Un virus surgido en Wuhan, China, se ha propagado por todo el mundo. Ha cambiado vidas, ha cerrado ciudades, ha quebrado sueños y ha postergado otros. Historias de pandemia.
Las cifras crecen a cada minuto. Europa suspende Schengen, uno de sus pilares. Las patrullas militares desfilan por las vías italianas. España sale a sus balcones a aplaudir a sus héroes en los hospitales. Un jugador NBA porta el virus. Luego dos. Y tres. Y medio staff del Valencia CF. Y un futbolista en Turín. Los Olímpicos resisten, pero la Eurocopa no. Irán esteriliza las puertas de cada casa. Y China recién comienza abrir las ventanas. El mundo se pone en pausa. La vida es eso que pasa mientras los minutos días se hacen espesos y las cifras crecen a cada minuto. Y más que estadísticas son vidas humanas.
Un virus puede medir hasta 20 nanómetros; 100 veces más pequeño que una bacteria y 1,000 que un glóbulo rojo. Un nanómetro es una millonésima parte de un milímetro. En un punto de este texto (.) cabrían, aproximadamente, 50,000 coronavirus. A finales de diciembre de 2019, una sola persona portaba solo uno. Hoy, se ha multiplicado hasta apagar países, detener economías, extinguir vidas por miles. Lo que un día fue un virus en el aire de Wuhan hoy es una pandemia. Una millonésima parte de un milímetro que marca vidas.
Mi nombre es José Guadalupe Rodríguez Vázquez, me conocen como 'El Doc' y tengo 53 años. He pasado 30 años laborando como guardia de seguridad en el Estadio Universitario desde mi época de estudiante.
Afortunadamente no solo me ayudo de eso, ya que tengo mi trabajo de planta, que es en ventas de medicamento. Es en mi tiempo libre cuando voy a trabajar como guardia de seguridad y, gracias a este extra (monetario), me ayudo bastante con los gastos de mi casa y puedo pagar las facturas de estudios de mi hijo. Desgraciadamente no puedo trabajar desde casa, ya que tengo que visitar médicos, clínicas, hospitales; es un poco pesado.
Sí se extraña el trabajar como guardia de seguridad. Le he dedicado muchos años a eso. Además, el extra que saca uno de trabajar ahí es de mucha ayuda, ya sea para pagar algún recibo, darle a mi hija para el camión, o simplemente para la barbacoa, como dice la raza.
Ya me han tocado otras contingencias como la influenza AH1N1, huracanes; malos climas, como en la Final Regia del Apertura 2017; calores extremos y, ahora, el COVID-19. Sin embargo, siempre hemos estado al pie del cañón porque la necesidad económica lo amerita. Mis seres queridos me apoyan siempre pese a que la situación es complicada.
Ahorita en esta semana que no va a haber fútbol y, como está la situación, dedicaré mi tiempo libre a descansar y estar con la familia. Hay que aprovechar para estar con ellos, jugar videojuegos con mi hijo en casa, o ver películas con la familia.
Anhelo que esta contingencia pase pronto, porque hay muchas personas que solo tienen esa fuente de ingresos. Solo queda extremar todas las precauciones a quienes sí tenemos que salir a trabajar y cargar con nuestro frasquito de gel antibacterial. Quiero ver a los compañeros con bien al pasar esta crisis.
José Guadalupe Rodríguez, mexicano
Soy Gabriela y vivo en Madrid desde hace tres años; fuera de México llevo ya nueve. Por el trabajo de mi esposo hemos vivido en diferentes países. Antes de llegar España estuvimos en China, donde nacieron Paula y Diego. Paula ahora tiene cinco años y Diego está por cumplir tres. Cuando nos mudamos a China dejé de trabajar; me dedicaba al sector de marketing dentro de la industria farmacéutica y, al llegar a Madrid, decidí darle un giro a mi carrera profesional. Ahora tengo una empresa dedicada al coaching para familias, principalmente, con hijos adolescentes. Agradezco infinitamente en estos momentos el tipo de trabajo que tengo, ya que no dependo de un horario de oficina y puedo cuidar de mi familia.
