto de incursionar en la medicina no lo convence del todo, Mario ya sopesa planes de respaldo: “Quiero dominar temas de psicología y coaching. Quiero aprender esas técnicas para convertirme en algo más que una historia de motivación: en ese ‘sabio’ que he estado buscando. Eso requiere de conocimientos y de salir de México. Quiero ser un psicólogo fregón. Siento que este es mi llamado".
- Pienso ‘Mario, ya deja tu historia. Es muy bonita, sí. Pero ya la superaste’. Da el paso.
En las noches más ruines, Mario halló sosiego en la Biblia y el Corán. En ‘El Quijote de la Mancha’. No perdona jamás un muslo de pollo bañado en mole y ajonjolí, arroz y tortillas de maíz recién hechas, todo acompañado de un jugo de naranja. No recordaba los sabores, decía. 20 años de atún y sopas instantáneas, el menú gourmet. Vibra con el drama apocalíptico que retrata Spielberg en A.I Inteligencia Artificial. Y, claro, con Sueños de Fuga; Mario era el Andy Dufresne de Menard y Pontiac. Eso, claro, con algún matiz diferencial. No obtuvo su gloriosa redención mientras lo devoraba una furiosa tormenta, aún está buscándola. Ambos resistieron por dos décadas entre libros y fantasías. Picasso y Mozart, a cada cual. Pero a Mario le recordaban todos los días que pronto iba a morir.
La mañana después de que su familia lo llevó a Cocoyoc a contemplar las estrellas, Mario tiró unos clavados en un balneario de Oaxtepec: “Noté que había perdido esa agilidad”. Intentó recuperar el tiempo perdido y pidió permiso para entrenar en el mismo sitio en el que lo había hecho 20 años atrás: la alberca del Seguro Social, ubicada en Eduardo Molina, en la Ciudad de México. En ese complejo compartió con Carlos Girón, medallista olímpico en Moscú ’80, fallecido en enero de 2020. “No me dejaron. Solo quería mantenerme en forma, entrenar con los ‘chavitos’, no con los profesionales, pero me dijeron que era muy peligroso para mí”, se apenó.
- Esa es la triste realidad. Mi mente es jovial, pero el cuerpo no está compaginado con mi mente y espíritu.
- El tiempo no vuelve.
- El tiempo no vuelve.
Publicado el 14 de diciembre de 2020.
La pena de muerte en Estados Unidos, hoy
- Actualmente (diciembre 2020), la pena de muerte es legal en 28 estados de la Unión Americana: Alabama, Arizona, Arkansas, California, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Dakota del Sur, Florida, Georgia, Idaho, Indiana, Kansas, Kentucky, Luisiana, Mississippi, Misuri, Montana, Nebraska, Nevada, Ohio, Oklahoma, Oregon, Pensilvania, Tennessee, Texas, Utah, Virginia y Wyoming.
- Hasta el 1 de diciembre de 2020, 15 personas habían sido ejecutadas en Estados Unidos.
- En 2019, se llevaron a cabo 22 ejecuciones. El número de sentencias impuestas ese año fue de 34.
- Hasta el 1 de julio de 2020, había 2,591 condenados en espera de su ejecución. El estado con más casos actualmente es California (724).
- Desde 1973, 170 personas han sido exoneradas. Mario es una de ellas.
- Desde 1976, se han ejecutado a 1527 en Estados Unidos. El año más mortífero fue 1999, con 98. El estado que más muertes registra es Texas (570, 3 en 2020).
- El método más utilizado es la inyección letal (1,347), seguido de la silla eléctrica (163), cámara de gas (11), horca (3) y fusilamiento (3).
*Fuente: Informe de Death Penalty Information Center (DPIC), actualizado al 20 de noviembre de 2020.