Yusra Mardini, refugiada y atleta olímpica, sueña con Tokio 2020
Yusra Mardini, refugiada y atleta olímpica, sueña con Tokio 2020

REPORTAJE | JUEGOS OLÍMPICOS

Yusra Mardini, refugiada y atleta olímpica, sueña con Tokio 2020

Mardini creció en Daraya y ahora vive en Alemania. El bote en el que escapó de la guerra de Siria por el mar Mediterráneo se hundía y debió nadar para mantenerlo a flote. Contó su historia a AS.

Yusra Mardini nadaba para vencer al tiempo. Para sí misma. Después, nadó para salvar la vida. Nacida en Damasco, la capital siria, hace 21 años, Mardini es un paradigma. Atleta en una sociedad rígida, intolerante con las conquistas sociales femeninas; inmigrante, sobreviviente, refugiada, plusmarquista, olímpica. Hace seis años entrenaba bajo el acoso de quienes no comprendían que una mujer pretendiera ganarse la vida en las piscinas; hoy, surca las aguas de la Wasserfreunde Spandau 04 berlinesa, una piscina construida por el régimen nazi para los Juegos Olímpicos de 1936. Es un paradigma y una dulce ironía de guerras vencidas; la inmigrante siria que en Damasco huía del prejuicio de sus coterráneos por debajo del agua y que ahora forja sus sueños, lejos de casa, en un nuevo hogar cuyas autoridades, en antaño, la habrían perseguido y condenado.

Son 2,794 kilómetros los que separan Damasco de Berlín. Y 130 a Izmir, Turquía, de la isla griega de Lesbos. Europa y Asia rozándose los dedos como Dios y Adán en La Creación de Miguel Ángel. 130 kilómetros de mar. De oscuridad. Cuatro horas en un bote con el motor averiado. Tres horas de pataleo bajo las aguas mientras la muerte asecha en una noche fría e histérica que Yusra jamás olvidará: “Fue una pesadilla. A veces me cuesta creer que pasó”, recuerda desde Alemania. Nadar a ciegas. Por instinto. Por mero instinto de supervivencia. No hay cronómetros ni marcas. Ni vítores, ni bocinas, ni la incisiva mirada de los jueces. “Solo la compañía de las estrellas y los rezos”.

"Decían que solo tenía que dedicarme a estudiar y casarme"

Antes de empujar su bote por las aguas del Mediterráneo, Mardini era una joven promesa del deporte sirio. El Comité Olímpico del país supervisaba de cerca su progreso hasta que la guerra civil que había estallado en la lejana Alepo tocó a su puerta. Yusra tenía 13 años. Su hogar en Daraya, suburbio de Damasco, fue destruido durante las noches de cacería de las Fuerzas Armadas de Bashar Al-Asaad en la última semana de agosto de 2012. La masacre de Daraya, que saldó 320 civiles asesinados, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, fue una de las barbaries que marcaron la primera etapa de una guerra que se ha extendido por nueve años. Dos de las víctimas fueron compañeras de Yusra en el polideportivo de Daraya, según declaró la atleta al NYTimes en 2016. Pocos días después, una bomba alcanzó el techo del complejo de entrenamiento. Fue suficiente.

Yusra Mardini participó en los Juegos Olímpicos de Río 2016
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Yusra Mardini participó en los Juegos Olímpicos de Río 2016

Hasta entonces, la vida de Yusra en Siria era como la de cualquier niña de su edad. “Era normal. Iba a la escuela y después, a nadar. Pasaba la mayor parte del tiempo con mi familia y amigos”, recuerda aquellos días. Pese a ello, Yusra nadó a contracorriente de convenciones sociales y prejuicios. Tirarse a la piscina era un acto revolucionario. “Me sentí discriminada en algún punto, sí. Muchas personas no entendían que esto es una profesión para mí. Creían que lo hacía solo para divertirme. Decían que solo tenía que dedicarme a estudiar y casarme. Me ponía triste”, explica. La guerra le orilló a tomar la decisión más importante y dura de su vida.

Finalmente, en agosto de 2015, Yusra y su hermana Sara abandonaron Damasco vía Beirut, Líbano, donde tomaron un segundo vuelo con destino a Estambul. En Turquía, contactaron con un grupo de contrabandistas que las llevaron, junto con otros 30 refugiados, hasta el puerto de Izmir. Un bosque a orillas del Mediterráneo. Las armas de los traficantes. Los buses que aparcaban a montones. 300 personas que se apiñaban cada noche, cobijados por los árboles, escondidos de la policía turca. Las noches, tan diáfanas y tan oscuras.

"Me sentí discriminada en algún punto. Muchas personas no entendían que esto es una profesión para mí"

Yusra Mardini

Después de cuatro días varadas en la arboleda, las hermanas Mardini zarparon acompañadas de otras 18 personas en un bote que solo podía soportar el peso de seis. En la primera noche, la guardia costera turca envió la embarcación de vuelta a la playa. 24 horas después, el bote volvió a partir, ahora, sin vigilancia alguna. El motor se detuvo después de 20 minutos de marcha sobre el mar. La barca comenzó a hundirse. Yusra y Sara saltaron al agua y empujaron el bote durante tres horas y media. “Vimos la isla a lo lejos. Fue muy difícil para nosotras pese a ser nadadoras. Teníamos que ayudar y así lo hicimos. Fue una pesadilla”, rememora.