Hace una semana iniciamos la cuarentena. Los primeros días salíamos al parque y nos entreteníamos dando paseos; inclusive llegamos a entrar a alguna cafetería. Pero las medidas han aumentado y desde el fin de semana ya no podemos salir y, la verdad, ni queremos. El estado de alarma es grande. Ahora pasamos los días en casa; con los niños hemos establecido una rutina diaria. Cada uno tiene sus responsabilidades, entre todos cuidamos que la casa esté limpia, pues ya no viene la chica que nos ayudaba; tenemos un tiempo de trabajo, otro de juego y todos los días a las 8 de la noche salimos a la terraza y brindamos un fuerte aplauso al personal sanitario y a todos los que continúan trabajando en los supermercados y farmacias. Este el momento más emotivo del día, ya que salimos todos los vecinos y en ocasiones conversamos un poco; es nuestro único momento de convivencia social fuera del entorno familiar.
Nuestra vida es así. Mi marido va cada tercer día al supermercado. Al llegar a casa se baña de inmediato y lavamos su ropa. Si pedimos algo a domicilio nos llaman por el interfón para avisarnos que pondrán la compra en el ascensor. Aprovechando la tecnología hablamos con los abuelos que viven en Burgos, España, y con mis padres, que tenían pensado venir a visitarnos para Semana Santa desde México: obviamente ya han cancelado el viaje.
A pesar del estado crítico actual, estamos viviendo momentos mágicos. Muchos niños han pegado un arcoíris en sus ventanas con el hashtag de #Todovaaestarbien. El día de ayer, después del aplauso de las 8 de la noche, una vecina desde su terraza salió con un altavoz y nos dio un pequeño concierto con su guitarra, ¡vaya manera de alegrarnos la noche! Y hoy escribiremos un par de cartas para los enfermos del hospital; una médico nos invitó a participar en esta iniciativa que nos pareció preciosa.
En fin, sabemos que lo peor está por llegar. El número de enfermos sigue creciendo y todavía estamos como a una semana de llegar a su punto máximo con un colapso total del sistema sanitario. Me preocupa España y me preocupa mucho más México, que no cuenta con un sistema de salud como el de aquí, por lo que invito a toda la población a hacer conciencia y quedarse en sus casas. Como están allá estuvimos aquí. Esto solo es cuestión de tiempo.
Gabriela Valenzuela, mexicana en Madrid
¡Hola! Me llamo Elisa Quaggio. Tengo 19 años y vivo en Venecia, Italia. Soy una estudiante universitaria y en mi tiempo libre trabajo como fotógrafa en mi ciudad para ahorrar dinero para mis estudios.
Desde la aparición del coronavirus, mi vida, como la de todos, ha cambiado. Cuando la primera noticia de casos de infección llegó hace pocos meses, no todos estaban preocupados. La mayoría, incluyéndome, solía decir: "No tenemos que preocuparnos. Es solo una gripe". Y después las ciudades se cerraron en Italia. Pero, aún así, mucha gente no estaba preocupada.
Después se canceló el carnaval de Venecia por primera vez en la historia. Y la escalada continuó.
Justo ahora toda Italia está cerrada. No solo una región: todo el país. De norte a sur. El gobierno cerró escuelas, escuelas, bares y restaurantes. Mucha gente ha perdido sus empleos. Yo también, pero soy una estudiante y mi trabajo como fotógrafa era solo una forma para hacerme de algunos ahorros. Pero en estos días debo pensar en la gente que tiene una familia y niños que mantener.
El coronavirus está afectando nuestras vidas y lo hará por los siguientes meses y quizá años, porque Venecia no tendrá turistas por un largo tiempo. Imagina vivir en una ciudad donde la economía está basada en el turismo y que, en cuestión de días, no haya ni uno solo. Podrás imaginarte que la economía está colapsando.
Justo ahora, como estudiante, como ciudadana italiana, debo estar en casa, no importa qué. No importan las preciosas imágenes que pueda captar en una Venecia sin gente. Tenemos que ver por los otros. Tenemos que ser responsables. Como decimos en Italia: Andrà tutto bene. ¡Todo saldrá bien!
Elisa Quaggio, italiana
Estoy con cuatro amigos, varados en Cusco, Perú. Tenemos conocimiento de que hay, al menos, otros 400 mexicanos en las mismas condiciones.
El caos inició el domingo alrededor de las 9 de la noche, cuando el presidente de Perú declaró que cerraría fronteras por la epidemia del coronavirus. El lunes 16 intentamos por todos los medios cambiar nuestro vuelo de regreso a México -salíamos el jueves 19- pero no fue posible. Anunciaron que hasta el 2 de abril se volverán abrir las fronteras.
AYUDA!! Estamos varados en CUSCO PERU, sin posibilidad de salir. Cerraron aeropuertos !!! @m_ebrard @lopezobrador_ @SRE_mx @emoctezumab pic.twitter.com/fJaOG5UFqN
— Jacobo Frontana (@jac_frontana) March 16, 2020
Claramente todos estamos preocupados, porque es mucho tiempo el que llevaríamos aquí. No tener certeza de qué sucederá. Además, todos los gastos extra del viaje corren por nuestra cuenta. Algunos mexicanos tenían problemas para conseguir hospedaje porque algunos hoteles cancelaron sus reservaciones. Pudimos ayudar a un par de compatriotas a conseguirles hospedaje donde nos estamos quedando.
La embajada mexicana en Perú sí ha estado en contacto con nosotros. El último estatus de hoy (17 de marzo), hace un par de horas, es que están conversando con el gobierno de Perú para que se realicen vuelos de rescate para los mexicanos. Quiero agradecer a la gente peruana, que ha sido cálida y muy amable.
Jacobo Frontana, mexicano
Ayuda !!!! No podemos salir de Cusco PERU. Han cancelado los vuelos y hasta el 2 abril!!! @m_ebrard @SRE_mx @emoctezumab @lopezobrador_ pic.twitter.com/AbYHTsEVtY
— Jacobo Frontana (@jac_frontana) March 16, 2020
Sabíamos del Coronavirus, pero se sentía como algo lejano aunque ya había casos en Europa. Al llegar a Madrid y París, la vida en las ciudades era tan normal que, pese a las medidas de protección que habíamos decidido tomar, nos tranquilizamos. Asistimos a eventos masivos, museos, bares y restaurantes. Los turistas y los habitantes continuaban su cotidianidad. Todo se mantuvo así hasta nuestro último destino. El viernes empezaron a incrementarse exponencialmente los casos en España y se decretó el estado de alarma. Pidieron confinamiento voluntario.
El sábado salimos a buscar provisiones esperando encontrar una ciudad vacía, como la que mostraban en televisión, pero en Barcelona la zona de la playa estaba totalmente llena aunque los negocios estaban cerrados. A las 4 pm algo cambió. La Guardia Civil ordenó resguardo y la ciudad se paralizó. Mientras tanto, escuchábamos que los casos en Colombia crecían y sentíamos mucho temor de una cancelación del vuelo de regreso y quedar confinados en la ciudad. Se hizo normal esa tarde refrescar una y otra vez el sitio web de la aerolínea para reconfirmar que el vuelo continuara programado.
El domingo teníamos el vuelo a Bogotá en la tarde. Salimos muy temprano y el metro estaba totalmente vacío. El aeropuerto, congestionado. Se sentía un ambiente tenso por salir de allí. Gritos entre algunos pasajeros y operarios porque no les entregaban tiquetes por ser extranjeros. La preocupación crecía. El vuelo se retrasó algo más de una hora; cuando abordamos sentimos una inmensa tranquilidad.
Por fin de regreso a casa. Ya en Bogotá había congestión en migración y controles quizá demasiado laxos. Toma de temperatura, un formulario, y la buena fe de que se cumplirá la cuarentena. Ahora estamos en casa esperando que pasen estos 14 días. Con buen estado de salud y con los nervios de ver la situación de compatriotas que no contaron con nuestra fortuna y continúan atrapados en Europa. En Colombia ya hay 65 casos confirmados. Que la experiencia del resto del mundo nos sirva como guía.
Gustavo Gil, colombiano