Tres horas y media. Bajo la noche. El agua fría. La ironía, ¿nadar como razón de vida y morir en el agua? No, el bote llegó hasta Lesbos. Solo había sido el inicio de la travesía. De Lesbos hasta Macedonia. Serbia. Hungría. A pie, en buses, en trenes. En septiembre de 2015, el gobierno de Viktor Orbán cerró las fronteras húngaras y la principal estación ferroviaria de Budapest; Yusra y Sara salieron del país de forma clandestina y se internaron en Austria, desde donde entraron a Alemania. Pasaron el invierno en un campo de refugiados de Berlín y debieron esperar varios meses para registrarse y solicitar el asilo formal ante la Oficina de Salud y Asuntos Sociales (Lageso, su acrónimo en alemán).

"Solo estaba asustada. Fue increíble"

En enero de 2016, Yusra se inscribió en el Wasserfreunde Spandau, gracias a la intervención de un intérprete egipcio al que conoció en el campo de refugiados. Su historia llegó hasta los oídos del Comité Olímpico Internacional, que le concedió una beca para financiar su preparación. Pronto llegó la noticia. El COI iba a construir un equipo olímpico de refugiados que participaría en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. “Un símbolo de esperanza para los refugiados alrededor del mundo. Queremos brindarles la posibilidad de cumplir su meta a pesar de haber huido de la violencia y la guerra”, anunció Thomas Bach, presidente del COI, cuando los integrantes de la delegación fueron anunciados el 3 de junio de 2016. 10 atletas: cinco sursudaneses, dos congoleños, un etíope y dos sirios, Yusra incluida: “Fue un sueño hecho realidad. Me había propuesto como objetivo estar en los Juegos Olímpicos desde que tenía nueve años y pasó. Estaba tan feliz y orgullosa de representar al equipo olímpico de refugiados por primera vez. Me hizo más orgullosa de quien soy”.

Yusra participó en los 100 metros mariposa y 100 metros estilo libre. En la primera prueba, ganó su heat eliminatorio entre cinco competidoras con una marca de 1:09.21 que resultó insuficiente para clasificar a las semifinales. En el ranking final, ocupó el 41° puesto de 45 participantes. La ganadora del oro fue la sueca Sarah Sjostrom, quien mejoró 14 segundos el registro de Mardini. En el estilo libre, Yusra fue penúltima de su heat preliminar, al detener el cronómetro en 1:04.66, solo por arriba del 1:05.71 de Aminath Shajan, de Maldivas. Por la cabeza de Yusra no pasaba pensamiento alguno en los segundos previos al lanzarse a la piscina para la primera competencia. “Estaba en blanco. Solo estaba asustada. Tenía que concentrarme”, confesó. Los resultados fueron una marca personal. Y la experiencia, inolvidable. Todo cobró sentido en cuanto su cuerpo se desplazó por las aguas de la piscina olímpica de Río. Izmar, el bosque, las heladas aguas del Egeo, las escapadas furtivas de los agentes fronterizos, las noches de frío y congoja, las eternas caminatas hacia la nada, las horas gélidas a las afueras de Lageso. “Fue increíble. Sentí que finalmente había conseguido algo por lo que había trabajado por años”, se sinceró.

"Por la natación, he aprendido a soñar”

Hace tres años y medio que Yusra vive en Berlín. Su familia completa ya está con ella, incluida su hermana Sara, quien pasó tres meses de 2018 detenida en Grecia por ayudar a un grupo de refugiados; ahora es libre, pero el caso no está cerrado. Con 21 años, no ha detenido ni sus estudios (en Derechos Humanos) ni sus entrenamientos. Actualmente, es embajadora de la ACNUR (la agencia de la ONU de atención a refugiados): “Visito los campos, hablo con la gente. Participo en conferencias y eventos de alto nivel para crear conciencia sobre la situación de los refugiados y sus vidas. Intento ayudarles en todo lo que pueda”, describe. Y, a pesar de que no echa en falta el miedo, las noches en vela, las bombas y las balas, Siria sigue en su corazón: “Extraño a mi país todo el tiempo. Extraño la comida y al resto de mi familia, mis amigos”.

Tokio 2020 está en el horizonte. Yusra aún no sabe cuáles son los requisitos para clasificar a los Juegos, pero aspira a repetir como integrante del equipo de refugiados. El COI anunciará a los elegidos el próximo junio. Con ello, no será elegible para representar ni a Alemania, ni a Siria. Además, el director de cine Stephen Daldry (Billy Eliot, Wicked) planea llevar la historia a la pantalla grande, aunque la película aún no tiene fecha de estreno. Mientras tanto, Yusra continúa tras sus sueños. El nado le salvó la vida. Ello y su deseo por vivir. Ya no nada para vencer al tiempo. Ni para huir de la guerra, de la policía, de los traficantes. Yusra Mardini nada para ser feliz y forjarse una mejor vida. “Me da un propósito. Al nadar, he aprendido el valor del trabajo duro. He aprendido a soñar”.

*Foto principal: Getty Images

Yusra Mardini es embajadora de la ACNUR
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Yusra Mardini es embajadora de la ACNUR

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